La casta tiene miedo y por eso agrede

Sánchez medios
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Los seguidores de Milei son asaz ingeniosos y por eso han parido una especie de eslogan que grita, porque grita, así: «La casta tiene miedo». Llevan el lema incluso hasta su Parlamento cada vez que la corrupta oposición de los Kirchner y toda su ralea intentan sabotear las reformas que pretenden deshacerse del profundo entramado de basuras que han dejado los herederos de Perón.

Durante años, la casta se dedicó, según proclamaba de forma embustera, a «proteger la libertad»; mentira, la estaban destruyendo, o sea, lo mismo que este miércoles empezó a perpetrar, con una infame «regeneración democrática», ese peligro público que todavía atiende por Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Una fechoría con escaso recorrido político, pero lo grave es que la ha hecho.

Este cronista se ha tomado la molestia de recordar los términos en que la Ley de Fraga de abril de 1966 intentaba justificar el control de la prensa libre. Decía esto aquel engendro presentado como un texto «aperturista»: «El principio inspirador -proclamaba- es lograr el máximo desarrollo de la libertad de la persona para la expresión de su pensamiento». O sea, el mismo y fachoso argumento que los sicarios de Sánchez, con el pequeño Bolaños a la cabeza, han utilizado para justificar una iniciativa absolutamente procaz. Y es que los socialistas, peor aun Sánchez, son así de cuna.

Hace veinte años, vino a España -él era un forofo de nuestro país- Jean-François Revel, el culmen de la intelectualidad periodística y liberal de los galos en ejercicio. El cronista fue invitado a una cena por Xavier Domingo, su amigo en Madrid y, tras un aluvión de ideas críticas rigurosamente adquiribles, nos dijo: «Los socialistas fundamentan su control de los medios como una medida de salvación nacional», y nos añadió: «Los socialistas mantienen siempre que la prensa se ha hecho más libre y objetiva a medida que se la retira de la iniciativa privada para confiarla a los poderes públicos».

Escuchando a los costaleros de Sánchez relatar los bienes que nos van a llegar a todos los españoles sabiendo quién es el dueño de cada periódico, de cada radio y de cada televisión, me acordaba de aquella advertencia de Revel. Porque es curioso: ¿Qué pretende de verdad este bodrio socialista cuando avisa de que todos tenemos derecho a conocer quién es el propietario de cada empresa mediática?

Miren: son tan malos haciendo leyes perentorias que se olvidan de que ahora mismo, sin más leyes ni más gaitas, se pueden conocer todos los extremos de cada propiedad; basta con sumergirse en Google o, para más detalles, acudir al correspondiente Registro. ¿Qué ensaya, pues, la cuadrilla de Sánchez con esta medida?

Fácil, tres cosas: la primera, tener agarrados fiscalmente por la entrepierna a todos los medios libres; la segunda, utilizar el conocimiento empresarial para aherrojar, vía impuestos o sanciones a quien, según los censores, se salgan de sus normas impuestas; la tercera está copiada del Partido Socialista Francés, hoy afortunadamente en terminal decadencia, que incluyó en su último programa electoral, ese que les ha mandado a la práctica disolución, un ataque a la prensa libre con una definición tan chata, tan sectaria, como ésta: «No se puede proveer a las fuerzas del dinero la posibilidad de hacer de los medios de comunicación un instrumento de desestabilización». Sustituyan este vocablo por el insistentemente usado por Sánchez, «desinformación», y sabrán que la aberración democrática parida en España por el PSOE se encierra en la entraña mismo del ser socialista. No es nada nuevo.

Siendo así, de esta infame manera, nada extraña la ley con la que nos agrede -para asustar más que nada- el liberticida Sánchez. Se trata de ahormar la práctica informativa a sus usos y exigencias, inventándose cautelas, sanciones y control para atentar contra los que cuenten las vergüenzas de su familia y asentar su poder, a modo Maduro, por los siglos de los siglos.

Hace una treintena de años, el periodista italiano Indro Montanelli, una gloria periodística, respondía de esta guisa a una cuestión que le formuló Pedro J. Ramírez: «¿Por los limites de la libertad me pregunta? Pues los límites están en la conciencia de quien ejerce esa libertad, ni leyes ni reglamentos». Menos todavía un Registro de Medios, al estilo del que existía durante el franquismo.

Por eso, la sentencia de Montanelli es radicalmente contraria a los ingenios de la tropa sanchista. Esta casta totalitaria en la que los comunistas no quieren perder sitio, y exigen hasta el nombramiento de directores, tiene miedo, miedo a la libertad que curiosamente -tipos analfabetos- defendió incluso Carlos Marx -¿lo recuerdan?- cuando escribió cínicamente que «la prensa libre es el espejo en el que la gente se ve a sí misma».

Aquí y ahora el pillo desaprensivo de Sánchez ha envuelto en el celofán genérico de ayudas a la prensa su abominable invento. Se trata, en realidad, de un intento bochornoso de compra de voluntades. La mayoría de la gente es tan seráfica y tan estulta, desde luego, que ha reaccionado con réplicas más menos similares a ésta: «Pero, ¡si os dan dinero para que sobreviváis!».

Partiendo de que el dinero no es suyo, sino de todos los contribuyentes, podrían aceptarse subvenciones con tal de que el donante se comportara con estas dos reglas imprescindibles: una, que no estableciera discriminación alguna, y otra, que sean episódicas, para un objetivo finalista, por ejemplo, la revolución tecnológica. Pero ya les digo que el bodrio de Sánchez no camina por esta vía, sino por la del sectarismo, el apoyo a los amiguetes y la agresión a los independientes. De esta forma, el sanchismo pretende eternizarse no gobernando, que eso le importa una higa, sino sencillamente estando.

La casta tiene un miedo cerval a que su sitial se lo robe la libertad. Y es que niegan la mayor, la mayor del ejercicio periodístico que se basa en cuatro dogmas: libertad para obtener noticias, libertad para redactarlas, libertad para publicarlas y libertad para difundirlas. Ninguno de estos principios se incluye en el propósito liberticida de la casta temerosa y gatuna, de Sánchez y toda su cohorte de chupatintas que le rodean. Por eso agreden, muerden como los trileros, como una casta fascista, y terminan invocando su mentirosa libertad para insultar a la Virgen María o c……e en Dios. ¡Ah!, y en el Rey, que no quede. Eso es libre, está premiado.

Postdata.- Todo esto es lo que individuo de la Moncloa ha lanzado para asustar al personal pero… perdonen, una buena noticia: estas fechorías carecen de porvenir político, no van a poder ejecutarlas. Como las bicis. Pero lo importante, desde luego, es su pérfida intención.

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