Domingo soleado en Portugal

Un domingo electoral en varios países europeos que confirma la tendencia, generalizada en Occidente, de escora a estribor. En Polonia el candidato conservador, apoyado por el primer ministro Donald Tusk, ha sido capaz de batir al muy radical partido Ley y Justicia; y en Rumanía el liberal Nicusor Dan será el presidente del país después de derrotar al candidato ultraconservador prorruso.
Pero es en Portugal donde la causa de la convocatoria electoral y después los resultados permiten hacer analogías con lo que podría pasar en España si no tuviéramos al Gobierno encastillado ante el asedio de la parálisis legislativa, del desbarajuste en la gestión y de la extendida mancha de corrupción.
La primera conclusión de las elecciones legislativas portuguesas es el afianzamiento de la mayoría que el año pasado obtuvo la coalición conservadora Alianza Democrática, formada por el PSD y el CDS-PP, y el premio a su política de transparente exposición que ha permitido que los ciudadanos opinen una vez que la mayoría de la Asamblea negó la confianza que arriesgadamente solicitó el primer ministro Luis Montenegro.
El revés de esa misma moneda es el castigo infringido al Partido Socialista, que ha perdido casi 5 puntos y más del 25% de diputados respecto a las elecciones de marzo de 2024. Un año después, se ha castigado un comportamiento rácano y un doble lenguaje enmascarados en un aparente laissez faire al Gobierno conservador que, en realidad, nunca se concedió. Hablaban de una posibilista acción política con alto espíritu democrático para impedir que la extrema derecha ejerciera alguna influencia, pero se encubría un ánimus proditionis que se ha hecho evidente a los electores.
Y, precisamente, otra evidente conclusión que dejan las elecciones es que los portugueses han dicho ‘basta ya’ frente a los cordones que los políticos, y no los ciudadanos, imponen a partidos de ultraderecha que podemos considerar radicales y populistas, pero que por el hecho de serlo no tienen porqué ser considerados de mano antidemocráticos o ilegales.
El partido de André Ventura se apoya, sobre todo, en un programa liberal conservador lleno de sentido común y sentido social (matriz política do CHEGA: Direita, Conservador, Reformista, Liberal e Nacionalista) y su crecimiento se debe a un planteamiento valiente ante problemas que realidades como la emigración ilegal, las políticas verdes o muchos otros aspectos del progresismo-woke impulsado desde Europa empiezan a generar a la sociedad portuguesa.
Está claro que estos partidos son populistas en sus mensajes a ciertos colectivos ciudadanos y radicales en la rigidez de sus planteamientos, pero tienen todo el derecho a luchar contra el conformismo y las estructuras políticas anquilosadas y endogámicas, a denunciar con vehemencia las prácticas corruptas o a cerrar a cal y canto la puerta a la emigración ilegal. Claro que existen en las democracias liberales partidos, ya sean de derecha o de izquierda, que tienen comportamientos o idearios antidemocráticos, pero esa condición no es algo que puedan otorgar a su albedrío los contrincantes políticos, sino porque se demuestre que esos partidos de verdad incumplen o incitan a incumplir las leyes o no respetan los derechos humanos.
Ya es desde hace unos cuantos años que Portugal nos enseña el camino de una singladura política equilibrada y coherente. Y no es que no hayan tenido sobresaltos por algunos escándalos (muy leves en comparación con los nuestros), pero sus líderes los han resuelto con dignidad democrática; se ha dado la palabra a los ciudadanos, y estos han reprochado o premiado conductas, han escogido preferencias y han marcado tendencias. Sería de esperar que ahora la coalición vencedora no interprete torticeramente los resultados y no busque los apoyos en aquellas orientaciones ideológicas que más han castigado los votantes. Y hora es también de que se levanten esos cordones sanitarios que pretendiendo ser democráticos resultan ser todo lo contrario.
Las elecciones en Portugal y sus resultados son un espejo en el que muchos españoles se quieren mirar, pero en el que de ninguna forma quiere verse reflejado el presidente Sánchez. Aunque éste sufre una tetraplejia en su acción de gobierno que no le permite ni presentar una ley de presupuestos, y aunque acosan gravísimos casos de corrupción a su gobierno, a su partido y a su familia, no le dará motu proprio voz a los ciudadanos y estirará agónicamente su mandato. Además, aquí el supuesto cordón democrático se ha levantado en forma de muro contra más de la mitad de los españoles; y, por supuesto, no aplica a todos esos partidos con los que se ha construido el sanchismo, que no es que sean muy poco democráticos es que tienen un ideario inconstitucional y un amplio historial delictivo que pretenden prolongar en el futuro.