¿Golpe de Estado? Fraude descomunal

Golpe Estado

Para no mojarnos, o aparecer como conmilitones de los exaltados, resumamos la situación tras la investidura de Pedro Sánchez en cuatro preguntas: ¿Cómo enjuiciar la opinión de los jueces que han opinado que lo que vivimos es una «abolición del Estado de derecho»? ¿Es aceptable en Europa que en un Gobierno legítimo negocie «en el exilio» (término utilizado por los secesionistas) con unos fugados que intentaron -estos, sí, sin duda- un golpe de Estado mediante la sedición? ¿Cómo calificar a quien ha acordado con los separatistas la quiebra del Artículo 14 de la Constitución que dictamina la igualdad entre todos los españoles? O, por no cansar: ¿los países de la Unión Europea asumirían el chantaje de quienes le espetan o «nosotros o la revolución»?

Son interrogantes que, probablemente, conducen a una calificación suave: involución antidemocrática, fraude descomunal. U otra ciertamente radical: golpe de Estado. La pregunta es si, en el actual estado de cosas, la diferencia entre unas y otra adjetivación es muy grande o simplemente de plastilina para manejarla al gusto de cada quién.

Lo cierto es que después de la nueva investidura de Sánchez ha empezado, como bien lo dice él mismo, una nueva etapa; o, por mejor decir, se ha perpetrado un giro copernicano en nuestra vida institucional, ha acaecido un cambio de régimen. Ya la Constitución de 1978, tan celebrada antes pero que costó sudores el acordarla, ha quedado contra las cuerdas, como los boxeadores sonados, herida en sus más modestas entretelas y, lo que es peor, sin un futuro que pueda presumirse como halagüeño. El Tribunal Constitucional, órgano encargado de defenderla en su integridad, está dispuesto a acabar con ella, con su presidente Conde-Pumpido de matador.

Todo esto admitiendo el chantaje de los independentistas; o sea, sólo un dos y medio por ciento de la población electoral de España. En la primera jornada de la investidura del imperturbable Sánchez -eso es cierto, a él todo le importa una higa- se produjo un incidente revelador: la lideresa de Junts, antes Minoría Catalana, Míriam Nogueras, exigió una rectificación en toda regla al candidato a la Presidencia porque no le había gustado como había acreditado el procès. Nunca un diputado había efectuado tal chantaje a todo un aspirante a la Presidencia. Eso de «o cambias de verbo públicamente o no te voto» quedará para la historia de las humillaciones parlamentarias más insoportables.

Pero ha sido únicamente una muestra de lo que castizamente se puede representar como «¡Eh! ¿quién manda aquí?». Es tal el cinismo, en el mejor caso el angelismo de algunos socialistas que, por lo bajini, como de rondón y mirando a los lados, confiesan: «Pero no te precupes, Pedro les va a lidiar». Lo cual es tanto como interpretar que quieren decir que también les va a engañar clamorosamente a sus socios separatistas. Lo que ocurre es que estos, la citada Nogueras o el rufián Rufián ya han advertido al chantajeado que ¡ojo!, que con ellos no se juega. Los cafeteros de Sánchez piensan sin embargo que sí, que les va a torear y, si llega el caso, matar a estoque. Al final -suspiran- todo este inmenso desastre, este barrenamiento de la España constitucional, la destrucción en definitiva de la España milenaria, se va a quedar en agua de borraja.

Ojalá los boboncios socialistas puedan tener razón y Sánchez, aparte de mentir a los forajidos de Puigdemont como a niños de teta, revierta la situación de inferioridad en que se halla y les convierta en sus nuevos siervos. Pero, la verdad: la maldad del tipo da para mucho, pero ¿para tanto? El cronista no lo cree.

Sánchez se ha tragado todo un parque de sapos, convencido de que, como avisó siempre su antecesor en el PSOE, Felipe González: «Llueve mucho, ya escampará». Tal y como hemos afirmado, tiene controlado el fielato por el que debe ser pasada la Ley de Aministía, el Tribunal Constitucional; cuenta, a mayor abundamiento, con el apoyo condicional de sus indeseables socios y no cree en absoluto que, como bien afirna un periodista con tierra antigua en las botas: «Su Gobierno y él mismo vayan a tener que ser prorrogados mes a mes».

De nuevo se encuentra con el periódico más influyente del país en sus manos, el Boletín Oficial del Estado, y con los Presupuestos que posiblemente le lleven hasta 2025. Estos meses que ha permanecido en funciones ha tirado de la chequera del erario como si fuera un auténtico presidente real, lo que en cualquier país con decencia sería llevado a los tribunales. Es tal la indignidad del personaje que convocó unas elecciones generales sin el trámite obligatorio de escuchar a su propio Consejo de Ministros reunido en pleno. Pero este tipo de minucias a nadie parece interesar.

Porque es tal la magnitud y la trascendencia del fraude que ha cometido con su nueva investidura que sus irregularidades pequeñas resultan nimias. ¿Golpe de Estado?, ¿involución antidemocrática? Los españoles de a pie estaremos avergonzados el próximo miércoles cuando el Parlamento Europeo debata en Pleno si España es o no una democracia, cuando nos examine de primero de Constitución. Los más viejos del lugar recordarán el escrupuloso escrutino a que nos sometió ese mismo Parlamento cuando estábamos en el trance de ingresar en aquel selecto club. Ahora, el Pleno se celebra cuando los eurodiputados están contemplando la revuelta social, la hartura general de la Nación ante las fechorías de su presidente del Gobierno.

El desasosiego alcanza tal grado de tensión que todo puede ocurrir, desde luego lo más lamentable. El único culpable se llama Pedro Sánchez. Todo lo que él representa hay que protestarlo en masa sin regalar un día de asueto al individuo. Empecemos este sábado. ¿Golpe de Estado? ¿Fraude descomunal?¿Involución democrática? Es la misa cosa. Sánchez Pérez-Castejón, en todo caso, es el artífice.

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