La desvergüenza de Sánchez es infinita
El abogado de la mujer de Sánchez dice un día delante de los micrófonos de la prensa que Begoña Gómez está deseando colaborar con la Justicia para aclarar su situación y una semana más tarde explica que se ha negado a declarar delante del juez porque él se lo ha recomendado. Y no pasa nada. Nadie se sorprende porque es el desvergonzado comportamiento al que nos hemos acostumbrado. Dejó dicho el poeta griego Sófocles, autor de Antígona y Edipo rey, que «viviendo con disolutos no se aprenden más que vergüenzas». Y qué razón tenía. Parece que es muchísimo más, pero sólo han pasado 10 años desde que, a finales de julio de 2014, Pedro Sánchez sucedió a Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general del PSOE; pero qué largos se han hecho.
En los 10 años que Sánchez lleva ocupando la primera línea en la política española, la degradación pública ha tenido la pendiente del Tourmalet. Los 17 kilómetros seguidos con un desnivel medio del 7,3% de la carrera ciclista francesa no son nada al lado del envilecimiento al que Pedro Sánchez nos ha acostumbrado. Empezó fuerte, pero nunca ha aflojado, sino que, por el contrario, cada vez ha ido a más llegando a este punto en el que ya nada puede resultar inesperado. Nadie se sorprende. Es imposible asombrarse. Ya todos sabemos que Sánchez siempre va a ser capaz de lo peor que cualquiera se pueda imaginar.
Enchufar al hermano para un cargo público extraordinariamente retribuido, para el que no está preparado, es muy fuerte. Pero eso no es nada para Sánchez. A eso él es capaz de sumarle que el hermano cobre sin ir a trabajar y nadie le diga nada. Parece el colmo, pero con Sánchez nunca se alcanza. Para mayor desfachatez, el hermano se domicilia fiscalmente en Portugal y no paga impuestos en España. Y nadie se cree que eso se vaya a quedar ahí. Siempre hay más; mucho más. Lo enchufa en otro puestazo en el Teatro Real. Le dan millones de euros para sus operetas de pacotilla. Su patrimonio se dispara inexplicablemente. Y nadie piensa que esto se haya acabado ahí. Todos sabemos que habrá mucho más.
Darle a su mujer la dirección de una cátedra universitaria sin tener ella nada más que un titulín de una academia privada, parece una barbaridad. Pero para Sánchez es peccata minuta. El presidente del Gobierno es capaz de sumarle a eso que su mujer explote una sociedad mercantil en la que se aproveche de los medios de la universidad pública en beneficio propio, dedicándose a enseñar a captar los fondos públicos que reparte su marido, y no pararse ahí. No les importa que nos enteremos de que anda firmando cartas de recomendación con su nombre y apellidos para que a su socio le adjudiquen contratos públicos que dependen directamente de Sánchez, sencillamente porque no les importa nada.
A Sánchez lo conocimos metiendo votos en una urna escondida detrás de una cortina, tratando de falsificar el resultado del Comité Federal del PSOE que finalmente lo descubrió y le obligó a dimitir. Al poco tiempo supimos que su tesis doctoral Cum Fraude estaba completamente plagiada con material del Ministerio de Industria, y que se la había hecho un investigador que trabajaba para ese departamento en la etapa de Zapatero. Nada más estrenar el Falcon se llevó a los amigos de farra a un concierto en Benicássim. Sin cortarse un pelo se organiza visitas de 15 minutos a empresas, para justificar viajes en Falcon a actos del partido. Indulta a los que prometió no indultar. Pacta con los que juró no pactar. Usa como marionetas al Fiscal General del Estado y al presidente del Tribunal Constitucional… y todos sabemos que esto no es nada y que será capaz de mucho más porque, como dice el refrán, la vergüenza cuando sale ya nunca vuelve a entrar.