‘La mudita’ Paquita abrió el pico

‘La mudita’ Paquita abrió el pico

Pero no para comer, como exige la literal traducción de nuestro castizo dicho, sino para balbucear una serie de excusas minuciosamente preparadas por su letrado de cabecera, el tal Galindo de las Cortes, y su equipo, aunque hay que preguntarse qué equipo, dónde está su equipo, como no sea el sinfín de mamelucos asesores que le ha prestado Sánchez de La Moncloa para defender su sillón.

Sus explicaciones atropelladas, burdas, fueron contradictorias todas, tanto que algunas parecían destinadas directamente a ofender el sentido común de todos los españoles. El martes se refugió en que su nombre, Francina (nacida Paquita) Armengol no aparece en sumario alguno y que, en consecuencia, desde la literalidad legal nadie le puede acusar de haber transgredido responsabilidades políticas. Se olvidó, claro, de que sus pagos están siendo investigados en Europa. Pero, de parte de ella, nada que no se supiera de antemano. Dicho lo escrito, la mudita, como en las comedias antiguas, fuese y no hubo nada, porque si alguien pensaba que iba a declinar su puesto para el que fue elegida por Sánchez para perpetrar todas las anomalías parlamentarias posibles, estaba errado de medio a medio.

En el sanchismo nadie dimite, pero a todos los que Sánchez decreta se les ejecuta. Por ahora, sin embargo, el presidente fugado a Iberoamérica, Chile y Brasil, a un viaje absolutamente prescindible para abrazarse con sus congéneres, los leninistas impresentables Boric y Lula da Silva, no tiene la menor intención de terminar con la carrera sectaria de la mudita. Sería -tontos del haba, bondadosos, especuladores, todos- como prescindir del gran parapeto que le mantiene en Moncloa. Con Armengol fuera, su último paraguas institucional sería el Rey, que bastante tiene el hombre para preguntarse -digo- en qué mala hora se avino a acceder a la abdicación precipitada de su padre.

La mudita habló y ni siquiera se comportó como aquella Irina Alonso autora de un bodrio teatral, denominado precisamente así, que durante meses castigó el público de Buenos Aires (luego se vino a castigar Madrid) con un alegato contra el hombre depredador, sujeto, claro, de todas las maldades que se pueden cometer contra las mujeres porque ya se sabe que, a las alturas del siglo XXI bien entrado, tan cierto es que no hay fémina mala como que no hay varón bueno.

Naturalmente que en la probidad que sermoneaba Irina en su intragable pieza podría figurar por méritos propios Francina (nacida Paquita) que, no obstante y como presidenta de Baleares, cayó en dos pecados, eso tirando por lo bajo: comprar, primero, millones de «mascarillas quirúrgicas» que no pudieron colocarse en los hospitales porque no poseían la menor garantía de protección, y proclamar, segundo, que estos tapabocas aldeanos y tercermundistas gozaban de todas las trazas legales posibles, una mentira clamorosa porque no poseían la correspondiente licencia de importación y adquisición.

Un buitre de la Hacienda balear, el funcionario que metió a Jaime Matas en la cárcel, de apellido Burillo, ya acreditó en su momento que aquellos adminículos inservibles, los Francina, no acreditaban el correspondiente reconocimiento por parte de la Agencia Española del Medicamento. Ese documento sí lo exigieron las regiones de Castilla-La Mancha y Aragón que, escamadas por la golfa procedencia, decidieron no adquirir ni un solo ejemplar de los de la mudita que ella pretendía vender a más de 3 euros cuando no le costaban más allá de 0,60 céntimos. O sea, aroma de estafa por todos los sitios.

De forma desvergonzada en su momento, y para mayor inri, la administración de Armengol informó de que sus mascarillas podían ser útiles para «uso domiciliario» pero no para centros sanitarios, una propuesta que a los médicos de las islas les pareció una auténtica aberración y así lo proclamaron aun expresándose en el catalán obligatorio de Francina.

Todas estas menudencias descritas se completan, la cosa ya se sabe, con que la mudita pagó más de tres millones de euros después de haberse acreditado su falsedad protectora, un pormenor que, por sí solo, tendría que valer para que la señora en cuestión se alojara cuanto antes en el Centro Penitenciario de Palma de Mallorca.

La mudita habló en el Parlamento en su castellano incipiente y espasmódico, justificó sus actuaciones con tan poca seguridad que, tras oírlas, propios, algunos, y extraños, se dijeron: «Esto no le va a ayudar nada». Porque no, porque sus embustes primerizos no disfrazan la cruda realidad de una gobernante que, desde su puesto privilegiado, arañó de los bolsillos de sus convecinos unos milloncitos de euros. Ya se ha dicho que como aquí, con los socialistas en el poder, nunca pasa nada -y si pasa se le saluda y en paz-, no es probable que Armengol termine abandonado la regalía, nunca mejor dicho, que le otorgó su preboste de la mafia socialista, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

Será divertido y también obsceno, desde luego, contemplar cómo en adelante la mudita abre otra vez el pico para exigir a sus colegas diputados que guarden las formas porque en democracia, como ya lo tiene dicho, no vale todo. ¡Vaya momento! ¿Con qué autoridad se va a manejar la mudita en el Parlamento? Aunque tenga al lado al fiel escudero, el tal Galindo, ella se encontrará sola y sin cobertura, imponiendo educación y decencia a sus colegas de escaño. El Congreso de este modo se va a convertir en un sarao de verduleras en el que la baranda se ha quedado sin jerarquía alguna para presidir la gran institución democrática del país.

Desde el Parlamento informan repetidamente que no hay forma institucional que pueda alejar a la mudita de su situación, sólo hay una leve alusión genérica en el Artículo 171 de la Constitución que señala que los diputados «sólo podrán ser detenidos en caso de flagrante delito». Los presuntos cometidos por Francina guardan aparentemente todos ese jaez o ¿no es prevaricación comprar mascarillas sabiendo que cubren menos que un papelillo de fumar?

Únicamente con eso bastaría para abrir una instrucción penal a cualquier ciudadano español. La doctrina vale para todos nosotros, pero no para una militante socialista en comandita con Sánchez, el mecenas de la tribu. La mudita ya habló y lo hará poco más, apenas para decir la semana que viene en la próxima sesión de control de la Cámara Baja. «Señores diputados, comienza la sesión». Todo lo que no se ajuste a esta mínima alusión sufrirá de la incredulidad y la repulsa general.

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