Iglesias cambia las urnas por el terrorismo callejero

Iglesias cambia las urnas por el terrorismo callejero

La mayor parte de los medios nos presentó a Pablo Iglesias como la quintaesencia del regeneracionismo, como el macho alfa que iba a limpiar una casta política carcomida por la corrupción y el nepotismo, como el político más moderno, demócrata, pacífico y, ojo al dato, feminista que vieron los tiempos. El líder 4.0. Esa insistencia del 85% de los medios, alentada por Soraya Sáenz de Santamaría para hacer numéricamente inviable la vuelta del PSOE a Moncloa, provocó que un no muy duchado don nadie llegase a hacerse con 71 diputados en el Congreso que se dice pronto. Lo nunca visto en la Europa seria. Un comunista de extremísima izquierda, tanto que a su izquierda ya no hay nadie, jaleado, blanqueado y aupado por los medios de comunicación del establishment, el Gobierno de España e intuyo que también por los servicios de inteligencia.

Claro que también hubo quienes, decentemente, más solos que la una, pasándonos por el arco del triunfo el diktat sorayesco, optamos por la deontología periodística y ciudadana. Y contamos, cantamos y probamos que había percibido más de 7 millones de la narcodictadura venezolana a través de órdenes de pago firmadas por el mismísimo Hugo Chávez. También desvelamos que disponía de una cuenta con 272.000 dólares en el paraíso fiscal de Granadinas, regada por la satrapía venezolana y abierta escasas semanas antes de esas elecciones europeas de 2014 que supusieron su tan increíble como definitivo salto a la fama.

Mi compañero Fernando Lázaro publicó el 30 de junio de 2014 un scoop que desacreditaba y situaba como unos auténticos irresponsables —siendo elegantes porque yo les llamaría lo que todos ustedes pueden imaginar— a quienes mediática e institucionalmente le respaldaban: “Iglesias ayudó a la red de apoyo a presos de ETA”. La prolija información, basada en informes policiales aportados a la Justicia, identificaba a Iglesias como el esencial quintacolumnista del entorno de la banda terrorista en Madrid. Una noticia que, pese a su indudable valor informativo, no constituyó tanta sorpresa para los pocos que llevábamos alertando de un delincuente que loaba explícitamente a ETA “por ser la única formación que se dio cuenta de que la Constitución era una continuación del franquismo”. Otra de sus perlas sobre los asesinos de 856 españoles hubiera sido motivo más que suficiente en una democracia de calidad para anatematizarlo institucionalmente de por vida: “Hay otra forma de entender la política: entenderla como boxeo, entender que la paz no es más que el resultado de una guerra. Así entendieron en ETA la política”.

Ese macho alfa limpio como la patena, regenerador, demócrata y feminista ha resultado ser la antítesis de lo que nos vendieron los mayoritarios medios filopodemitas y exactamente lo que, con pruebas en la mano, denunciamos hace seis o siete años unos pocos periodistas que podríamos contar con los dedos de las manos y nos sobraría unos cuantos. De su condición de mangante de tomo y lomo había y hay pruebas para dar y tomar: el pastizal que le han regalado dos sangrantes tiranías, Venezuela e Irán, la cuenta offshore de Granadinas y el arsenal de revelaciones de un hombre honrado, José Manuel Calvente, que salió de allí por patas al comprobar que la cúpula de Podemos era éticamente idéntica que la del PP de Gürtel y que la del PSOE de Filesa.

El casoplón destapado en exclusiva por OKDIARIO fue el principio del fin del tipo que decía venir a resucitar nuestra democracia

Espero que algún siglo de estos Hacienda le pida cuentas por comprarse una casa de 1,2 millones de euros por 670.000. Las cuentas no cuadran. No estaría de más que le visitasen unos inspectores como, por cierto, harían con cualquier Juan Español de la vida. El casoplón destapado en exclusiva por OKDIARIO fue el principio del fin del tipo que decía venir a resucitar nuestra democracia pese a que su única obsesión ha sido y es resucitar su cuenta corriente. Otra duda metódica: ¿cuántos españoles tienen 111.000 pavos en su cuenta corriente como él? ¿Cuántos 107.000 como su enchufada compañera sentimental?

