¿Se puede ser más idiota que la derecha española?
Tengo una buena relación con José María Aznar desde los tiempos en los que él era el presidente y yo un veinteañero corresponsal político del diario El Mundo en Moncloa. No soy sospechoso de aversión al personaje, al que suelo calificar como el mejor presidente de la democracia porque es de justicia. No todos los mandatos crece el PIB a un promedio del 4%, ni nadie en 45 años ha conseguido crear 4,5 millones de puestos de trabajo en ocho años. Bueno, destruirlos, sí, José Luis Rodríguez Zapatero, pero generarlos, lo que se dice generarlos, ni dios, salvo el señor del bigote de la calle de Ibiza de Madrid.
El cuarto presidente de la democracia ostenta, además, otro récord. Nos situó en la primera división mundial merced a ese pacto con George W. Bush y Tony Blair que va mucho más allá de la criticadísima foto de Las Azores. Aquella entente, que nos devolvía al primer plano mundial desde esos tiempos de Felipe II cuando éramos un imperio en el que nunca se ponía el sol, facilitó la llegada de dinero occidental a espuertas y el nihil obstat de la CIA a que las empresas españolas irrumpieran como Pedro por su casa en el patio trasero de América. ¿Por qué se creen ustedes que Santander es uno de los mayores bancos de Brasil, BBVA el número 1 de México y Teléfonica la gran Telecom de Iberoamérica? ¿Por nuestra cara bonita o por haber respaldado al primo de Zumosol del planeta?
Aznar fue un tan excepcional como acomplejado presidente. Su pleitesía infinita a Jordi Pujol representó el principio del fin del PP en Cataluña y la mayor cesión de competencias de la historia con las consecuencias por todos conocidas. Su pecado capital, sin embargo, lo constituye el acomplejamiento permanente ante los medios izquierdosos en general y ante el Grupo Prisa en particular. Eso no me lo han dicho ni me lo han contado, lo vi y lo viví durante los dos años que permanecí pegado a la chepa presidencial. Y también lo padecí: Moncloa trataba tan bien informativamente hablando al periodista de El País, Luis Rodríguez Aizpeolea, antiguo empleado del filoterrorista Egin, como a un servidor, a la sazón representante de un diario de centroderecha.
Así se escribe la historia. El karma acabó por poner en su sitio a José María Aznar López. Los medios a los que había protegido, empezando por la cadena Ser y el embustero El País, lo masacraron a modo y manera durante las 96 horas que transcurrieron entre los atentados yihadistas del 11 de marzo y la celebración de las elecciones. Al punto que aquellas masacres, que se cobraron la vida de 191 compatriotas, cambiaron —para mal, obviamente— la historia de España para siempre. Rajoy perdió unas elecciones que tenía ganadas el domingo anterior y Aznar se las piró como un apestado habiendo sido con los números en la mano el mejor de los mejores.
Por eso aluciné el domingo pasado cuando le vi concediendo la primera entrevista con motivo del XXV aniversario de la gran victoria del 3 de marzo de 1996 a Jordi Évole, un independentista de extrema izquierda cuya gran afición es despellejar a la derecha con verdades, medias verdades y, las más de las veces, con trolas como la copa de un pino. “Se ha vuelto loco”, mascullé para mis adentros recordando la eterna idiocia de la derecha española. Ni Aznar pudo caer más bajo, ni Évole llegar más alto. El mérito del podemita follonero es tan indiscutible como la ingenuidad, rayana con la imbecilidad, del marido de Ana Botella.
José María Aznar es el epítome de una derecha que es tan eficaz gestionando este país como idiota perdida orgánicamente
Évole quedó como un champ y Aznar como un membrillo. Cómo serán las cosas que sus ex colaboradores lo quieren matar y sus más próximos creen que ha perdido el oremus. Cómo serán las cosas que su núcleo de fieles se reduce a día de hoy a Javier Zarzalejos, autor de la jaimitada del discurso de Casado en la moción de censura, y a una mente privilegiada, Germán Alcayde, su jefe de gabinete. Realmente se lució cuando el amiguete del narcodictador Maduro le preguntó por el cobro de sobresueldos desvelado por el arriba firmante el 18 de enero de 2013. “Jamás recibí sobresueldos”, espetó a su interlocutor. Cuando este último repreguntó, lio la mundial: “Sólo pongo la mano en el fuego por mí. Los demás que pongan la mano en el fuego donde quieran”. La cara de estupefacción de sus antiguos lugartenientes y el consiguiente envío y reenvío de whatsapp fue frenético pasadas las diez y media de la noche del domingo pasado.
