Cada clic contamina

Clara Zamora

Ha visitado Madrid el filósofo alemán Markus Gabriel, un joven y esperanzador pensador, que vuelca algo de lógica y buen análisis a nuestra realidad cotidiana. Suelo conectar de inmediato con todo lo que respira aire germánico como herencia de mi formación en el Colegio Alemán, sello que detecto a leguas también en los demás. Es otra manera de procesar; superior, como española cuesta reconocerlo, pero es muy superior. En mi fuero interno pienso que se les abre la mente sólo al intentar entender su propio lenguaje, un idioma de una complicación endemoniada, cuyas declinaciones han sido tormentos inexplicables durante toda mi infancia. Menos mal que luego comencé a aprender latín y aquello cobró algo de luz. Desde entonces comprendí el dicho «fulanito sabe latín».

Entre los muchos temas con que nos ha ilustrado el joven profesor de Bonn, como la relación entre la amenaza celular, el peligro vírico o la falta de coordinación entre lo científico y lo moral, voy a reparar en uno que no es del todo asimilado por la mayoría. Según la Agencia Internacional de Energía, es decir, estudios recientes y fiables, “quienes siguen a Greta Thunberg en Twitter favorecen a aquello contra lo que luchan”. Es decir, la energía utilizada para generar un simple clic es también contaminante. En este sentido, las redes sociales son herramientas que esconden una incalculable amenaza de seguridad para el equilibro del planeta. El teletrabajo es, pues,  altamente contaminante. Y, ante la pregunta que le hizo el periodista Antonio Lucas “¿Y qué es sostenible?”, su respuesta fue rotunda: “Leer un libro. Esa actividad no contamina”.

En este punto, enlazo con otro artículo de uno de mis columnistas favoritos por los tiempos de los tiempos. No sólo porque escribe bien, que es lo mínimo que se solicita, sino por la profundidad de sus mensajes y la forma que tiene de argumentarlos. También por su estilo literario, tan afín a las profundidades de mis propios océanos. En su plataforma de expresión hay otros más populares, que evidentemente también son plumas brillantes, pero tienen una pedantería viciada que se me antoja insoportable, así que ni el titular les leo. Directamente, paso página, aún hablamos de papel. Juan Manuel de Prada tituló su artículo del domingo: Una nueva edad oscura. Este texto debería ser de lectura obligada para todos los profesores de lengua y literatura de todas las etapas educacionales y de todas las ideologías.

Cada vez que veo un programa de televisión, que son muy pocos, se anuncian dos o tres libros de vida tan corta como inútil. «¡Pobres árboles!», es lo que me viene a la mente. El papel es un bien preciado, que va unido a todos los mensajes anteriormente expuestos por el joven filósofo. ¿Quién compra esos libros?, ¿Qué objetivo tienen?, ¿Qué información van a legar a los que vienen? Parece que no eres nadie en este mundo, que no eres un profesional o famoso digno, si no has escrito un libro contando las batallitas de turno. ¡Qué confusión más grande para la juventud! Leer es un acto íntimo, de entretenimiento, placentero si me apuran; pero la misión última de la lectura debe ser formarse, crecer en conocimiento, desarrollar el pensamiento, pues esto nos llevará a ser más ricos en datos, en cultura, en capacidad crítica. Esto es lo que ayuda a los seres humanos a madurar, a avanzar con lógica en los caminos personales y, sobre todo, a diferenciarnos de las bestias.

Dicen que cada vez se lee menos, y así lo creo; pero, en buena parte, el germen del desinterés viene de las propias aulas formativas. Los profesores deben ser los que estimulen -obligándolos, por supuesto- a conocer a través de la literatura. Me viene el recuerdo de un profesor que nos obligaba a leer en voz en alta en clase, lo que entonces se me antojaba algo incomprensible. ¡Ahora lo valoro! Leíamos libros entre todos. Temías el momento en que dijera tu nombre para continuar, pero eso nos mantenía en vilo, nos hacía leer con entonación, intentando comprender, poniendo voz a lo que otros ya habían dicho. En resumidas cuentas, y retomando los consejos del germano, menos clics y más pasar páginas (bien escogidas, por supuesto).

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