Pedagogía frente a demagogia
La sentencia del procès, prevista para la próxima semana, tiene una gran importancia para la proyección que España y su democracia dejarán en Europa y en el resto del mundo. En una época, en la que el fin de la era del nacionalismo no está a la vista, es el estado de derecho y sus diferentes instrumentos que lo protegen los mejores garantes de la Constitución y de la unidad nacional. Pero el hecho de que la sentencia de este juicio contra los líderes independentistas suponga un varapalo para sus intenciones rupturistas, no significa que la batalla de la propaganda, de la razón y de las ideas recaiga en favor de la maquinaria estatal que vela por los intereses nacionales.
La victoria sobre las mentes y corazones de los individuos es una máxima imperante no sólo en el terreno político, sino también en el militar. Así por ejemplo, a Publio Cornelio Escipión cuando se lanzó a la batalla de Hispania para arrebatar la importante plaza de los cartagineses en Cartago Nova (actual Cartagena) se le aconsejó por parte de los mandos militares que el asedio debía ser rápido en lugar de una duración mayor como era lo habitual. Escipión logró rendir la ciudad en un asalto directo debido a la información obtenida de un informante de Tarragona. Dicha victoria frugal fue básica para ganarse la confianza de los habitantes de la España de aquella época. En el caso de la sentencia del procès no se trata de vencer solamente en el ámbito jurídico, sino también de convencer con la sentencia a la ciudadanía, mentes y corazones. Los españoles, al igual que buena parte de medios de comunicación internacionales, esperan con atención el pronunciamiento del Supremo.
Hasta ahora, desde un punto de vista normativo, el comportamiento de la justicia española, como el papel desarrollado por el Ejecutivo y el Legislativo ha sido implacable. Montesquieu podría, desde luego, estar orgulloso de la genuina separación de poderes existente.
Sin embargo, frente a la demagogia de los independentistas, hará falta algo más que enarbolar una sentencia que haga justicia con un comportamiento inconstitucional y delictivo. Será necesaria mucha pedagogía por parte del gobierno en funciones y el resto de formaciones políticas constitucionalistas para transmitir una imagen de unidad y cohesión que desarbole los intentos de división y otras malas artes que, a buen seguro, serán empleados contra ellas en el corto plazo desde las filas independentistas.
La maquinaria de la propaganda secesionista dispersará a los cuatro vientos la mentira de la existencia de ‘presos políticos’ y aprovechará el momento para volver a sacar a pasear el fantasma de Franco en los medios de comunicación internacionales. Por eso, el oportunismo de hacer coincidir el empeño del Gobierno en funciones con la exhumación del dictador y la sentencia del procès es un error estratégico que no ayuda, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras a la imagen de España. Muchos aprovecharán ambos hechos para relacionarlos, para buscar un nexo común que hace ya muchos años que realmente desapareció, para remontarnos 40 años atrás. Sin duda, gran parte del mérito hay que atribuírselo a Pedro Sánchez y a su visión de Estado.