Genocidio contra la verdad

Genocidio Sánchez

Cuando iniciaba mis estudios de Historia, terminando el siglo pasado, la mayoría de historiadores bebían de la comunista escuela que adoctrinaba Manuel Tuñón de Lara en la España que aceptó sin rechistar las leyes de educación socialista y el primer revisionismo histórico, primero de los muchos que sufrimos como sociedad desde entonces. En aquellos tiempos, la guerra civil se contaba desde la visión que la LOGSE impuso sin oposición, y de los conflictos internacionales se informaba a partir de los límites y patrones morales que la izquierda consideraba relevantes. Las mentiras que hoy recibimos sobre la guerra en Gaza las escuchaba yo en boca de docentes de puño en alto y doctrina fértil sobre las matanzas de Sabra y Shatila. Aquellos asesinatos a palestinos en Beirut por parte de la falange libanesa se debatían en clase sin dar oportunidad al intercambio de ideas. Porque el malo siempre era Israel.

Recuerdo a un profesor negarme en plena refutación de doctrina que aquellas matanzas fueron la respuesta al asesinato que los terroristas palestinos de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) perpetraron contra los cristianos maronitas libaneses y otros ciudadanos inocentes. La verdad no (le) importaba. Él estaba ahí, no para enseñar historia, que lo hacía a medias, sino para instruir en la moral adecuada a los alumnos. Ha pasado mucho desde aquellas discusiones que se acababan desde la auctoritas impuesta por quien amenazaba al discrepante con un verano de estudio. El germen de la mentira, la intoxicación y el bulo sigue vigente en las aulas españolas.

Poco después de aquella primera experiencia de instrucción progre, vino la guerra de Irak. Y la infoxicación, continuaba. Nos obligaban a parar las clases los mismos que no acudían a ella, por culpa de una guerra que ni entendían ni les importaba, como la actual en Gaza. Pero vieron la oportunidad de contaminar de engaños y fraudes a esa población que consideraba entonces -aún hoy- que la izquierda representa el pacifismo y la derecha la guerra. En ese tablero moral que han ocupado y expropiado, los zurdos de uno y otro lado del mundo escenifican una preocupación por el pueblo palestino sólo cuando pueden rentabilizar su tragedia, porque los derechos humanos les importan de manera fija discontinua, como los datos y la verdad. Ahora repiten «genocidio» como un moderno «no a la guerra», mantra tan falso como resultón con el que quieren aliviar sus conciencias de pesebre y manifiesto.

Lo que sucede en Gaza no es un genocidio, porque no hay un dolo manifiesto para exterminar a una población palestina que no ha dejado de aumentar en dicha región y en Cisjordania en las últimas décadas. Tampoco hay una negación de la necesidad de constituir dos estados, plan que siempre han auspiciado todas las partes (Israel, Estados Unidos, Unión Europea y ONU) salvo la palestina. Porque en Palestina no hay democracia, algo que obvia a sabiendas la siniestra hiprogresía, sino un régimen de terror que lleva desde 2006 sometiendo a la población a una pobreza controlada, a la que utiliza como escudos humanos para repelar ataques, mientras ellos, los terroristas de Hamás, se esconden en algún agujero entre los más de setecientos kilómetros de túneles que pueblan Gaza y que han sido financiados por las teocracias que apoyan su continuidad.

Lo que pasa en España empieza a oler a dos mil cuatro, cuando la izquierda usó una guerra que no le importaba para salpicar a sus medios dóciles de la importancia de unificar en torno al PSOE el descontento sobre una mentira creada para movilizar a la acrítica y estabulada militancia. Aquello acabó con el hoy asesor de narcodictaduras en el poder, el desplazamiento de España como socio prioritario de Estados Unidos y la sumisión a los intereses de Berlín, París y Rabat. Aún seguimos bajo la férrea disciplina de quienes articularon el 11M con el objetivo de sacar a España del núcleo decisor geopolítico. Ahora, para todo, dependemos de lo que nos suministren los demás: energía, industria, tecnología, productos primarios (la Unión Europa privilegia a Marruecos en detrimento de España) y en esa felicidad de lo pobre, el socialismo genera su mayor clientelismo, que se indigna por una guerra que no conoce ni le importa mientras la nación agoniza.

Sí, es una guerra, cruel y horrible, que se produce a miles de kilómetros de España, donde tenemos problemas tan graves que más vale que empecemos a ocuparnos de ellos. Empero, a la izquierda de humanidad temporal, lo que hizo China con el pueblo uigur, Turquía con los kurdos o Marruecos con los saharauis, sin guerra de por medio, no les merece la atención que sí muestran por una batalla que se inició por el asesinato de civiles inocentes y el secuestro de rehenes, cuya liberación, junto al desarme de Hamás, daría por finalizado el conflicto. Pero sobre ello no hablan los propagandistas del engaño. Porque, en verdad, «genocidio» no es el concepto que retrata la realidad, sino la excusa que busca tapar la delincuencia infame de un gobierno corrupto y financiar la servidumbre voluntaria de quienes reciben cada día su cheque mediático y cultural por ejercer de bufones a tiempo completo de esta impostura moral y cívica llamada socialismo.

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