Qué vida tan corta para una mirada tan larga
Si la muerte de Joan Mesquida sirviera para alumbrar el largo túnel de esta España cortísima de luces; si su ejemplo valiera para elevar la cabeza y otear el horizonte sin miedo a la embestida de los pilotos suicidas, su pérdida nos permitiría hacer del dolor virtud. Y, sin embargo, me invade una terrible sensación de desánimo. Se ha muerto uno de esos políticos que, en las actuales circunstancias, cabría calificar de estrictamente necesario. La amplitud de la mirada política de Mesquida trascendía a los clichés ideológicos. Era tan transversal que provocó el temor de los aprendices de brujo del sectarismo en vena. Fue consejero de Hacienda en el Gobierno del socialista Francesc Antich en Baleares, pero no se bajó nunca del carro de la normalidad lingüística ni le bailó el agua al nacionalismo populista cateto. Mesquida chocaba con los muros de la imposición dogmática por la sencilla de razón de que era reactivo al pensamiento único. Los de las luces cortas no eran capaz de ver más allá de su ombligo y Mesquida apuntaba más largo.
Fue director general de la Guardia Civil y de la Policía y su gestión estuvo marcada por la combinación certera de un sano patriotismo y un compromiso intelectual que ya no se estilan. Alcanzó la Secretaría de Estado de Turismo con Zapatero y cuando la relación del PSOE con el nacionalismo (hoy, indepedentismo) catalán pasó de castaño a oscuro, Joan Mesquida levantó la cabeza, oteó el horizonte y, sin miedo a la embestida de los pilotos suicidas, decidió cambiar de aires. Ingresó en Ciudadanos, donde llegó a ser portavoz adjunto en el Congreso.
Se ha muerto Mesquida jovencísimo: a los 57 años, tan temprano que, como en la elegía de Miguel Hernández, habrá que requerirle a las aladas almas de las rosas del almendro de nata, porque si había alguien con quien se podía hablar de muchas cosas, era con Joan. Lo obvio es decir que Mesquida tenía toda la vida por delante, pero como la obviedad es un pecado mortal, mejor subrayar que la vida que deja es un canto al pasado luminoso, ese que sabía proyectarse al futuro con la mirada larga. La España de hoy condensa todos los errores que el radar de Joan detectó justo a tiempo, en el preciso instante en el que supo que sus viejos compañeros emprendían el necio viaje hacia ninguna parte que nos ha llevado a este túnel negro.
He decidido bajar un rato a respirar antes de glosar la figura de un hombre que se ha ido sin darnos tiempo a preguntarnos si su muerte nos ayudará a encontrar el camino. Si su ejemplo sirviera para algo, la pena tendría algún consuelo, pero, honestamente, no le encuentro sentido. Así que sólo queda requerirle a las aladas almas de las rosas del almendro de nata. Simplemente para hablar de libertad.