Begoña, verdugo de Pedro ‘Rígoli’, le ha ajusticiado

Pedro Sánchez dimisión

Decía Fernández Ordóñez: «Si te colocas al borde del precipicio, lo más probable es que te dé un aire y te caigas». Francisco Fernández Ordóñez fue un político de la Transición, socialdemócrata de estirpe y especialista en volantines varios, uno de los cuales, le llevó desde la derecha, UCD, a la izquierda, PSOE, sin solución de continuidad. El día de su fuga, escribió al cronista una dedicatoria de su último libro, como todos muy interesante: «Espero que me entiendas, aunque entiendo que no es muy fácil».

Pues bien: en su miserable misiva del miércoles dirigida ambiguamente a la «ciudadanía», sólo le faltó incluir a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, una referencia parecida a la del finado Ordóñez: «Espero que me entendáis». Pero, por las noticias que ya tenemos de esa tarde patética en La Moncloa, ni siquiera los más suyos: el chico Bolaños, el electricista Santos Cerdán y la sosias, Montero, de la incomparable Lola de España, le entendieron suficientemente, aunque eso sí, según cuentan las crónicas interesadas, al final y a la desesperada, ya situados todos en la linde misma del abismo, lograron una prórroga en la decisión.

Un socialista aguerrido, de los que aún militan en esa deshilachada organización, transmitía esto a las nueve de la noche: «Tengo la impresión de que ni siquiera estos (los citados) han creído en la verdad de su postura». Y es que ésa es la clave. Tras la sorpresa, el estupor, más bien, se han producido en síntesis dos reacciones: la de los forofos del sanchismo que se han puesto a gimotear como golfillos, y la del muy extenso público en general que se ha tomado la peripecia a beneficio de inventario, con un inmenso pitorreo.

Pero vayamos al caso, que diría Pemán. Puedo contar que la misma mañana de la tragicomedia sanchista, un antiguo político del PP, pasado por mil episodios, no todos gratificantes para su persona, me contestaba a una pregunta sobre qué sabe Marruecos de Pedro Sánchez. Hay que ampliar que este político, diplomático de carrera, reside en el país alauita y tiene una privilegiada información sobre todo lo que acontece allí. Respondía escuetamente así: «Todo, Marruecos lo sabe todo, cuenta con unos excelentes servicios de información y los utiliza». Al cabo, el cronista insistió: «Y, ¿habrá novedades a este respecto?». «No lo dudes, sí». Por la tarde, algunos medios franceses, digitales, ya caminaban en una dirección similar y atribuían la «insólita» (sic) jugada de Sánchez a una posible cascada de datos nada favorable a sus intereses. Y es que estos medios, como la mayoría de los españoles independientes, no se han quedado en las escamas del escándalo, la carta de la plañidera, y han buscado las razones de la pirueta. Son dos: la corrupción que asola a su familia, padre, hermano y señora, y la conciencia de que el acoso y derribo al que, según su testimonio, está siendo sometido, no ha hecho más que empezar, porque, vamos: ¿alguien cree que esta trapisonda, con sede en Venezuela, que ha perpetrado, acabará con las diligencias judiciales contra su mujer Begoña ya en marcha? Pues naturalmente que no y, por otra parte: ¿creyeron los complotados susodichos de La Moncloa que el papelote del jefe terminaría conmoviendo al público en general?

Pues, claro: los tribunales van a seguir adelante, y aquí, en España, salvo los millones de paniaguados que dependen de la mamandurria que les sirve el presidente, nadie se va a echar a la calle para adorar al becerro de oro e implorarle que, por favor, por favor, no se vaya. Si el personaje tuviera un átomo de clarividencia en estos instantes decisivos, en vez de cargar contra la derecha y la ultraderecha, así en general, debería encaminar sus embestidas contra la verdugo Begoña, culpable del calvario que está padeciendo su cónyuge. Sin Begoña de intermediaria de negocios mil, receptora y dadora de favores sin cuento, él, líder como se creía de la izquierda universal, no estaría pasando por este trance. Alguna gente de sus alrededores homologa la postura de Sánchez a la de Costa, su correligionario, ex primer ministro de Portugal que, preso de una corrupción que no era suya, dimitió con presteza y dignidad. Pero ni mucho menos: apenas conocida en la Europa de la Unión la estratagema de Sánchez, los medios, franceses y alemanes básicamente, que aún le guardaban una consideración, no salían de su pasmo y juzgaban muy severamente la taimada martingala del que ha venido presentándose como próximo preboste de la Comunidad.

Lo dicho, casi como en el Evangelio: vino y los suyos no le reconocieron. Se da por descontada la convocatoria de una explosión «madurera» para llorar este sábado ante las puertas del farsante su improbable salida, pero todavía, pensando que este movimiento logre éxitos y que las manifestaciones de su Palacio de Oriente (nada más parecido a los de Franco) impelan al personaje a resignarse compungidamente a quedarse, el futuro para este personaje felón y embustero nunca será igual. No le creen ni en España, ni en Sebastopol. Es un pobre indigente político que, como las vacas flacas, en vez de dar leche, da pena.

Tras conocer los términos de su chantaje emocional, el pueblo español mayoritariamente se está preguntando: bueno, ¿y ahora qué?, ¿sigue o se marcha? Pues como la cosa guarda tintes inequívocos de cutre sainete, los más viejos del lugar recuerdan a aquel payasete argentino de apellido Rígoli, que todas las semanas en televisión exponía sus desdichas, se burlaba de sus deficiencias y al final, advertía: «Pero yo (hacía una pausa)… sigo». Pues eso. Todo apunta a la construcción de un descomunal ardid para que el lunes, una vez que el país que le queda le haya llorado suficientemente, se entierre la duda, y Rígoli Sánchez se dirija al país con este raquítico mensaje: «Españoles todos, yo… sigo». «Permitidme que entre en la paz de vuestros hogares…». Aló Caudillo. Vayan tomando posiciones, aunque con un aviso final, el del citado Fernández Ordóñez: «Si te colocas al borde del precipicio, lo más probable es que te dé un aire y te caigas». Los abonados mediáticos lo están intentando: no te caigas, Pedro. Pura presión. No es imposible que se caiga, pero si ocurre, una sugerencia para el impostor: que no mire a larga distancia, la culpable la tiene en casa, su verdugo, le ha ajusticiado. Se llama Begoña Gómez, la comisionista.

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