El horizonte del constitucionalismo es lejano en Cataluña

El horizonte del constitucionalismo es lejano en Cataluña

La mítica película de Anthony Mann, plasmando las dificultades de la caravana hacia el Oeste que cuando llega a destino se encuentra con que nada es lo que en principio parecía ser, nos sitúa ante escenarios posibles que va a tener que tener en cuenta el constitucionalismo en Cataluña si quiere llegar a buen puerto. Acabamos a asistir a la formación de dos gobiernos que, salvando las distancias, porque uno es el Gobierno de España y el otro el de una comunidad autónoma, es decir, el de Cataluña, han estado llenando las páginas de los periódicos y los espacios audiovisuales por las singularidades que, en cada ámbito, se están pergeñando.

Uno, el catalán, situado en la línea más radical del secesionismo, presidido por una persona que en cualquier país europeo habría sido excluida de la vida política por sus propios correligionarios —salvo que fueran y pensaran como él— y que, nada más tomar posesión sus consejeros y, en consecuencia, levantado el art. 155 CE, se estrena con simbolismos que a nada conducen. Se estrena con la resurrección de la web del procés, más dirigida si cabe al enfrentamiento con el régimen constitucionalmente establecido, amén de una exposición en Bruselas que, con el título “55 urnas por la libertad” rememora el golpe iniciado con los plenos de la vergüenza del 6 y 7 de septiembre pasado, jalona y ensalza “el mandado del 1 de octubre” y muestra a las claras la tónica que va a presidir la actuación de ese Gobierno que quiere dirigir su caravana hacia una república imposible donde las cosas no van a ser ni de lejos las que apetecen.

¿Va a ser consciente el otro gobierno, el Gobierno de España, de que a pesar de ciertos mensajes en pro de “bajar el souflé” emitidos por un sector del golpismo, quienes han tomado el timón en Cataluña, aún a costa de marginar a sectores que les han sido proclives desde un catalanismo cultural que ha abrazado interesadamente al secesionismo y que ahora quiere dar marcha atrás en algunas cosas, no piensan virar hacia el único punto del horizonte donde se evitaría el naufragio? Los signos emitidos desde Moncloa, especialmente con la designación de un Gobierno en el que destacados componentes mantienen posturas decididamente democráticas y en el línea con el Estado de Derecho, parece que pueden indicar la posibilidad de que, dentro del marco constitucional y europeo, puedan encontrarse vías de reconducción de la áspera vida política y de la tremenda fractura social en la que el secesionismo ha sumido a Cataluña. Se habla de “diálogo” y, en este punto, hay que recordar lo que siempre se ha dicho desde el constitucionalismo, que el necesario diálogo sólo puede existir en el marco de la Constitución y la ley.

El constitucionalismo, pues, no lo tiene fácil en Cataluña. No lo ha tenido fácil nunca. Por el drama de la falta de acuerdos de Estado entre los grandes partidos y porque desde el Gobierno —los anteriores gobiernos, y entre ellos el inmediatamente anterior— se ha estado más pendiente de lograr atemperar al secesionismo que de garantizar los derechos de una ciudadanía que, desde el constitucionalismo, ha resistido y resiste con grandes dificultades el totalitarismo que se ha querido instaurar desde que algunos decidieron, ya en los 80, “recatalanizar” Cataluña.

¿Cómo va a afrontar el nuevo Gobierno de España el diálogo con Cataluña?

Si no tiene en cuenta que Cataluña somos todos, que no puede identificar a Cataluña con el nacionalismo secesionista y que la mayoría de la población con derecho a voto nunca ha dado su confianza al secesionismo, poco va a mejorar el mal llamado “problema catalán”. La designación como ministros de personas que conocen muy de cerca la realidad de la complejidad sociopolítica y económica de Cataluña puede ayudar en este ámbito, mal que le pese al secesionismo, que ha recibido con indisimulado desagrado tales nombramientos. Lo que indica algo que en múltiples ocasiones ha sido ya advertido: que no se puede contentar a quienes no desean ser contentados.

No creo que los próximos meses sean meses de grandes cambios. Sí de la realización de, en terminología de Jean Monnet, pequeños pasos que permitan ir en la buena dirección. Múltiples organizaciones, clubs de debate o brigadas de acción han eclosionado en el constitucionalismo catalán. Esa sociedad que ha estado silenciada durante tanto tiempo busca todo tipo de resquicios para hacer oír su voz, para exponer sus necesidades, para contribuir a la gobernanza en democracia. Esa sociedad busca complicidades en el resto de España y en Europa, intentando contrarrestar el “relato” del secesionismo y haciendo que aflore esa rica complejidad, ese mestizaje, ese crisol que a lo largo de muchas décadas ha forjado una Cataluña que quiere continuar siendo, también, española y europea, desde la modernidad, la razón y la pluralidad.

El constitucionalismo necesita, en Cataluña, en España y en Europa, del refuerzo de esas complicidades que tuvo antaño, adecuándolas a las nuevas necesidades. Sabemos que el horizonte está, todavía, lejano. Pero hay que hacer de la necesidad virtud y redoblar los esfuerzos para lograr que la caravana, ésta fuera del cine, llegue bien a su destino.

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