España, ni más ni menos

España, ni más ni menos

Escuchaba el otro día en Al Rojo Vivo a la corresponsal del diario francés Le Monde en España pontificar sobre la presencia de Franco en el Valle de los Caídos dejando entrever cierto desdén hacia un país al que venía a presentar poco menos que como una pseudodemocracia. O como una democracia inconclusa, para ser exactos. Palabra arriba, palabra abajo, sostenía que no podíamos homologarnos a otras democracias europeas por el mero hecho de tener en un “mausoleo” (en realidad es una tumba en un lugar que, por cierto, el muerto no eligió) a un dictador. Nuestra querida vecina olvidó mentar un pequeño gran detalle: Napoleón, que no sólo era un sátrapa sino que se apioló 20 veces más seres humanos que Franco, está enterrado con todos los honores a un kilómetro de la Torre Eiffel en el centro-centrísimo de París (Les Invalides) y que el Arco del Triunfo conmemora una de las gestas militares (Austerlitz) que en forma de atrocidades consumó el pequeño corso arrasando media Europa y parte de la otra.

He de decir que tanta repugnancia me produce Franco como quienes intentan darnos lecciones desde fuera, como si fuéramos la única nación del mundo con pecado original o con un pasado a esconder. Sólo dos naciones pueden presumir de un pretérito más o menos impecable: Estados Unidos e Inglaterra. Digo más o menos porque, si bien los EEUU fueron siempre una democracia, durante un siglo mantuvieron uno de los sistemas de esclavitud más duros y terribles que se recuerdan. Inglaterra, tal vez el régimen de libertades más puro, perfeccionado y veterano sobre la faz de la tierra, la nación con mayor número de genios por metro cuadrado (Churchill, Newton o Darwin), también tiene su leyenda negra con personajes como Enrique VIII que se dedicaba a cortar la testa a sus mujeres.

Seguramente somos el país más gilipollas del mundo. No se me antoja mejor ni más gráfica manera de definir a una nación en la que los emblemas patrios son vilipendiados día sí, día también. Una comunidad histórica que se avergüenza de sacar su bandera por el qué dirán: “No vaya a ser que me llamen fascista o franquista”. Me viene a la cabeza el brillante libro de la no menos brillante Emilia Landaluce cuyo título lo dice todo: “No somos fachas, somos españoles”. Envidia sana me produce ir a países del África subsahariana o de la Centroamérica más pobre y contemplar cómo sus nacionales cantan con pasión el himno, gozando como gozan de 20 veces menos motivos para la autosatisfacción. O contemplar a los futbolistas italianos, cuyo Estado tiene 157 años, con qué entusiasmo cantan su himno, defienden a su país y exhiben su estandarte tricolor.

Nada nuevo bajo el sol. Bismarck lo clavó hace siglo y medio: “España es la nación más poderosa del mundo, lleva siglos intentando autodestruirse y nunca lo ha conseguido”. El canciller a lo mejor retocaría su celebérrima frase si resucitase, abandonase su mausoleo (eso sí es un mausoleo) en Schneckenberg y se viniera a pasar una temporadita a casa de su bisnieta Gunilla en Marbella. Porque jamás el fin de España estuvo tan cerca. Ni siquiera en ese 36 en el que se produjo un fenómeno clónico al actual con socialistas, comunistas e independentistas yendo de la mano en pos del final de la que con Francia es la nación más antigua de Europa.

Bismarck lo clavó hace siglo y medio: “España es la nación más poderosa del mundo, lleva siglos intentando autodestruirse y nunca lo ha conseguido”

La España de 2018 alberga muchísimas concomitancias con la de 1898, año en que se perdieron las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico, Marianas, Guam y Filipinas) y consecuentemente dejamos de ser el imperio en el que antaño no se ponía el sol. Joaquín Costa y los demás regeneracionistas resumían los problemas de ese país anquilosado que tanto les dolía en cinco: falta de patriotismo, desprecio de lo propio, ausencia de interés común, falta de concepto de independencia y menosprecio de la tradición. Cualquiera diría que hablaban de la España de hace 120 años y no de la de ahorita mismo.

Incontrovertiblemente, aquella España era 100 veces peor que la de nuestro tiempo. El caciquismo campaba a sus anchas, la pobreza alcanzaba niveles trágicos en buena parte del sur de España, las diferencias sociales eran sencillamente siderales, la libertad religiosa constituía una quimera, no había sufragio universal y la revolución industrial ni estaba ni se le esperaba. Hoy estamos en Europa, somos la duodécima potencia económica del mundo (los 12 de 190), nuestro régimen democrático no tiene nada que envidiar a cualquiera de los grandes del mundo-mundial, somos un Estado laico, hemos liderado no pocos avances sociales a nivel internacional y nuestro Estado de Bienestar es la envidia de propios y extraños.

