El cerdo encantado
Finalizando el verano de 2019, un verano pacífico a pesar de las fechorías sinuosas y mediocres de nuestros políticos, a pesar del inmenso drama forestal, uno se plantea si el yo de algunos de nuestros dirigentes fue felizmente madurado en sus años infantiles. A ello ayudan significativamente los cuentos de hadas. La racionalidad del niño tiene todavía poco control sobre su inconsciente y, por tanto, la imaginación lo domina bajo la presión de sus emociones y conflictos no resueltos. “Caperucita roja fue mi primer amor”. Dickens comprendió mejor que nadie que la función de los cuentos de hadas es lograr una consciencia más madura para apaciguar las caóticas pulsiones del inconsciente infantil. Si esto no se consigue a edad temprana, encontraremos niños de cincuenta años, que mantienen intactos esos caóticos estímulos.
Uno de los cuentos de Las mil y una noches, “El pescador y el genio”, nos da una versión perfecta de la relación conflictiva entre un gigante y una persona normal y corriente. La versión occidental de este cuento, “El espíritu de la botella”, evidencia que los niños saben que, si no cumplen las órdenes de sus adultos, sólo tienen una manera de ponerse a salvo de su ira: el engaño. Aprovecho para recordar que se cumple en unos días el descubrimiento de un alarmante engaño nacional que no ha tenido, a día de hoy, ninguna consecuencia más que la confirmación de la poca dignidad del protagonista. La Universidad española ha quedado como el pescador frente al genio. El incomprensible conformismo de las instituciones permitentes es un agravio intolerable, cuya repercusión en los caminos de la investigación científica será de difícil reajuste.
En “El rey rana” la ansiedad se convierte en ira y odio en el momento en que la princesa estampa a la rana contra la pared. Así se afirma a sí misma y, al arriesgarse esquivando sus obligaciones, la princesa supera su ansiedad y el odio se convierte en amor. Recomiendo la lectura de este cuento a todas las personas que necesiten reconvertir sus sentimientos para cumplir con sus obligaciones; y mucho más si esas obligaciones nos implican a todos.
También sería recomendable la lectura de “El cerdo encantado”. El cerdo se revuelca deliberadamente en el barro y le pide a su mujer que le bese. Se comporta como la persona que teme no ser lo suficientemente aceptable y se pone a prueba presentándose peor de lo que es en realidad. Sólo así, se siente seguro. Deseos, necesidades, pulsiones y ansiedades inconscientes que nos implican a todos. Espero que el otoño decapite al genio de la botella y que obligue a dignificar el aspecto del cerdo encantado. La rabiosa actualidad de los cuentos de hadas es inagotable. Deleitan e instruyen al mismo tiempo; su don especial es que lo hacen de manera que afecta directamente a los niños.
Me queda insinuar una cuestión común a casi todas estas historias: el significado de la habitación secreta. En ella no se puede penetrar si se quiere evitar cualquier desgracia. Esta transgresión da pie a una reflexión mucho más extensa de la que aquí se me permite, así que me limitaré a señalar que el trasfondo gira en torno a la prohibición y las intensas emociones que produce su violación. Me viene a la mente Eduardo Manostijeras y la realidad de que aquel que se arrepiente de sus pecados y los confiesa será perdonado.
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