Partidos políticos: enchufes y enchufados
Los cargos de confianza en política son necesarios. Suponen la contratación de personal que, además de cualificado, debe tener una serie de principios y valores, además de una disponibilidad extra en comparación con cualquier otro servicio. ¿A qué se debe esto? Principalmente a que la labor de un político no tiene horarios, desgraciadamente; a que en cualquier momento se hace necesario un gabinete de crisis y es preciso estar disponible, atento en cada momento a cualquier contingencia que pudiera surgir. Jornadas laborales en muchos casos interminables, saber guardar la compostura, trabajar sometido a presión y estar dispuesto a la mayor entrega y profesionalidad. Se abren muchos interrogantes en estas afirmaciones. Partiendo de la base de que la labor política debería, en mi opinión, ajustarse y someterse a veces a algún tipo de pauta que permitiera conciliar la vida “profesional” —entiéndase la dedicación que requiere la responsabilidad política— con la personal y familiar. Sería fundamental para poder tener una política mucho más “profesional”, así como perfiles que estuvieran dispuestos a participar en ella.
Además, por desgracia, no siempre se cumple el requisito de exigir una buena cualificación. En demasiadas ocasiones la “confianza” se entiende como requisito único, y en lugar de tener un excelente profesional que además está dispuesto a entregarse de una manera excepcional con tiempo y bajo presión, se tiene a lacayos que, en base a una lealtad mal entendida, sirven para generar ejércitos a sueldo de determinados perfiles políticos. Dicho de otro modo: a través de los cargos de libre designación se coloca a personas de dudosa capacidad profesional para desempeñar otro tipo de tareas que más bien suponen un trabajo distinto al que debería ser: tareas para las formaciones políticas, para captar fondos —como se está viendo en las tramas de la Lezo, Gürtel, Eres— o para sumar personas a una determinada “familia” del partido. Una manera de comprar lealtades y reforzar sectores orgánicos.
Es triste comprobar cómo cada vez más se degradan los puestos de confianza que en su día suponían plazas destinadas para perfiles que solían ser brillantes y que, además, tenían la capacidad de entender la realidad tanto gubernativa como de partido —con sensibilidad, discreción y capacidad de trabajo—. Saltan ahora los escándalos de administraciones varias en las que, a base de ir colocando a personajes con poca o ninguna cualificación, se han ido desmoronando las empresas públicas que han servido, por desgracia, en lugares ideales para camuflar a este tipo de personas. Recuerdo cuando en otros tiempos los asesores debían ser muestra de rigor, competencia, discreción y pulcritud en el trabajo. Lo recuerdo porque lo conocí bien en tiempos de Barreda, y de su antecesor, Bono. Ni una tacha, ni una sola posibilidad de comportamiento dudoso. El rigor exigido era máximo. También de Fernández Vara. Extremadura, concretamente, contaba con profesionales muy prestigiosos con los que, francamente, era extraordinario trabajar.
Los partidos se han devaluado: lo han conseguido a base de machacar sistemáticamente los mejores perfiles. No tienen mucho donde elegir, y al final, termina por desmoronarse lo que tanto esfuerzo costó crear. Lo que antes fue excepción —algún trepa enchufado— parece hoy ser la triste generalidad. Y es cierto: de los profesionales que conocí en su día y que formaban parte del cuerpo de asesores y personal de confianza, la mayoría están lejos de la política y de lo que, de alguna manera, pueda tener que ver con ella de manera directa. Aún quedan honrosas excepciones, ojalá vuelvan a ser la norma.