Un ¡Basta ya! al sanchismo autocrático

Un grave problema de una persona y de una sociedad es caer en el conocido como «síndrome de la rana», evocando la situación en la que se encuentra el animal adormecido en un recipiente de agua. Si el líquido va aumentando gradual y lentamente su temperatura, cuando alcance un nivel que ya le resulte inaguantable y despierte, será incapaz de reaccionar saltando del recipiente. El símil es aplicable tanto a nivel individual como a nivel social, evocando que los cambios, no súbitos ó imprevistos, sino revolucionarios y debidamente planificados, suelen acontecer también de manera pausada y gradual. Y precisamente se desarrollan así para evitar una previsible e intensa reacción frente a ellos, cuando se consideran ni deseados ni esperados por el afectado.
El caso es aplicable a la sociedad española en estos momentos, ante la evidencia de la situación con el sanchismo. «Acostumbrándose» a unos hechos que resultan incompatibles con una sociedad civilizada, desarrollada y por supuesto, democrática como es el caso. En el plano estrictamente político, España tiene en el gobierno a un dirigente socialista que tras perder dos elecciones generales en seis meses, con el peor resultado del PSOE desde 1977, (89 y 84 diputados), y ser cesado por su partido, precisamente para impedirle que hiciera lo que viene haciendo desde entonces, volvió a asumir el mando unos meses después, acompañado de tres compañeros socialistas, de su absoluta confianza. Esas tres personas hoy protagonizan unos casos judiciales que ya están con sus nombres en la hagiografía de la corrupción política.
Y acompañado por ellos accedió a la presidencia del Gobierno sin ser ya entonces diputado, mediante la primera moción de censura exitosa con la Constitución, y apoyado en 84 diputados, siendo una cifra inferior incluso a la mitad de la mayoría absoluta del Congreso. Y para ello pactó con formaciones -Podemos, ERC, PNV…- argumentando que era «para acabar con la corrupción del partido entonces gobernante». [Ello sin que en aquel momento de 2018, se conociera la información del caso de presunta corrupción que incomprensiblemente se ha mantenido durante ocho años bajo secreto sumarial, aflorando precisamente en estos momentos, y que afectaría como es sabido a un miembro de aquel gobierno del PP].
Pues bien, el señor Sánchez llegó a la Moncloa con el firme compromiso de preservar «la calidad de la democracia» parlamentaria española. Y esa calidad se traduce en una prácticas políticas incompatibles con esta democracia y con principios y valores que la ética pública exige a todo dirigente político. El mismo Sánchez había acusado al gobierno del PP en 2017 y 2018 de gobernar sin presupuestos, considerando que un gobierno sin ellos es como «un coche sin gasolina es decir, un objeto inútil». Pues bien él mismo tiene un gobierno que en esta legislatura surgida de las elecciones del 23J, no ha aprobado ningún presupuesto ni para 2024 ni para este ejercicio, ni hay previsión de que presente el proyecto de ley para 2026 antes del 30 de septiembre próximo, como establece la Constitución. Lo cual, por cierto tampoco ha efectuado en estos últimos años. Todo en coherencia con lo que se permitió afirmar ante el Comité Federal de su partido, de estar decidido a seguir «aunque no tenga el apoyo del poder legislativo».
Toda una definición del concepto que tiene de una democracia parlamentaria como la española, que el venía a garantizar y reforzar. En cuanto a la ética pública, un mínimo respeto a la misma exige cumplir con los compromisos públicamente asumidos, salvo acontecimientos de fuerza mayor sobrevenida que lo impida. Pues bien , él asumió reiteradamente el compromiso , incluso desde la tribuna del Congreso, de no pactar apoyado en partidos independentistas porque «el Gobierno de España no podía estar en sus manos».
En concreto contestaba al grupo de ERC gracias al cual él está en la Moncloa. ( e Illa en la Generalitat). Respecto de Bildu afirmó que lo repetiría cuantas veces fuera preciso que tampoco pactaría con ellos. Y hoy, también gracias a ellos sigue en la Moncloa, y Chivite en Navarra y les concedió la alcaldía de Pamplona. Su palabra no tiene ningún valor transformada en meros «cambios de opinión». En esta situación, a la vuelta del verano es el momento de expresar democrática y pacíficamente en la calle un ¡Basta ya! antes de que sea demasiado tarde para reaccionar a su voluntad autocrática.