Madrid, Mayo21: prohibido prohibir
Periodista: “¿Comunismo o Libertad?”.
Pablo Iglesias, candidato de Podemos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid: “Comunismo, qué cojones!”.
En una sola frase se contiene la esencia de lo que nos jugamos el próximo martes en este particular Mayo madrileño que será, sin duda, el mayo de España.
Habrá quien diga que hay otras opciones en eso que hoy llaman “las izquierdas”, que Gabilondo y García no representan la voluntad de Iglesias de implantar en la Comunidad de Madrid el régimen comunista, responsable de crímenes de lesa humanidad contra el que recientemente se ha pronunciado el Parlamento Europeo homologándolo con el nazismo y advirtiendo de que existen países en Europa en los que se sigue promoviendo el sistema totalitario que fue culpable de la muerte de millones de europeos.
Incluso habrá quien piense sinceramente que Gabilondo y García no son lo mismo que Iglesias. Pero la cuestión que debemos analizar no es si son lo mismo, sino si hacen lo mismo, si se comportan de la misma manera. Y eso, a estas alturas, es algo plenamente verificable. Por eso el veredicto –la decisión- teniendo en cuenta los hechos, lo que ya han hecho y lo que amenazan con hacer si consiguen el poder.
Iglesias y sus matones sin Sánchez no son nada. Iglesias no sería nada si el ministro del Interior no se hubiera encargado de ocultar a la opinión pública que el día 15 de abril detuvieron a dos escoltas de Podemos por actuar de forma violenta contra dirigentes políticos, contra ciudadanos pacíficos y contra policías.
Iglesias no sería nada si sus insultos, bravuconadas e incitación a la violencia no fueran acompañadas de una campaña del Gobierno de Sánchez –directora de la Guardia Civil incluida- que tilda de provocadores a las víctimas mientas oculta que los detenidos por ejercer la violencia contra la oposición política están en la nómina de Podemos.
Iglesias no sería nada si Sánchez no hubiera dado instrucciones a Gabilondo para que secundara su estrategia de tensar la campaña acompañando a Iglesias cuando este decidió abandonar un debate en la SER victimizándose por el hecho de que la candidata de Vox –tras condenar por tres veces las amenazas- pusiera en duda la credibilidad de un tipo que no dice una verdad ni bajo tortura.
Se dice ahora, con razón, que en España todo está peor desde que Iglesias llegó a la política. Pero para ser totalmente justos hay que recordar que Iglesias estaba en la política institucional desde el año 2014 en el que fue elegido miembro del Parlamento Europeo y que de aquellos años lo único que se recuerda es que le regaló al Rey la serie Juego de Tronos, porque su paso por Europa fue absolutamente anodino desde la perspectiva política. Si Sánchez no hubiera elegido como compañero de viaje a Iglesias para reforzar su pretensión de demoler el sistema del 78, Iglesias no sería nada. Sánchez le dio protagonismo porque a Sánchez le interesa tener a un tipo que mueva el árbol y que parezca el poli malo de la película; pero sin Sánchez, Iglesias no es nada.
Si Sánchez no hubiera decidido utilizar al vociferante Iglesias para reforzar su estrategia de dividir a los españoles, de confrontarnos entre nosotros, de volver a cavar una zanja entre las dos Españas, Iglesias no sería nada.
Si Sánchez no hubiera hecho un Gobierno de coalición con Iglesias, si Sánchez no hubiera “delegado” en Iglesias para reforzar sus acuerdos con los bilduetarras y con los golpistas de Junqueras y de Torra, Iglesias no sería nada.
Si Sánchez no hubiera limpiado la gestión de Iglesias al frente de las residencias de ancianos durante el primer estado de alarma en el que tenía competencias exclusivas, Iglesias no sería nada.
O sea, si la política en España está embarrada no es sólo ni principalmente por el hecho de que exista un personaje como Iglesias. Quien ha convertido a España en el hecho diferencial de la Europa democrática es Sánchez, ese hombre borracho de ambición, ese impostor que ha demostrado estar dispuesto a todo para conseguir y mantener el poder.
Por eso, a pocas horas de las elecciones en Madrid, cabe recordar que Iglesias es una apuesta de Sánchez, es el cómplice necesario para dividir a los españoles y liquidar la transición y la apuesta por el acuerdo y el reencuentro entre españoles que ella representa.
¿Y qué papel juega Gabilondo en todo esto? Pues ninguno. Como escribió Savater hace unos días en un artículo en el que avanzaba que su voto sería para Ayuso (a pesar de no haber votado nunca al PP y de costarle mucho), “que buen vasallo si hubiera un buen señor…”. Claro que lo importante no es cómo es el señor, sino el hecho de que Gabilondo ha asumido sin ningún tipo de resistencia su papel de vasallo. Gabilondo ha sido el hombre más humillado de esta campaña, un títere en manos de Sánchez/Redondo. ¿Cómo fiar tu suerte a un hombre que ha demostrado no tener respeto por sí mismo?
Y qué decir de la candidata médico-madre, cuya estrategia ha consistido en no destacar frente al humillado y al violento durante la campaña. Pero Errejón (“en Venezuela se come tres veces al día”) y García no serían nada sin un Sánchez que apoya su decisión de cerrar el Zendal o que tapa su feroz crítica contra Ayuso por distribuir mascarillas de forma gratuita cuando el Gobierno de España se las negaba a los ciudadanos y estábamos en el peor momento de la pandemia.
O sea que los madrileños eligen el 4M entre el modelo democrático que define y ampara nuestra Constitución en su Artículo 1:
- España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
- La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
- La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.
O el modelo que aplica y defiende Sánchez desde el Gobierno de España y que verbaliza Iglesias, su socio de coalición y su compañero de correrías: “Comunismo, qué cojones”.
Pues eso: Libertad para ser libres. ¡Prohibido prohibir!