El mal perder de Sánchez
Tras más de un mes desde la celebración de las elecciones generales, Pedro Sánchez sigue sin reconocer la victoria del Partido Popular y sin felicitar, con ello, a Feijóo como ganador de dichas elecciones. Y si compara por bloques, tampoco ha ganado el suyo, ya que el PSOE más Sumar reúnen a 152 diputados, mientras que el PP más Vox suman 170, que son 172 al añadir los de UPN y CC, partidos regionalistas en el entorno del centro-derecha.
Hay que saber perder y hay que saber ganar, y Sánchez no sabe hacer ninguna de las dos cosas. Tampoco sabe parar -si tomamos el mensaje de despedida de su anterior director de gabinete, Iván Redondo: «además de saber ganar, saber perder, hay que saber parar»- y continúa en su huida hacia delante buscando los votos de un prófugo de la Justicia que completen el aquelarre de su Frankenstein, con los herederos del antiguo brazo político de ETA, los independentistas y cualquiera que esté dispuesto a alquilarle los votos de sus escaños para ser investido por un puñado -o cazuela entera- de lentejas.
Ese mal perder -en este caso, no aplica el no saber ganar, porque ha sido claramente derrotado- se manifiesta en su insistencia en que el «gobierno de progreso» ha ganado. ¿Qué gobierno y qué progreso? Durante la campaña, insistió en que Bildu no era socio de su gobierno. ¿En qué quedamos? Y en cuanto a progreso, ¿de qué progreso habla? ¿De ser los últimos en recuperar el nivel de PIB real anterior a la pandemia? ¿De haber retrocedido porcentualmente en PIB per cápita sobre la media de la UE? ¿De que haya montado un guirigay con los datos de paro registrado a cuenta de la conversión forzosa de los contratos temporales en fijos-discontinuos? ¿De habernos endeudado sin límite? ¿De tratar de anular el espíritu de sacrificio de los ciudadanos anestesiándolos con toda suerte de subsidios para tener su voto amarrado?
Ese mal perder se resume en su comparecencia tras ser recibido por el Rey en la ronda de consultas con partidos políticos, al decir que si Feijóo quiere ir a una investidura será un esfuerzo baldío, porque sólo existe la posibilidad de su «gobierno de progreso», y lo justifica diciendo en que tiene un suelo de 152 diputados y que desde él tiene recorrido para crecer.
Ese crecimiento para lograr la investidura sólo lo puede alcanzar prometiendo un referéndum de independencia de Cataluña y una amnistía, para los que necesitará el visto bueno del Tribunal Constitucional. Ahí residen sus esperanzas, en que Pumpido, el que dijo aquello de la toga y el polvo del camino, le encuentre una fórmula que reciba el visto bueno del TC aunque sea retorciendo la interpretación hasta la saciedad.
Mal está que Sánchez no reconozca que el PP ha ganado las elecciones y que él las ha perdido, ya sea en solitario o por bloques; mal está que esté dispuesto a aliarse con quienes quieren destruir España; pero ya es el colmo de la falta de elegancia, educación y buenos modales el tratar de ridiculizar a Feijóo por estar dispuesto a ir a una investidura como ganador de las elecciones. Elección como candidato que, por cierto, no correspondía decidir ni a Sánchez, ni a Feijóo, ni a ningún partido político, sino al Rey en el marco de sus competencias constitucionales, con el refrendo de la presidenta de Las Cortes. También aquí sus aliados de Podemos han criticado a don Felipe, cuando el proceder del Rey ha sido ejemplar e impecable.
Sánchez puede ser investido con todo su aquelarre destructor de España, pero no dejará de ser un mal perdedor que no es capaz de felicitar al ganador. Vencedor que tendrá la oportunidad -y eso es, probablemente, lo que a Sánchez le molesta de la investidura de Feijóo- de exponer un programa de Gobierno de vuelta a la normalidad y a la ortodoxia, como dique de contención a la deriva destructiva por la que Sánchez, para conservar la cabecera del banco azul, puede introducir a España con su conjunto de aliados, ya que estos últimos buscan el fin de la Nación española, la voladura del régimen constitucional y el derrocamiento de la monarquía parlamentaria.
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