¿Cuántas mentiras más soportará este país?

¿Cuántas mentiras más soportará este país?

La última contiene altas dosis de desvergüenza. Resulta que de marzo a aquí el Gobierno se ha venido pertrechando en una falaz “Comisión de científicos” para justificar y avalar todas sus medidas en la pandemia. Desde las técnicas a las económicas y políticas. En todo este tiempo se ha negado a publicar los apellidos de los supuestos integrantes de esta Comisión. Les cuento algo al respecto: también durante todos meses he insistido en preguntar a los expertos, básicamente epidemiólogos, virólogos y neumólogos, con los que en ha contacto para saber del desarrollo de la enfermedad, si ellos conocían a alguno de estos científicos citados siempre por el Gobierno, desde el propio presidente, al ministro Illa y terminando por el depauperado Simón. Nadie me pudo nunca aportar un solo apellido. Por ejemplo: el doctor Rubén Moreno que, en los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos en Bethesda, inició junto con Craig Venter y Mark Adams (¡casi nada a babor!), el proyecto histórico del “Primer Directorio del Genoma Humano”, que fue presidente del Instituto Nacional de la Salud sustituyendo a Núñez Feijóo,y que está en primera línea de fuego contra el COVID, me dijo un día: “De los científicos de Sánchez nadie sabe nada y es raro, porque en el ámbito de la Ciencia española todos nos conocemos”.

¿Cómo los iban a conocer si no existían? Ni estaban, ni se les esperaba, sólo figuraban en la retorcida mente de Sánchez que se inventó esta fechoría y, no contento con utilizarla, como lo hizo, para su mayor honra y gloria: “No nos salimos un milímetro de lo que nos dicen los científicos”, ordenó que un sobrepasado filósofo, Salvador Illa, que de la Sanidad no sabía otra cosa que la existencia, eso sí, del Hospital de San Pablo de Barcelona, y un técnico, Simón, que ha querido ser el doctor Cousteau de la divulgación virológica, le siguieran en sus menciones a su Hipercomisión, una pandilla de ignotos expertos que nunca, nunca, se reunieron para formular siquiera consejos fundamentales en la lucha contra la pandemia. Las sucesivas e inacabables charlas sabatinas y dominicales del presidente del Gobierno y, por ende, sus pertinaces estados de alarma, siempre se justificaron de acuerdo con la opinión de esa tribu inexistente sobre la que montó Sánchez toda una campaña de manipulación e intoxicación general. “Lo han dicho los científicos” reconocía el personal confinado y eso, únicamente eso, le mantenía, nos mantenía poco menos que secuestrado en sus casas. Es decir: una auténtica agresión a la libertad, articulada sobre el embuste de unos sabios que cuidaban aparentemente de nuestra salud.

Ahora, sin despeinarse, con una caradura que ni la de  los participante cualquier “reality”, el Ministerio de Sanidad, ha reconocido que, efectivamente, ni tenían Comisión Científica que amparase sus decisiones, ni tampoco la habían utilizado para acrisolar sus decisiones. ¡Hombre, claro! Desde luego en el mundo de la política occidental no se conoce caso igual: ¿qué dirá ahora ese paniaguado comunista, director de la OMS, que se ha pasado medio año lamiendo la estrategia antivirus de Sánchez y su Gobierno? ¿Les pedirá cuentas? Pues naturalmente que no, el abisinio de apellido impronunciable es un figura tragándose las trolas de China y ésta española le resultará tan familia como excusable. Por tanto, el problema es nuestro, doméstico. ¿Hasta cuándo seguirá soportando este país las mentiras del doctor Pedro Sánchez? Esta es la enésima pero no será última, pero un embuste de esta trascendencia merece especial atención. Sánchez se ha mofado meses y meses de un país aterrorizado que, por primera en su historia, se confinaba ovejunamente en sus domicilios porque ello era imprescindible para salvar sus vidas. “Lo dicen los científicos”, nos repetíamos todos, mientras el Gobierno ocultaba, con enorme desparpajo, la identidad de los tales expertos. Hay mentiras imperdonables, pero cuando éstas afectan directamente al mantenimiento de la salud, las mentiras no se denominan así: se llaman agresiones, atentados contra la integridad biológica de los individuos, también de su libertad. No hay por dónde coger este caso. Y lo peor es que tampoco en esta ocasión, las reiteradas mentiras de este personaje al que se le reconoce próximo a la psicopatología narcista, tendrán consecuencias. Por lo pronto, sus medios han vuelto a ocultar la descomunal bola, y los partidos de la oposición, ya con el Parlamento de la súbdita Batet clausurado, no han cosechado éxito alguno en la denunciar del abuso social perpetrado por Sánchez. Soy (debo hablar en primera persona) enormemente pesimista sobre la reacción del pueblo español a esta nueva embestida. Casi como el citado director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, España lo tolera todo. Somos incorregibles. Entonces no nos quejemos.

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