Los hombres públicos no tienen vida privada

Los hombres públicos no tienen vida privada
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Tampoco las mujeres. Por razones obvias huyo para el caso de este adjetivo. En España los usos democráticos son horteras, menestrales del más bajo rango. Ahora, con ocasión de las suculentas vacaciones de Pedro Sánchez, también en menor medida del Rey por qué no decirlo, se ha vuelto a resucitar una vieja polémica: ¿Tienen derecho los personajes públicos a una vida privada? En el mundo anglosajón, europeo, el debate está resuelto. Ejemplo: a un ministro alemán le puso Merkel de patitas en la calle porque había utilizado un medio del Patrimonio, concretamente un avión, para llevarse a su señora a Italia. No duró ni un minuto. Recuerdo un titular del Bild: “Usted tiene que irse”. Y se fué. Mejor, le echaron. Atención a la diferencia: el aún presidente español, el “jetaveraneante”, acaba de decir sin que la color se le suba al papo: “Nuestro turismo tiene que ser menos dependiente del avión”. Y lo advierte él que se ha largado a Lanzarote en un jet de todos los españoles, que, en pleno estiaje y nada más asentarse en La Moncloa se subió en un Falcon para asistir como un rapero a un concierto en Benicásim, él también que en unos días dejará la isla para llegarse a Doñana, y él, que para terminar sus vacaciones recorrerá África, de norte a sur, de Egipto a Sudáfrica, con parada y fonda en Kenia, para que su mujer, una indocta de tomo y lomo, practique su sapiencia como directora de un ingenio inútil que atiende por “Centro África”, en donde le ha situado una escuela de Negocios, que ellos sabrán por qué.

No hay nadie en nuestro país mejor cualificado para sorprender con una memez como la antedicha. Es él: Pedro Sánchez y Castejón, creo que se llama de segundo apellido. Lo increíble es que muy pocos atrevidos de la Nación se hayan ocupado de esta enorme transgresión democrática. Nuestros teléfonos, eso sí, están plagados de ocurrentes memes dedicados al pirata de los aeroplanos, y en nuestras playas, los fanáticos del tostadero, se hacen lenguas con  este individuo desahogado que un día se llevará -ya que ahora estamos en eso- el Guernica a la Moncloa para hacer del cuadro el pivote y estandarte de su abominable ley de revancha histórica. Acabo de escuchar en un bar de Santander (uno de los muchos que se ha querido cargar el inefable Revilla) esta conversación entre dos sujetos de apariencia cultural: “A este tío (Sánchez) no hay quien le pare, se va a Lanzarote con sus amigotes, su señora y sus dos párvulas y dicen que eso es cosa suya, cosa particular”. Su interlocutor, reposado, le ha contestado: “¡Bah!, al lado de las cosas que está haciendo…!”

O sea, sólo el pecadillo venial de un aprovechado. La escena retrata a la perfección la apostilla del principio: en España usar medios públicos para jugar, o cosa así, al baloncesto en nuestra isla de ceniza, es un menester de escasa importancia; sólo merece un muñequito haciendo piruetas en Internet. Claro está que barrenar el sistema MIR, que es de lo mejor que ha funcionado bien en los último treinta años, o atizarle un impuesto a Díaz Ayuso y a los madrileños porque nos caen gordos y encima “tienen la desfachatez de no votarnos”, son canalladas de más alto voltaje. Claro, pero ¿qué decir de un español que se vaya a “okupar” una mansión ministerial porque le han desahuciado de su domicilio? A la cárcel con él. Sin más miramientos.

O sea, que no sólo se van de viaje para sestear en casonas que pagamos con  nuestros impuestos, sino que, a mayor abundamiento, se justifican afirmando: “Son nuestras vacaciones, tenemos derecho a descansar sin dar explicaciones”. Pues, de verdad, a un porcentaje muy amplio de convecinos el asunto les parece pintiparado, una trivialidad porque “pobrecillos, tienen derecho a tomarse un reposo”. Tienen derecho con dos condiciones: la primera que si no están en un acto oficial o de representación, se lo paguen ellos; la segunda, que los gobernados, nosotros, queremos saber dónde están, con quién están, qué hacen porque, al fin, no son más que nuestros empleados a los que pagamos un rico sueldo. Y esto vale a granel: del Rey abajo, todos. Causa una pereza infinita  denunciar que ellos, porque lo han querido así, no tienen vida privada. Lo siento: son las reglas del juego. Si quieren intimidad y discreción que las saquen de sus cuentas corrientes, de ninguna manera de las nuestras.

Produce bochorno recordar un principio que es  norma consuetudinaria en casi todos los países de la Unión Europea. Desde luego en Estados, donde, como cojan a un candidato a sheriff de cualquier Condado zampándose una hamburguesa a cargo de quien se la cocina o se la sirve, le quitan la estrella entre el escarnio general. Aquí, no; los memos nos quedamos en los memes, pero, eso sí, tronchantes porque en España hay más humoristas que perros, que ya es decir. Los aprovechateguis se mofan de nuestra incapacidad de reacción, si la tuviéramos, hoy la mansión de Sánchez en Lanzarote, estaría diariamente cercada por la protesta general. Eso: como hacían los perroflautas de Podemos, ahora en el Gobierno con mil asesores de sopa boba, cuando iban a revolucionar la España de Rajoy sumida en una insoportable corrupción. Produce vergüenza. Únicamente algo positivo: no nos manifestaremos contra ellos, pero ya no suscitan ni asco, solo risa a borbotones.

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