La metamorfosis de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez

En las novelas de J. R. R. Tolkien o en las películas de Peter Jackson, conocimos a Gollum, esa criatura deformada que, escondida en una caverna, acariciaba el Anillo Único y lo llamaba «mi tesoro». Luego supimos que antes de robarle el Anillo a su primo, asesinándolo, había sido un hobbit llamado Sméagol. Una criatura bondadosa, amigable y pacífica que disfrutaba bebiendo cerveza y fumando en pipa. Pero el poder del Anillo transformó tanto su personalidad como su aspecto físico de forma idéntica a la metamorfosis que, en directo, estamos observando en Pedro Sánchez.

No sabemos si el presidente del Gobierno fue alguna vez una criatura bondadosa y amigable, la biografía que conocemos de él es sólo la de un trepa que no tuvo escrúpulos para casarse con la hija de un chulo de putas que le pagó la campaña para ganar las primarias del PSOE con el dinero sucio de la prostitución. Un personaje tan ambicioso y presuntuoso que fue capaz de encargar que le escribieran sus memorias cuando sólo tenía 47 años y tuvo el cuajo de llamarlas Manual de resistencia, no llevando aún ni un año en la Moncloa. Pero, al menos físicamente, el rapidísimo deterioro que estamos viendo en Pedro Sánchez se asemeja mucho al de Sméagol y Gollum. El, hace poco, joven, alto y apuesto secretario general de los socialistas españoles se ha convertido de repente en un señor mayor, desgarbado y muy malencarado, que se asemeja a la criatura deformada de El señor de los anillos.

En una carta dirigida a un obispo anglicano, el historiador británico Lord Acton dejó escrito en 1887 que: «El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos…». Se conoce poquísimo de las andanzas del joven Pedro Sánchez. En 2003, el año en que conoció a la hija de Sabiniano Gómez, dueño de las saunas y los puticlubs, Sánchez aún no era ni siquiera concejal del Ayuntamiento de Madrid, cargo que no alcanzó hasta un año después. Ambición desmedida ya tenía entonces, pero ese poder absoluto del que habla Lord Acton no empezó a acariciarlo hasta que, en 2017, se hizo con la secretaría general del PSOE por segunda vez, gracias al dinero manchado del sudor y de las lágrimas de las prostitutas explotadas por su suegro, y acompañado de Ábalos, Cerdán, Koldo y el ahora famoso Paco Salazar, ése que, según sus compañeras de partido, «se subía la bragueta en tu cara, escenificaba felaciones y pedía vernos el escote».

Existen miles de ejemplos de cómo el ejercicio del poder y de la autoridad sin control degrada la moral y la ética de las personas, volviéndolas proclives a los abusos y las malas prácticas. Esa corrupción de la que habla Lord Acton, es consecuencia directa de la forma en que Pedro Sánchez logró vengarse del Comité Federal del PSOE que lo echó a patadas la primera vez que quiso pactar con los proetarras de Bildu y los comunistas de Podemos, en octubre de 2016. Cuando en 2017 se hizo de nuevo con las llaves de Ferraz, arrasó con todo lo que había y se encargó de que, desde el último concejal del pueblo más pequeño, hasta cada uno de los miembros de su nueva Ejecutiva Federal, no quedara en el partido nadie a quien él no pudiera manejar.

Y a partir de ese momento ha venido manejando un poder absoluto que ha ido creciendo al mismo tiempo que cada uno de los casos de corrupción que ahora lo tienen enfangado hasta las cejas. Su esposa y su hermano, imputados. Su fiscal general, condenado. Sus dos secretarios de organización, enchironados. El presidente de la diputación de Lugo, José Tomé; el Secretario General de Coordinación Institucional de la Presidencia del Gobierno, Paco Salazar; la fontanera del PSOE, Leire Díez; el presidente de la SEPI, Vicente Fernández… la lista de corruptos que derivan del poder absoluto de Pedro Sánchez va a seguir creciendo hasta límites ahora insospechados. La deformada cara de Pedro Sánchez es el espejo en el que se refleja un alma corrompida hasta la náusea.

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