‘Charlie Hebdo’: diez años que han ido a peor
Aunque la portada que conmemoraba los 10 años de la matanza llevaba en grandes letras la leyenda Indestructible estamos en un momento de gran fragilidad. La publicación francesa publicó el lunes 6 de enero una edición especial en memoria del tiroteo que mató a 12 de sus empleados. En enero de 2015, dos hermanos franceses, Chérif y Saïd Kouachi (el terrorismo islamista se nutre de hermanos, como nos recordó Scott Atran en una entrevista), de ascendencia argelina protagonizaron un ataque en la sede de esta revista satírica en París. Charlie Hebdo llevaba tiempo en la diana de esos terroristas vinculados a Al Qaeda. Para ellos aquello que para el primer mundo es normal (libertad de expresión, irreverencia religiosa) es algo que merece la muerte. Fue el comienzo de una larga época de ataques terroristas islamistas en París, Bruselas y tantos otros lugares como los atentados navideños que han dado un siniestro final a este 2024.
En las últimas décadas, las restricciones a la libre expresión, la imposición de la ley de la Sharia y el incremento de la segregación de género y del uso del velo en Europa son resultado directo del auge del islamismo, según opinan ex musulmanes como Maryam Namazie. Pero, debido a las políticas identitarias, la disidencia se contempla a través de esos ojos, con lo que automáticamente es etiquetada de «islamófoba» y muy a menudo vilipendiada. No se está consiguiendo la tan necesaria solidaridad que merecen las fuerzas seculares debido a que el islamismo se percibe, especialmente por la izquierda, como la auténtica identidad de «los musulmanes». Es deprimente ver cómo partidos que se llaman a sí mismos de izquierdas son capaces de llevar de preferencia a mujeres con velo en sus listas y no a mujeres decididamente seculares o ateas.
Paradójicamente, muchos de los liberales (que pueden ser ellos mismos ateos) siempre se alinean con los islamistas. Por ejemplo, poco después de los asesinatos de 2015, un puñado de escritores estadounidenses boicotearon una cena de gala en Nueva York en la que el periódico francés debía recibir un premio al coraje con el argumento de que sus caricaturas humillaban a los musulmanes. Ese racismo de bajas expectativas y dobles raseros significa que los disidentes son vistos como «culturalmente inapropiados», «occidentales» o «colonialistas» porque a estos progres solo les preocupan las sensibilidades y los valores del islamismo, y no los de las muchas personas que resisten. Las políticas identitarias y el comunitarismo están literalmente contribuyendo al problema al aliarse con los integristas. Estos pueden mostrar una imagen soft como el inefable Tariq Ramadán, predicador e islamólogo, que tenía seducidos a los progres. Y que justo este pasado septiembre el Tribunal de Ginebra condenó a un año de prisión firme y dos años con remisión de pena por el delito de violación, agresiones físicas y «»oacciones sexuales» a una mujer. ¡Qué casualidad! Los casos de Telford y Rotherham han dado también suficientes muestras de la consideración de estos sujetos por mujeres y niñas. Mujeres y niñas que, por blancas y cristianas, cayeron en el punto ciego de la atención de las autoridades de una Europa que no se respeta a sí misma.
Nada ha sido ya igual para Charlie Hebdo. El periódico ha reconstruido su plantilla y ha publicado todas las semanas desde aquella terrible mañana de invierno. Pero el apoyo francés al espíritu desafiante de Charlie Hebdo parece frágil. Laurent Sourisseau (también conocido como Riss), historietista y caricaturista que fue herido en el atentado y que ahora dirige la publicación, dice: «Estamos haciendo exactamente lo mismo que hacíamos antes. Pero a nuestro alrededor la gente es mucho más tímida».
«Tímida» como sinónimo de «asustada».