Las carcajadas de su círculo más íntimo en los buenos tiempos se oían en Sebastopol cuando limitó la brutal corrupción en Génova 13 en su época a “alguna acción irregular”. Es para mear y no echar gota teniendo en cuenta que han pasado o están en la trena Rodrigo Rato, Luis Bárcenas, Francisco Correa, Pablo Crespo, El Bigotes, Guillermo Ortega, Arturo González Panero, Ignacio González, Francisco Granados y, desgraciadamente, un largo y mucho me temo que inacabable etcétera.
José María Aznar es el epítome de una derecha que es tan eficaz gestionando este país como idiota perdida orgánicamente y no digamos ya cuando le toca hacer oposición. Son una panda de masoquistas patológicos. ¿Cómo si no, se explica que ese gran presidente que puede ser Pablo Casado cometiera, perdón, perpetrara, el error de principiante que supuso espetarle a Santiago Abascal en la moción de censura una frase que le acompañará hasta la tumba? ¿Cómo carajo se le ocurre soltar a un tipo que lleva escolta desde los 19 años, que tiene entre sus correligionarios a un tal José Antonio Ortega Lara, eso de que “pisotea el tributo de sangre” de los dirigentes del PP asesinados por ETA?
Aquella imbecilidad hizo las delicias de Pedro Sánchez y del vicedelincuente Iglesias. Pero ni el uno ni el otro esperaban, ni por lo más remoto, que a la mañana siguiente el Partido Popular votase lo mismo que ellos, que los golpistas de ERC y que los bilduetarras: “No”. Aunque fuera por razones diametralmente opuestas. Pablo Casado se pasó por el arco del triunfo el consejo de la legión de amigos que le insistimos la virtuosidad de la abstención y, lo que es peor, se ciscó en esa derecha sociológica que es prácticamente la misma numéricamente hablando que dio la mayoría absoluta a Aznar en 2000 y la que encumbró en 2011 al Mariano Rajoy de los 186 escaños.
Lo de las derechas a veces parece una competición de cebollinos. A ver quién hace más el zopenco en menos tiempo. Lo de las huestes de Vox respaldando por omisión el decreto que otorga a Moncloa el manejo exclusivo de los 140.000 millones que vendrán cual Plan Marshall de Europa es para hacérselo mirar. A estas alturas continúo desconociendo si fue porque aún no se enteran de qué va la vaina, tal vez porque ha habido maniobras orquestales en la oscuridad, lo cierto es que sus 52 “síes” permitirán a Pedro Sánchez e Iván Redondo, a su Gabinete en definitiva, decidir a dónde va ese pastizal. Y conociendo el percal, muy especialmente el que les rodea con la delincuencia podemita a la cabeza, las posibilidades de que eso acabe como la Cueva de Alí Baba rozan el infinito. Ojo al dato: el 3% de 140.000 millones son 4.200 millones, más de lo que ha robado Nicolás Maduro durante su tiranía.
