Napoleón hablaba de Pedro

Napoleón hablaba de Pedro

En su exilio forzado de Santa Elena, Napoleón escribió las ‘Reglas de Moral y Política’ que todo gobernante debería leer, esté presto al poder o vigilante del mismo. Vale su lectura tanto para Rajoy como para Sánchez. Ya sabemos que Iglesias y Rivera lo han leído, porque gustan de desafíos intelectuales comentados en prime time. Decía el menudo corso en dicho tratado que “el interés que dirige a los hombres desde un polo al otro les inspira un lenguaje que se aprende sin gramática”, una sentencia que define a los políticos de envoltorio que camuflan en paraguas de tacticismo su endeblez de ideas.

El nuevo Pedro Sánchez, recauchutado tras pasar por los boxes de la militancia, tiene claro que sus opciones por recuperar Moncloa para las vetustas siglas de Pablo Iglesias —el bueno, el fetén—, pasan por hacer un viaje de ida y vuelta ideológico, trayecto para el que renunciará primero a lo que fue hace un año para volver a ser lo que nunca ha sido. Me explico. Le veremos hablar en los próximos meses de plurinacionalidades allá donde Podemos le comió la tostada del crédito: País Vasco y Cataluña, rompeolas de imposturas que inunda de despechos el patio de monipodio nacional. Acto seguido, dándole continuidad al esperpento, hablará del socialismo de toda la vida allá donde no ha habido otra cosa que socialismo —Andalucía, Extremadura, Castilla La Mancha—. En la última escena, próxima a las elecciones, ya verán, volcará su discurso en atraer al votante centrado y centrista, ese que coyunturalmente votaba PSOE o PP según soplara el viento que agitaba sus bolsillos de contribuyente esquilmado, y que ahora apuesta también por la fresca regeneración venida, ¡qué cosas!, de un partido nacido en Cataluña.

O si lo prefieren, dejaremos en dos las fases que Pedro recorrerá en su viaje a la Ítaca monclovita. Girará primero sus mensajes hacia el sector más radical de izquierdas, ese que desertó de las siglas de siempre para irse con los nuevos hippies de la red, los millenials de la facu que molaban más porque les recordaban a ellos en el 68, entre cantos, marihuana y proclamas antiyanquis. Veteranos y noveles juntos en el recuerdo del viejo laurel progre. Cuando Tezanos y cía les digan que se han recuperado dos millones de votantes de esa izquierda podemita, será el momento de hacer el segundo viaje, esta vez al centro. Porque la centralidad política será un estado de ánimo, una tendencia de tópicos y de encuestas, lo que quieran, pero al final todos buscan el grial del votante moderado. A CETApé Sánchez, emulando a su predecesor hace tres lustros, le duele en sus redaños de izquierda que unos profesores titulares —él es asociado— vayan con la chaqueta de pana que le pertenece por derecho de pernada.

Pero hay que reconocerle a Pedro que los tiene bien puestos. Ha resistido el acoso del aparatchik y al grito de ¡a mí la militancia! se ha construido su propio dos de mayo en Ferraz. Ahora tiene el crédito del revolucionario que no desiste de su utopía. Siempre es difícil vencer a quien nunca se rinde. El Partido Popular no debería subestimar el fuego en los ojos del nuevo Barrabás socialdemócrata. Construir la izquierda del progreso cuando ésta solo piensa en avanzar hacia atrás es, sin embargo, el reto más importante de cuantos tiene el PSOE por delante. La tarea de recuperar casi siete millones de votos perdidos en ocho años pasa por hacer un ejercicio de camuflaje político sin parangón. Y en la nueva España travestida, ganará el político que mejor maquille su discurso y más caretas ponga a sus promesas. “Hombres hay que creen tener el talento de gobernar, porque se ven gobernando”, remataba Bonaparte en su libelo. Nadie imaginaba que estaba hablando de Pedro.

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