Españoles, para Sánchez Franco no ha muerto
Cuando murió Franco yo contaba con apenas nueve años. El luctuoso acontecimiento causó en mi entorno cierta incertidumbre, pero jamás noté la existencia de miedo. Percibí muchas ganas de mirar hacia adelante, de trabajar juntos por una España nueva, de olvidar viejas rencillas y rencores qué en mi caso, como en el de millones de españoles, hacía varios decenios que ya habían quedado relegados. Y en mi ámbito se encontraban quienes tenían veleidades favorables al régimen ya fenecido y quienes fueron profundos desafectos al franquismo, desafecciones jamás ocultas que nunca desembocaron en persecuciones, amenazas o proscripciones.
La Transición supuso un interesante acontecimiento histórico numerosas veces vendido como un inmaculado proceso al que señalar cualquier error refleja poner en solfa nuestro actual sistema democrático. Y nada más lejos de la realidad. Se hace ya necesario discutir y poner “blanco sobre negro” los errores de la misma, mostrar la sustantividad de los hechos. La realidad histórica, frente a la falsa “Memoria Histórica” supone, entre otras, afirmar que el proceso de transformación no vino tras una revolución ganada por la izquierda que liberó a los españoles del “yugo fascista” sino que se fraguó desde dentro del régimen mismo, del propio franquismo. Nos obliga, por ejemplo, a alegar que esa clase política y por falsos miedos e irrefutables intereses cedió a los incipientes nacionalistas todo lo que en su momento pidieron, sin darse cuenta de lo insaciable que es el nacionalismo disgregador. Y “de aquellos barros, estos lodos”. Y frente a lo anterior, es igualmente obligatorio reconocer la altura de miras de aquellos que entendieron qué tras el proceso de reforma, donde la sociedad perdonó y olvido, los unos a los otros y de ambos bandos, no se hacía necesario alentar de nuevo añejas aversiones, pasados odios. Dejar que fuera la historia la que templara y que el tiempo actuara como bálsamo cicatrizante de demasiado dolor.
Pero semejante alquimia de acuerdo y encuentro ha sido vergonzosamente dinamitada. Comenzó con el ínclito Zapatero, hoy lacayo de Maduro y mentor de la infausta “Ley de memoria histórica” pero ha quedado empequeñecido por el legal pero ilegítimo presidente Sánchez. Sus intereses políticos le han llevado a la tergiversación de la historia española reciente mediante una relectura basada en buenos y malos olvidándose de una sociedad que, con su trabajo y esfuerzo, dio paso a un país próspero y a una Transición pacífica a través del grandísimo esfuerzo que hicieron los españoles por dejar a las futuras generaciones una España muy superior a la que ellos heredaron. Una generación sacrificada, de ambos bandos, a la que debemos honor y gloria y sin duda, el infinito agradecimiento por ser acreedores de lo que hoy somos, a pesar de Sánchez.
En estos tiempos de tribulaciones y borrascas, para Sánchez, Franco no ha muerto. Franco es necesario para usarlo, no sólo como arma política, sino para tapar las desvergüenzas ideológicas de una izquierda en general y de un socialismo en particular cada vez más vacío, frívolo y desierto de identidad. Que la principal oferta del mensaje electoral socialista sea la exhumación de los restos de Franco no solo denota lo yermo de susodicha ideología. Remover heridas es reflejo de la peor calaña de quienes pretenden hacer de la historia un instrumento político dirigido a presuntos ignorantes que disfrutan viviendo en un fraude permanente. Qué no dude Sánchez que España ya se reivindica a sí misma pues tiene VOX y demanda nuevas miras de futuro por mucho que su ensueño sea pasar a la historia. Ya lo dijo Oscar Wilde, dramaturgo y novelista irlandés: “Cualquiera puede hacer historia, pero sólo un gran hombre puede escribirla”. Y una mujer. “In memoriam”. Gracias madre. Solo, gracias.