Que era Cornelio Nepote en versión chuscamente posmoderna lo demuestra el hecho de que colocó de ministra a su compañera sentimental en un acto de enchufismo que deja reducido a la condición de juego de niños el de una Ana Botella que llegó a la Alcaldía de Madrid porque Gallardón se las piró rumbo al Ministerio de Justicia, no porque lo hubiera impuesto José María Aznar. Que es un machista salvaje lo archicertificó este periódico al publicar ese chat interno de la cúpula de Podemos en el cual aseguraba que “azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase”. Los que aún albergaban dudas pudieron despejarlas cuando nuestro protagonista ofreció desde la tribuna de oradores de la Cámara Baja su despacho a Andrea Levy “para que se entienda con el diputado Miguel Vila”. Anteayer, por cierto, una antigua alumna de esa Facultad de Políticas de la Complutense que habría que democratizar o cerrar se sinceraba con la vomitiva historia que padeció a manos del candidato a la Comunidad de Madrid en un bar de copas:

—Me dijo textualmente: “Voy al baño a refrescarme, te espero ahí”—.

Así se las gasta el apóstol de la Igualdad.

Y también lo retrataron como una suerte de Mahatma Gandhi, eso sí, con pendientes batasunos, coleta andrajosa y un poco de joroba. Que era un macarra, un chulo de tres al cuarto, un violento furibundo pese a ser un enclenque, lo percibimos más allá de toda duda razonable en ese vídeo de ¡¡¡2012!!! en el que con voz orgásmica mostraba su “emoción” al ver cómo una turba pateaba a un antidisturbios que defendía la sede de la soberanía popular de la Carrera de San Jerónimo de los violentos de ese Rodea el Congreso que en el fondo era un Asalta el Congreso. O cuando en un mitin planteó “dejarse de mariconadas [sobra decir que también es un homófobo]”: “Vamos de cacería a Segovia a aplicar la justicia proletaria, que es lo que se merecen unos cuantos”. O cuando pidió “disculpas por no romper la cara a todos los fachas” con los que “discute en televisión» en perogrullesca referencia al arriba firmante.

Hace ya meses que perdió definitivamente el oremus al pasar de insultar, injuriar y calumniar casi en exclusiva a un servidor para tirar a matar a todo lo que se mueva en contra suya, se llame Ana Rosa Quintana, Vicente Vallés, Paco Marhuenda, Federico Jiménez Losantos o Antonio García Ferreras por no echarme de La Sexta como él exigía. Un error estratégico que confirma mi tesis: no es tan listo como nos lo vendían sino más bien un zoquete matoncillo. Los medios cómplices y los mediopensionistas se le han puesto en contra o, al menos, no le cuidan o atienden como antaño. Consecuencia: ya nadie le hace jiji-jaja y la legítima a la par que necesaria crítica periodística se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Consecuencia de la consecuencia: la intención de voto cae a plomo, Podemos es el Titanic en versión política made in Spain.

Que ya ha cambiado la vía de las urnas por la del terrorismo callejero lo constatamos el pasado miércoles en Vallecas

Visto que lo de conseguir democráticamente su objetivo, una dictadura o autocracia comunista, es física y metafísicamente imposible, ha optado por dar un giro a su vida. A su carrera política. A su modus operandi. Buscar el enfrentamiento civil. El primer botón de muestra lo tuvimos en Coslada cuando se fue directito a por cuatro armarios neonazis que le pedían ejecutando el saludo fascista que se largase de su barrio. Una protesta de pitiminí. Lo que los periodistas aún afectos a la causa vendieron como un escrache a Pablo Iglesias fue en realidad un acoso matonil de un fascista de izquierdas a otros cuatro fascistas de ultraderecha —eso sí es ultraderecha y no Vox—. El marqués de Galapagar se fue a por ellos en lugar de pasar de ellos, que es lo que haría cualquier político demócrata no pendenciero. Eso sí: se les encaró y les dijo de todo y por su orden rodeado de cuatro o cinco escoltas y una decena de antidisturbios.

