Contra el feminismo desnortado y dañino
Es muy conocida la valoración que realizó el teólogo francés, Alfred Loisy, el más radical de los modernistas, a propósito de la situación del catolicismo de su tiempo. La sintetizó en una expresión que hizo época: «Jesús anunció la venida del Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia».
La nueva política de izquierdas en España había anunciado la implantación de un paraíso democrático, presidido por la libertad y la igualdad. Se había comprometido con la protección efectiva de la mujer frente al machismo opresor y violento del varón. A tal efecto, se actuarían todos los resortes necesarios para lograr, por fin, la igualdad real entre mujeres y hombres y, de este modo, acabar con un pasado oscuro de marginación en todos los ámbitos. Se les creyó a pie juntillas, con total seguridad y con una fe ciega en el futuro, que marcaría, sin duda alguna, un antes y un después en la protección de la mujer.
Sin embargo, lo que realmente vino, como todos y, en especial, las mujeres de este país han podido verificar y constatar fue el sectario Podemos. Lo que vino, para decepción y frustración infinitas de tantas esperanzas de las mujeres de este país, ha sido un populismo radical verdaderamente incomprensible y sólo explicable a partir de la ignorancia e incompetencia de quienes aprobaron la Ley del sí es sí y ahondaron aún más en la desprotección de la mujer. Lo que vino, como ha subrayado Alfonso Guerra, es un Pedro Sánchez que ha renunciado al socialismo liberal para mezclarse con el terror, la secesión y el populismo radical. Lo que vino, para vergüenza de quienes aprobaron semejante ley, fue un desenfocado feminismo, manifiestamente dañino para la mujer. Lo que vino, de hecho, es la grosera expresión de un odio indiscriminado al varón, que, en vez de asociarlo a la lucha por la igualdad real, lo aleja e irrita en su contra. Me pregunto si este odio al varón es también extensivo a los hombres que militan en Podemos. Seguro que habrá una excepción.
Quisiera recordar a las mujeres que viven y trabajan en Baleares las palabras con las que la Sra. Armengol cantó las excelencias de la chapucera Ley del sólo sí es sí. La norma en cuestión, dijo, nos permite «avanzar hacia una sociedad más libre e igualitaria que protege más y mejor los derechos de las mujeres …(…) Hoy somos un país mejor para todas». ¡Ja, ja, ja! ¡Lo que da de sí la ignorancia activa! Extraño modo de entender y armonizar la protección, más y mejor, con la rebaja de penas a delincuentes sexuales condenados o con la excarcelación en otros casos. ¿Habrá mostrado Armengol cercanía y proximidad a las mujeres víctimas de la violencia machista? Se siente demasiado en las alturas como para rebajarse a este nivel. Me temo que se ha encomendado al olvido y aquí paz y después gloria.
La prueba del nueve de la metedura de pata es que Sánchez se ha visto en la imperiosa necesidad de modificar la norma. Le ha costado tiempo
-algo más de cinco meses- para dar el paso y ha tenido que venir el PP en su auxilio. Nadie, excepto la diputada canaria, ha tenido la vergüenza torera de dar la cara, reconocer el traspié dado y pedir perdón. ¿Acaso se ha oído a Armengol desdecirse de su palabrería inicial y pedir disculpas a las mujeres de Baleares? Nadie, ni el Presidente ni sus ministros/as se dignaron a estar presentes. ¡Vaya testimonio! ¡Esta es la ética que atesoran y que tan imperiosamente reclaman a los demás! La respuesta a tanta indignidad está en las mujeres de este país, y de Baleares, en el momento electoral oportuno.
Estos días pasados se ha hecho hincapié, lamentándolo, en la escenificación de la fractura del propio Gobierno en el pleno del Congreso. Se ha subrayado, incluso editorialmente, la manifiesta división del feminismo, exhibida el 8-M e, incluso, se ha preguntado sobre si será posible su reunificación. No comparto semejante orientación. Como ha dicho Rafael Torres, «fuera de la lucha por la igualdad, no hay feminismo». A partir de la aceptación de tal principio constitucional, en el que pueden coincidir las más diversas posiciones, el resto transita de acuerdo con la idea del necesario pluralismo enriquecedor. Esto es, son posibles y deseables sensibilidades diversas a la hora de realizar la igualdad entre hombres y mujeres. Bienvenida sea, pues, la diversidad, siempre preferible a la uniformidad, máxime si ésta última se ha de entender en clave podemita.
Desde la perspectiva expuesta, el feminismo no está dividido. Sólo se pueden entender los lamentos por lo ocurrido el 8-M si damos por buena la concepción desenfocada del feminismo que ha querido imponer el Gobierno al hacer suya la tesis de Podemos. Pero el feminismo, como es obvio, es otra cosa, que nada tiene que ver con los criterios inspiradores de la ley del sí es sí. El feminismo de la ministra de igualdad, «… con sus majaderías sobre la transexualidad y la sexualidad en general, sus atentados al idioma, su desprecio o ignorancia de lo masculino y su apuesta por la supervivencia de la abyecta explotación de las mujeres a las que denomina trabajadoras sexuales, distorsiona la imagen que del feminismo igualitarista tiene la sociedad». (Rafael Torres).
El desenfoque del feminismo que pretendió imponer el Gobierno es muy claro. Ahora desea marginarlo, excepto Podemos, pero fue el mismo Gobierno quien lo propuso, lo aprobó y lo elevó a los altares. Se trata de un feminismo muy sectario y autoritario, propagandístico, banalizador de la condición del varón, plagado de generalizaciones, polarizador y frentista, muy ideológico y de ingeniería social. Eso sí, margina, deja a un lado y parece no interesarle, precisamente, aquellas cuestiones y aspectos que influyen realmente en la vida de las mujeres. Pongamos algunos ejemplos: aunar esfuerzos, dentro de la legalidad, frente a la violencia que todavía subsiste, favorecer la conciliación de la vida familiar y laboral más intensamente, profundizar aún más en la igualdad de oportunidades a todos los niveles y en todos los ámbitos, potenciar el liderazgo femenino en la actividad política y empresarial. Orillar estas acciones, en una sociedad abierta e igualitaria, es tanto como no estar a la altura de los signos de los tiempos ni de las exigencias constitucionales.
En cualquier caso, frente a tanto sectario como existe en este país y en los aledaños del poder, proclamo con palabras de un editorial de EL MUNDO: “El sectarismo enciende pasiones pero no arregla problemas: los agrava”. Lo hemos comprobado con la ley del sólo sí es sí. Da igual que anide en unos sectores que en otros de la vida social y política. Avanzar en la igualdad nos hará progresar como país.