Los últimos días de un rey: el ocaso de Felipe II
Los últimos días de Felipe II son un recordatorio de la fragilidad del poder y la soledad que a menudo acompaña a aquellos que lo ostentan.
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Felipe II, el prudente, gobernó uno de los mayores imperios de la historia con gran austeridad, orden y burocracia. Sus súbditos lo enaltecieron por ser el primero en obtener un poder global, pero también fue repudiado por su insaciable sed de poder y por su intolerancia religiosa. La invencibilidad del monarca se vería amenazada por el deterioro de su salud y sus innumerables enfermedades, las cuales lo dejaron postrado en una cama.
Antes de fallecer, a los 71 años, Felipe II trascurrió sus últimos días encerrado en el monasterio de El Escorial, consumido por la gota y los terribles dolores que padecía.
¿Quién fue Felipe II?
Felipe II heredó de su padre Carlos I y de sus abuelos, los Reyes Católicos, un vasto imperio donde no se ponía el sol. Era conocido como el “el rey Prudente”, porque al momento de tomar grandes decisiones solía dedicar tiempo para la reflexión. Aunque fue criticado por su fervor religioso, lo cierto es que fue precisamente esto lo que le permitió combatir con total resolución la Reforma que tuvo lugar en diversos países de Europa en el siglo XVI.
Desde muy joven, Felipe asumió diversas tareas de gobierno que lo prepararon para asumir la corona de Nápoles y el ducado de Milán en 1554. Al poco tiempo sumó a su reinado los territorios de Sicilia, Países Bajos, Castilla y Aragón y adquirió un poder planetario tras la unión de España y Portugal, los dos imperios coloniales más extensos de aquella época.
Felipe II también llegó a ser rey consorte de Inglaterra por su matrimonio con María Tudor, pero su prematura muerte impidió que se materializara su idea de establecer una alianza entre ambas naciones.
La delicada salud del rey
A pesar de haber reinado durante 42 años, la salud de Felipe II fue bastante delicada durante gran parte de su vida. A mediados de 1568, comenzó a notar los primeros efectos de la gota cuando el dolor agudo que sentía en su mano derecha se hizo insoportable.
A medida que trascurrían los años, su salud se fue deteriorando cada vez más, sobre todo, a partir de 1580, cuando aparecieron el asma y la artritis. Diez años después, con 63 años, el rey requería la ayuda de un bastón para poder caminar, por lo que no dudó en firmar su testamento cuatro años antes de partir.
Los estudios sugieren que el rey sufrió las complicaciones derivadas de sífilis congénita, asma, artritis, cálculos biliares, fiebres intermitentes y la gota que padeció desde los 36 años. En mayo de 1595, sufrió un ataque de fiebre durante treinta días seguidos y los médicos le dieron poco tiempo de vida.
El 30 de junio de 1598 Felipe II se trasladó con su séquito al monasterio de El Escorial, construido entre 1563 y 1584 para conmemorar la victoria de su imperio contra el ejército francés en la batalla de San Quintín. Como ya no era capaz de caminar debido a la enfermedad de la gota, el monarca viajó en una silla de manos especialmente diseñada para él.
La soledad del monarca
Los últimos años de Felipe II estuvieron marcados por la soledad y la melancolía. Tras la muerte de su esposa, Isabel de Valois, en 1568, Felipe se sumió en un profundo luto que lo llevó a recluirse en el monasterio de El Escorial, un símbolo de su devoción religiosa y su deseo de aislamiento. El Escorial, con su arquitectura imponente y austera, se convirtió en un reflejo del estado emocional del rey: un lugar de contemplación, pero también de desasosiego y desesperanza.
A pesar de su prestigio, el rey se enfrentó a una creciente insatisfacción entre sus súbditos y a la desconfianza de sus propios consejeros. La falta de un sucesor que pudiera estabilizar el imperio y la presión de los conflictos bélicos dejaron una huella imborrable en su psique. La salud del rey se deterioraba, y la paranoia se apoderaba de su vida cotidiana, llevándolo a desconfiar incluso de aquellos que habían sido sus más cercanos aliados.
El ocaso de un imperio
Mientras Felipe II luchaba con sus demonios personales, el imperio al que había dedicado su vida comenzaba a tambalearse. La economía española se enfrentaba a la ruina, en parte debido a los gastos exorbitantes en guerras y conflictos. La derrota de la Armada Invencible fue un golpe devastador que no solo debilitó la influencia española en Europa, sino que también erosionó la confianza del rey en su propia capacidad para gobernar.
Las revueltas en los Países Bajos, que buscaban independencia, y la creciente influencia de enemigos como Inglaterra y Francia, dejaban entrever que el imperio estaba en declive. Los territorios lejanos, como las colonias en América, comenzaban a ser más una carga que una fuente de riqueza. El sueño de un imperio glorioso se transformaba en una pesadilla de conflictos y pérdidas.
¿Cómo fueron los últimos días de Felipe II?
Tras la lamentable noticia de la muerte de su hija Catalina Micaela, el estado de ánimo del rey era muy bajo y sólo aguantaría 53 días de agonía y sufrimiento.
Debido a las calenturas que tenía y la hidropesía, el monarca pasó sus últimos días postrado en la cama, de una alcoba de El Escorial, con el cuerpo lleno de úlceras y llagas purulentas que le producían dolor y asco y es que, según las fuentes, siempre fue muy cuidadoso con su higiene personal.
La madrugada del 13 de septiembre de 1598, hizo llamar a su hijo y sucesor para susurrarle al oído: «Hijo mío, he querido que os halléis presente en esta hora para que veáis en qué paran las monarquías de este mundo». Finalmente, Felipe II fallecía a los 71 años de edad.
En su testamento, el rey pidió que en el cumplimiento de sus oficios religiosos debían celebrarse 62.500 misas, divididas en seis misas diarias, y 24 réquiems en los aniversarios de su nacimiento y muerte. También ordenó, como parte de sus últimos deseos, que se construyera un ataúd de plomo, que sería introducido en otro de madera sellada y que se abriera el ataúd para comprobar cómo estaba amortajado y dispuesto.
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