Anécdotas descerebradas como la que protagonizó Pedro Sánchez al margen, la efemérides de anteayer es sin ningún género de dudas la más importante de la historia. Ese 12 de octubre de 1492 en el que Rodrigo de Triana gritó desde La Pinta un “¡Tierra a la vista!” que representó un pequeño alarido para aquel sevillano pero un gigantesco clamor de progreso para la humanidad. España tiene tantos motivos para sentirse orgullosa de su pasado como la que más. España es Viriato, es Séneca, es Trajano, es El Cid, es Alfonso X El Sabio, son Isabel y Fernando, es Cristóbal Colón, es Elcano, es Hernán Cortés, es Pizarro, es Carlos I, es Felipe II, también Carlos III, es Isabel II, es Cánovas del Castillo, es Sagasta, es Maura, es Canalejas, es Alfonso XIII, es Gil-Robles, es Alcalá Zamora, también el Azaña bueno (no el el del tardorrepublicanismo), es la cara A de Don Juan Carlos, es Felipe VI, es Adolfo Suárez, es Felipe González e igualmente lo son los antitéticos José María Aznar y Mariano Rajoy.

Anécdotas descerebradas como la que protagonizó Pedro Sánchez al margen, la efemérides de anteayer es sin ningún género de dudas la más importante de la historia

España es Cervantes, el mayor talento literario de todos los tiempos ex aequo con un tal Shakespeare, España es Quevedo, es Calderón, es Lope de Vega, es Garcilaso, es Valle-Inclán, es Azorín, es Galdós, es Juan Ramón, es Machado, es García Lorca, es Cela, es Pérez Reverte y es ese eterno cascarrabias llamado Julián Marías. No menos España es Giner de los Ríos, Ramón y Cajal, Miguel Servet, Joaquín Costa, Ortega, Marañón, Madariaga, Sánchez-Albornoz, Severo Ochoa, Valentín Fuster y dos contemporáneas a las que el día menos pensado otorgan el Nobel: Margarita Salas y María Blasco. Tanta España o más representan Velázquez, Murillo, Zurbarán, Ribera, El Greco, Goya, Madrazo, Sorolla, Picasso, Gris, Romero de Torres, el simpar Dalí, Miró, Antonio López, Eduardo Arroyo, Miquel Barceló y un infinito etcétera. España es el octavo cantante que más discos ha vendido nunca jamás, Julio Iglesias, es Plácido Domingo y es esa Montserrat Caballé que, según The New York Times, era mejor que la Callas y la Tebaldi juntas.

Marca España, mejor dicho, Marcón España son Inditex, Telefónica, Endesa, Iberdrola, Repsol, Santander, BBVA, ACS, el Real Madrid, el Barcelona, Ferrovial, Mango, Air Europa, Sol Meliá, Iberostar, Barceló, Mercadona, Tous, El Corte Inglés o empresas para su ventura cuasidesconocidas como García-Carrión o Cosentino. Y me dejo en el tintero unas cuantas. El Reino de España también son sus deportistas: Ricardo Zamora, Santiago Bernabéu, Paco Gento, el apátrida Kubala que terminó siendo más español que húngaro, el más hispano que argentino Alfredo Di Stéfano, Seve, el ADN que ganaría unas generales con el 75% de los votos, Rafa Nadal, Miguel Indurain, Fernando Alonso, Pau Gasol, Ángel Nieto, Jorge Lorenzo, Marc Márquez, Carlos Sainz, Luis Aragonés, Vicente del Bosque, Guardiola (mal que le pese), Casillas, Xavi, Iniesta, Sergio Ramos y tantos y tantos que no me daría tiempo a citarlos en una semana entera.

Y España es ese Palacio de Oriente que, tal y como coincidíamos Pablo Casado y yo el viernes en la audiencia real, no tiene parangón en el mundo. España no es ese metepatas patológico, ese mentiroso, plagiario, chulo, jeta, mediocre y censor que atiende al nombre de Pedro Sánchez. Una micropartícula, desde luego, al lado del elenco que acabo de enumerar. Y no digamos un Pablo Iglesias que califica a nuestro himno de “cutre pachanga fachosa”, elogió a la banda terrorista ETA y fue financiado por dos dictaduras (Venezuela e Irán) con el indisimulado objetivo de desestabilizar y quebrar una nación con 500 años de historia. España es uno de los pocos proyectos colectivos que, ahí es nada, cuenta con capítulo propio en el libro que relata los 2 millones de años de la Humanidad. Les disguste a quienes quieren cargársela prostituyendo nuestras leyes y nuestra historia, les guste a quienes hace no tanto atacaban al adversario con una bandera con el águila por montera. Tal vez por eso suelo ciscarme en la madre de quienes nos llaman “fachas” a quienes simple y llanamente nos sentimos orgullosos de ser españoles. Eso en el caso de que la conozcan.

Lo último en Opinión

Últimas noticias