Caer en la indefinición

Caer en la indefinición

En España hay quienes han pasado de exigir todas las responsabilidades al Gobierno, a pedírselas a la oposición. Según el color del partido político que gobierna el listón de buen comportamiento y actuación es tan elástico que puede alcanzar niveles cósmicos cuando es el PP quien gobierna o situarse a ras de suelo cuando es el PSOE quien maneja las riendas políticas del país.

En unos días en los que se ha hablado del segundo aniversario de la moción de censura que aupó al ‘sanchismo’ a la Moncloa, poco se ha abordado la estrategia de acoso y derribo iniciada desde Ciudadanos a Mariano Rajoy y que, precisamente, posibilitó la caída del líder popular. En aquel entonces, la formación de Albert Rivera se presentaba ante la ciudadanía como el ‘pepito grillo’ de la política española, el partido que decía que venía a «limpiar» las instituciones y el partido que quería impedir que los nacionalistas condicionasen a los gobiernos.

Qué queda de aquel Ciudadanos ahora mismo. Bien poco se habla ahora en un momento en que España ha sufrido la mayor sacudida sanitaria del último siglo con importantes consecuencias a nivel económico y social.

La misma dignidad con la que la formación de Albert Rivera se llenaba la boca para exigir la dimisión de Rajoy y la convocatoria de nuevas elecciones parece no funcionar ahora ante un Gobierno que por su nefasta gestión de la crisis del coronavirus ha convertido España en el país con más muertos del mundo, con la mayor tasa de sanitarios enfermos, con miles de personas en las colas del hambre y con un país sumido en la incertidumbre más absoluta. Tras todo ello, como bien es sabido, no ha habido ni destituciones, ni ceses, ni rendición de cuentas por parte del Gobierno.

Antes bien, al contrario. Hemos pasado del momento en que el presidente Sánchez solicitara en varias ocasiones que la petición de cualquier clase de responsabilidad se pospusiera a una vez pasada la pandemia, a que ahora el presidente saque pecho por una gestión que o no ha existido o ha sido muy deficiente.

Después de varias semanas sin registrarse un número importante de víctimas, siempre según el Gobierno de Sánchez e Iglesias, la formación de Inés Arrimadas parece haber reducido su listón de la decencia hasta la misma indecencia.

Lo que en su día valía para el PP en el Gobierno, ahora no importa para un Ejecutivo que, como digo, se permite el lujo de presumir de una labor inexistente y de seguir contando con el apoyo de comunistas, batasunos e independentistas. Incluso este pasado viernes, Ciudadanos acudió a una reunión con el Gobierno en Moncloa para escenificar su nueva relación y de la que, desde luego, saca más rédito el propio Ejecutivo que el partido liderado por Arrimadas.

El electorado de Ciudadanos ni entiende ni acabará por entender que su partido se convierta en la muleta de otro que pacta con formaciones dispuestas a romper con el espíritu de consenso nacido en 1978. Buena parte de los votantes naranjas fueron antiguos votantes socialistas o populares que abandonaron sus anteriores formaciones por hacer precisamente lo que está haciendo ahora la sustituta de Albert Rivera.

El hecho de que Edmundo Bal como número dos de Ciudadanos vaya a la Moncloa a reunirse solamente con la cara socialista del Ejecutivo, le acerca más que le aleja de todos esos partidos que llevaron Sánchez a la Moncloa, desde Podemos a Bildu, pasando por PNV y ERC. Y todo ello pesará mucho en las próximas citas electorales sobre los votantes naranjas, a pesar de que sus líderes nos lo quieran vender como el primer partido de la oposición que se brinda al diálogo y al consenso. Lo peor que le puede pasar a un partido político es caer en la indefinición. Y ese es el riesgo que ahora corre Ciudadanos.

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