¿Destruyen las comunidades autónomas a los partidos?
Conmemoramos esta semana un aniversario más de la Constitución del 78 de la que todos viven, pese a que algunos la critican. Dos elementos fundamentales de la estructura política que nos da la Constitución son los partidos políticos cauce de la representación, y las CCAA en las que se posibilita (no se obliga, ojo) la organización institucional de todo o parte (ojo: el café para todos no es preceptivo) del territorio.
Hace unos días, al hilo de las polémicas internas del PP, que en realidad son de base territorial, decía el profesor Jorge Vilches (de la UCM) que “la consideración de un partido como la reunión de señoríos territoriales no ha funcionado ni a la izquierda ni a la derecha” (La Razón, 21-11-21). Resaltaba el doctor Vilches que «el PSOE tiene a los socialistas catalanes, que marcan su propia estrategia desde hace décadas y les perjudica en el resto de España» y que «a Unidas Podemos no le ha salido el negocio de las «confluencias», dispuestas ahora a embarcarse en una nueva aventura con Yolanda Díaz. En estos casos lo que falla es la articulación de la convivencia, la gestión de las decisiones, y la idea del partido». Y concluye, al hilo del conflicto Génova-Ayuso, que «el PP se está metiendo en esta dinámica». Una dinámica en la que no es menor el PP de Galicia (en la práctica, un partido diferente del resto del PP: sus mismos integrantes se consideran “el PNV de Galicia”), del se podría hablar mucho, pues el PPdeG condiciona al conjunto del PP tanto o más como el PSC al PSOE. Sin ir más lejos, la polémica reciente sobre el bilingüismo en Cataluña esconde que el PP no se atrevió a regular libertad de elección de lengua vehicular, sino un simple bilingüismo. Y ello se debe a que el modelo del PPdG es bilingüe y condiciona a todo el PP.
Observado el conjunto de cómo actúan las CCAA respecto de los partidos, cualquiera diría que las CCAA rompen los partidos. Se ha visto en la reunión de presidentes regionales liderada por Feijóo hace unos días. Y se ve corroborado por el hecho de que los únicos partidos a los que les va mejor ahora que cuando nació el régimen del 78 son los que tienen un ámbito autonómico: BNG, PNV, EH-Bildu, ERC o CHA tienen hoy mucha más fuerza que a finales de los setenta, y además han emergido Foro Asturias, PRC, Compromís, Coalición Canaria y Nueva Canarias. En el camino murieron CiU y el PA, y languidece el PAR, pero por deméritos propios. Por si no fuese bastante, se va vislumbrando que, allí donde un sentimiento nacionalista no existe, florecerá en breve una variedad de partidos de raigambre territorial que se presentan bajo el paraguas común de las demandas de la España vacía.
Viendo el panorama, los partidos tal vez deberían preguntarse si las CCAA de las que son tan entusiastas les hacen bien o mal (en Vox lo tienen claro, y no hay direcciones autonómicas sino solo provinciales). Pues lo cierto es que, aunque les proporcionan mucho poder, las CCAA van dificultando con el tiempo la gobernabilidad central de España y erosionando con intereses territoriales la vocación de los partidos al bien común del conjunto de España. Y no podemos olvidar que el ejecutivo central es, en la Constitución, un elemento más importante que las CCAA o los partidos. Si estos entorpecen la normalidad institucional del ejecutivo central, entonces es que la Constitución está fallando, y que en futuras reformas tal vez haya que reducir el peso de partidos y autonomías.