Nicolás Maburro tiene los días contados
Todos los grandes poetas vivos de Venezuela echan pestes en verso contra Maburro, sí, Maburro, mote con el que Carlos Homero —un espía culto con el que cuento en Caracas— asegura que la gente de su guapa capital denomina a ese mandril asesino de Nicolás Maduro. Incluso los raperos y amos del ripio, cantan que la sangre de Bolívar recorre las venas/penas de los venezolanos: “Señor Presidente, ¿qué pasa por su mente, no ve que en el país cada vez muere más gente?”. Pero este vil mandril, homófobo de tomo y lomo, como psicópata que es, no se inmuta y garantiza a sus sicarios que lo que no arregle con votos, lo arreglará con balas.
Así anda la que fuera rica y hoy es la pobre Venezuela, para la que hace poco Miguel Bosé exigió ayuda internacional. Según Homero, en Caracas ya nadie dice he comprado, sino he conseguido un pollo, un tomate o un pepino. El verbo comprar mutó en conseguir, siendo una hazaña obtener cualquier alimento en un mercado. Por no haber, sólo hay hambre al por mayor. Maburro ha convertido la economía de un país próspero en un puto desierto, donde las necesidades de la plebe se equiparan a la necesidad en sí. ¡Ojalá que Zeus mande a ese chamo de mierda al limbo y le sea devuelta a los venezolanos la paz!
El aterrador monstruo lanza desde la sombra a sus adeptos al crimen y cuando matan a un estudiante, plagia —muy mal, por cierto— esta fabulosa frase de Juan Rulfo: “Y dejó de pensar para morirse, antes de que él lo matara”, aunque la “madurada”, como todo desatino que vomita el mandril, genere asco: “Demasiada coincidencia que maten a alguien y al día siguiente esté muerto”. No sé si ZP, su ideólogo trincón, sugiere las imbecilidades y propone las revelaciones, pues soltar sandeces del calibre: “No dudé ni un milímetro de segundo”, o “Los envenenadores que le inocularon el cáncer a Chávez, mi Cristo, vendrán a inoculármelo”, son propias del bobo de José Luis.
Volvamos a los poetas vivos, veamos qué sufren con este animal de Maburro. Rafael Cadenas, premio García Lorca y Séneca en verso libre, nos lo resume así: “Pero el tiempo me había empobrecido. Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo. De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. El odio, como a mis mayores, me fortalecía. Para los muertos en mi tierra desearía la fuerza de los árboles”. La poesía joven también arde en el ‘Canto 14’ de Willy McKey, donde afirma que, en política, para la opinión pública resulta completamente prescindible la verdad, pues siempre se impondrá lo que parece que pasó por encima de lo pasó de verdad. Personas con la delicadeza de Carolina Herrera deberían contratar un francotirador ducho en abatir mandriles, que Venezuela merece volver a ser el gran país que era.