Cogida de Ábalos hijo en la plaza de Teruel


Con el aroma de incienso en el cielo de España, las cornetas pregonando la muerte y la resurrección de Nuestro Señor, al paso acompasado de una Madre esencia pura del Universo, me vienen recuerdos solitarios de una herida que supura y que tenemos, taurinos míos, que curar.
Hace cinco años, ministros como Ábalos nos quitaron el beso al Cristo de Medinaceli, nos robaron los abrazos a nuestros abuelos y nos hicieron mirarnos con extraño entre padres e hijos. Y en este Domingo de Ramos quisiera recordar que yo no olvido aquella Semana Santa de noche sepulcral, que duró varios veranos, septiembres, Navidades y muchas tardes de toros en la estacada, en la ruina, con innumerables reses sacrificadas en el matadero.
Mientras habito los rincones del olvido, para no olvidar, mientras camino por Teruel, buscando la prueba del engaño, miro absorta a este Torico que no escuchó tambores aquel abril y lo entiendo todo.
«Con mi España, no se juega», dice. ¿Cuál es tu España?, le pregunto. «Mi España, la única que existe», responde. Y su fijeza, sus hechuras, su siglos infunden respeto. ¿Vio venir a aquel toro Ábalos hijo en Teruel? ¿Lo miró? ¿Lo miró después de aquella noche, después de las otras noches que robaron al pueblo español? ¿Lo miró? ¿Le pilló por sorpresa?
La cogida de Ábalos hijo en la plaza de Teruel la ha visto y ha sido testigo toda España a través de la voz de quienes estuvieron aquel día, retransmitida en exclusiva por OKDIARIO, incluida la propia Alegría como sobresaliente triste, que tuvo que entrar al ruedo siendo también cogida.
Podrán negarlo. Podrán decir que aquella noche no existe, poner todos los sobres que quieran en los bolsillos de los plumillas, pero el hijo del Carbonero y la zaidana han sido cogidos brutalmente por el torico, que se la tenía guardada de aquellos veranos que no pudo disfrutar del toro nupcial, del ensogado, del jubillo.
Se la tenía jurada el Torico de Teruel a Ábalos por decir que el PSOE tiene «una visión que no tiene por qué coincidir con esa casposa, de un España en la que todos tenemos que ser toreros y cazadores». Esto dijo Ábalos, en un mitin en Alcorcón, siendo ministro de Fomento y secretario general del partido, en diciembre de 2018. ¿Mucho tiempo desde entonces? Sí, han llovido muchas faenas.
«Y lo dice –continuó aquella mañana– alguien que lo puede decir, porque mi padre fue matador de toros. Pero eso, no me lleva a imponer a nadie su gusto ni afición. ¿Quién tiene derecho a decir lo que hay que hacer? Sólo ha faltado alguno que dijera que tenemos que ser cazadores y recolectores previos al neolítico. ¿Pero esto qué es?».
Palabras pronunciadas, una a una, efectivamente por el hijo de un torero, nacido en Carboneros de Guazalón (Cuenca, 1912), del que se afirmó en los periódicos que «prometía por su arte, por su valor y por su deseo siempre visible de satisfacer al respetable». Un torero al que el estallido de la Guerra Civil frustró su carrera de novillero, pero que pese a ello toreó en una corrida benéfica a favor de las milicias populares en Cuenca y a beneficio de los hospitales de sangre en Villagarcía del Llano, ganándose el apodo del Torero Rojo.
«La identidad es de todos y nadie nos la impone. Y desde luego, no nos van a imponer ese españolismo trasnochado, excluyente, que perseguía a media España que tenia en el exilio a lo mejor de este país. ¿Esa España nos quieren devolver? ¿Y estos dicen que son constitucionalistas? Que no nos den ninguna lección ni de libertad ni de constitucionalismo», continuó diciendo el ex ministro en ese mismo mitin.
Es efectivo llamar a la España taurina y cazadora «casposa», identificarla con la España nacional –excluyendo con ello a tu propio padre que toreó a beneficio de la España roja– para arrancar una ovación al sol, después de que otra ex, como Teresa Ribera, días antes de estas declaraciones saliera diciendo, en una entrevista de radio, que ella, a nivel personal, «prohibiría la caza y los toros». Una ex ministra de la que pesa la responsabilidad funesta de la DANA, pero que en aquella entrevista insistía mucho en que le gustaban los «animales vivos».
Digo, sí que es efectivo, pero no gratis, porque precisamente, parafraseando al ex ministro, la visión que tenemos la mayoría de taurinos y cazadores de este país no tiene por qué coincidir con una España putera de Torrente –pese a que mascarillas, maletas de Delcy, prostitutas, putas y escorts, comisiones, chalets…, salgan a borbotones de su cogida en Teruel, sin que torniquete alguno pueda detener la gangrena–.
El Torico, emblema de 45 centímetros de largo y 37 de altura, en las alturas de un pedestal, mira desafiante sin inmutarse. «La tauromaquia permanecerá», me dice, como cuando se detuvo mirando con determinación una estrella y viéndolo Alfonso II ordenó fundar en ese lugar Teruel. Y, en ese momento, pienso en la silueta marcada de un toro en Iberia, y entiendo todo. Se la tenía jurada el Torico a Ábalos por llamar casposa a la España de toreros y cazadores.