Casado se estrelló en Cataluña lisa y llanamente porque volvió a pegar un metafórico corte de mangas a la derecha sociológica
Casado no sólo se esnafró en Cataluña por el caso Bárcenas y las trampas de Fiscalía en plena campaña, que también, Casado se rompió la crisma en la tierra de Josep Pla lisa y llanamente porque volvió a pegar un metafórico corte de mangas a la derecha sociológica. Fichar de número 2 en la lista por Barcelona a la ex líder de Ciudadanos Lorena Roldán, podía haber constituido un golpe de efecto sideral si no fuera por un pequeño problema que hubiera detectado con tan solo consultar la hemeroteca de OKDIARIO. La susodicha participó en una Diada independentista con un grupo ataviado de esteladas. Y convertir en la 3 de Alejandro Fernández a Eva Parera, ex baranda de Convergència i Unió, fue un disparate estratosférico. Si le contamos que la celebérrima entrevista en La Razón no la protagonizó ella sino un baranda de ERC o Junts per Catalunya, ustedes se lo creerían a pies juntillas: “La sentencia del 1-O fue un error, no tenemos que tener miedo a la palabra indulto”. Consecuencia: el PP acabó peor que el Titanic frente a las costas de Terranova.
Lo de Inés Arrimadas también es ver y no creer. Tomar un partido que hace no tanto, ni siquiera dos años, se metió en el bolsillo 57 diputados, y prostituirlo ideológicamente para convertirlo en el tonto útil de Pedro Sánchez no tiene perdón de Dios. Con el socio de Iglesias, Otegi y Junqueras no se puede ir ni a heredar el patrimonio de Amancio Ortega o Bill Gates.
Todo ello por no mentar al periodismo de centroderecha o derecha patrio, que va a esos maravillosos y necesarios combates dialécticos que constituyen las tertulias con una bandera blanca permanentemente en la mano. “Sí, Antonio Maestre tiene razón”, “Comparto tu opinión, Juan Carlos [Monedero]”, “Jesús [Cintora], me lo has quitado de la boca”, son algunas de las perlas que los acomplejados plumillas del espectro ideológico de la derecha dedican día sí, día también, a gente que en cualquier país occidental serían lo que deben de ser, lumpen. El ultraizquierdista Maestre, más conocido como Miguel Lacambra, un faker profesional, el presunto delincuente Monedero y ese periodista de cámara de Pablo Iglesias que es Cintora no pueden tener sistemáticamente la razón. Más bien lo contrario: están equivocados siempre o casi siempre. Son el embuste por sistema. El pensamiento único. El cinismo permanente.
Por eso aplaudo a rabiar a dirigentes como Almeida o como Ayuso que no sólo son unos extraordinarios administradores de la res publica sino, además, personas que se visten por los pies. Que no se avergüenzan de pertenecer a esa España liberal y constitucional que nos ha dado los mayores momentos de gloria y prosperidad en 43 años por no decir en toda nuestra historia. Que afirman con orgullo: “Sí, somos españoles”, “sí, ésta es nuestra bandera” y “mis principios y mis valores son mejores que los tuyos”. Que se ciscan en el pensamiento único, que van a ver a Pablo Motos y salen por la puerta grande al más puro estilo José Tomás. Que les preparan la campaña de agit-prop más vil de la historia y no sólo no se arrugan sino que salen fortalecidos de ella. Algo parecido sucede con Santiago Abascal, al que se le podrán discutir algunas cosas pero no su nulo acomplejamiento, su honradez personal y su impecable trayectoria democrática y constitucional.
Ha llegado el momento de transformar esta derecha tontita en una listita. De frenar ese achique de espacios al que le somete desde hace 17 años ese centroizquierda que con Zapatero se largó en masa a la extrema izquierda. A los de enfrente, a los del pensamiento único, a los perdonavidas de la retroprogresía, hay que gritarles la frase proverbial: “Somos más [numéricamente] y mejores [intelectualmente]”. La España del doctor muerte Pedro Sánchez, del terrorista Otegi, del machaca de Maduro y Jamenei y del golpista Junqueras o el cobarde Puigdemont ni puede ni debe dar una sola lección más a la España liberal. Y que los tres líderes de esa mayoría natural tengan siempre presente lo que replicaba Forrest Gump cuando le llamaban tonto: “Yo no soy tonto, tonto es el que hace tonterías”. Pues eso, Pablo, Santi e Inés. Dejad de hacer tanto el tonto y uníos de una puñetera vez para evitar que tengamos Sánchez e Iglesias hasta 2040. Pongo punto y final respondiendo a la pregunta del titular: “De momento, no”.