Que ya ha cambiado la vía de las urnas por la del terrorismo callejero lo constatamos más allá de toda duda razonable el miércoles en Vallecas. Juan Carlos Monedero, al que la joven a la que el baboso profesor Iglesias invitó a ir al baño llama “la hipotenusa”, instó a acallar el mitin de Vox con canciones antifascistas y a desinfectar el suelo con lejía al día siguiente. Su jefe atacó el jueves sin cuartel a las víctimas de una descomunal lluvia de adoquines de 6 ó 7 kilos, piedras y botellas que algún día se cobrarán un muerto y las situó en el lado de los victimarios: “Las imágenes son inequívocas, se ve a un ultra lanzar objetos contra los vecinos y a Abascal romper el cordón policial junto a sus matones para provocar una carga”. “Vox”, prosiguió el tipo que ahora trinca una pornográfica pensión de ex vicepresidente de 5.316 euros mensuales, “seguirá haciendo apología del terrorismo, reivindicando el franquismo y promocionando la violencia. Y lo hará con el apoyo del PP”.

Que estaba, está y estará del lado de esos terroristas callejeros denominados “antifascistas”, o por su apócope, “antifas”, lo leímos ese mismo jueves: “Frente a su odio, su violencia y sus provocaciones: democracia, justicia social y derechos humanos. Antifascistas siempre”. Blanco y en botella. Ni una condena a la treintena de heridos que sus subordinados provocaron entre los miembros de las UIP desplazadas a Vallecas y entre los militantes o fans de Vox. El diputado por Guadalajara Ángel López fue atendido en el hospital tras recibir una pedrada en la mano. Las imágenes de un muchacho cuya cabeza sangraba cual cordero degollado despejan las ruines dudas desatadas por Iglesias y sus machacas mediáticos. Tal que ese tal Maestre que agredió a un cámara y a ese armario empotrado que es un Bertrand Ndongo que, al igual que Ignacio Garriga, desmiente por la vía de los hechos el racismo en el que los medios han clasificado al partido que preside Abascal. Un tal Maestre que va de bad boy de la NBA por la vida pese a medir 1,70 y estar pasadito de peso.

Por si aún quedase alguna duda, basta leer lo que escupió el cayetano argentino Echenique, el indeseable que tildó de “ketchup” la sangre que manaba de la cabeza de la diputada verde Rocío de Meer durante un acto en la localidad vizcaína de Sestao: “Hoy unos pijos han ido a Vallecas a intentar provocar a los vecinos con bravuconadas. Éstos les han recordado pacíficamente el poco amor por el trabajo que tiene su jefe y él se ha ido a por ellos para provocar una carga”. Hace falta ser muy golfo para pervertir la realidad de esa manera: lo único que hizo el presidente de Vox fue medir los 18 pasos, esto es, los 18 metros que les separaban de los terroristas callejeros que clamaban por un nuevo Paracuellos, ese episodio de la Guerra Civil en el que el comunista Santiago Carrillo ordenó ejecutar sumariamente a 6.000 personas. Lo imprescindible cuando el ministro del Interior manda menos efectivos de los necesarios y cuando ordena a los que van que no toquen a los violentos antifascistas. Irena Montera fue igual de embustera pero más infantiloide. Como es ella: “Los vecinos de Vallecas defienden su barrio del racismo, el machismo, la lgtbifobia [sic], del odio al pobre”. Justificaciones del comportamiento de sus antifas del alma, unos facinerosos que el día menos pensado tendrán el muerto que están buscando.

El delincuente ex vicedelincuente ha vuelto al punto de partida: el matonismo, la violencia como argumento político, la intimidación, el silenciamiento forzoso del adversario y ese mix de fascismo y estalinismo que jamás escondió en sus inicios y que el 80% de los medios blanqueó. Como es consciente de que jamás llegará al poder por las buenas, vía urnas, lo intentará por las malas. Es la resurrección del Pablo Iglesias de ese vídeo de 2013 tan revelador como acongojador: “Hoy cabría preguntarse si lo que perdió ETA en su guerra contra el Estado lo podrá recuperar la izquierda abertzale ganando elecciones y poder institucional. Hay quienes pensamos que lo que se pierde en los campos de batalla no se gana en los parlamentos”. La historia vuelve a repetirse pese a que algunos pretendieron que la olvidáramos.

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