Los padres del separatismo: «Los catalanes somos de raza aria, los españoles son una raza inferior»

Pujol
Los ex presidentes de la Generalitat Jordi Pujol Soley y Francesc Macià, junto a Prat de la Riba, fundador de la Lliga Regionalista.

La afición de los independentistas catalanes a celebrar desfiles de antorchas, a semejanza de los que organizaba Mussolini, no es casual. Tampoco es casualidad que, tras gastar varios millones de dinero público en la red de «embajadas» del Diplocat para «internacionalizar» el proceso de independencia, Carles Puigdemont sólo haya recibido el apoyo de los partidos de extrema derecha de toda Europa.

El independentismo catalán echa sus raíces en pensadores que practicaban un discurso profundamente racista, que poco tiene que envidiar al que luego defendería el nazismo en los años 30. Así lo pone en evidencia la recopilación de textos que ha elaborado el historiador y presidente de la asociación Profesores por el Bilingüismo, Francisco Oya.

Uno de los fundadores del nacionalismo catalán fue el escritor Pompeu Gener (1848-1920), quien intentó dar a sus teorías un enfoque científico y «darwinista». En un ensayo publicado a finales del siglo XIX, defendía este enfoque de supremacismo racista: «Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría de los que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios».

Y establecía la siguiente distinción entre los catalanes «arios» (del Ebro al Pirineo) y el resto de españoles: «En España, la población puede dividirse en dos razas. La aria (celta, grecolatina, goda), o sea del Ebro al Pirineo; y la que ocupa del Ebro al Estrecho, que, en su mayor parte, no es aria sino semita, presemita y aun mongólica. Nosotros [los catalanes], que somos indogermánicos, de origen y corazón, no podemos sufrir la preponderancia de tales elementos de razas inferiores».

«Un fajo mal atado de kabilas africanos»

Tras dejar sentada esta tesis –que distinguía entre los catalanes «arios» y el resto de españoles, de sangre judía, como luego haría Hitlet–, pocos años después insistió: «Soñamos con un imperio intelectual y moral mediterráneo, por nuestra influencia sobre las restantes naciones latinas, sin ser desviados por las durezas e ignorancias castellanas (…) Nuestro patriotismo es de Patria superior. Los demás pueblos de España ya nos seguirán, si quieren o si pueden, y si no, peor para ellos. tal es nuestro cometido».

A los mismos tópicos recurría Enric Prat de la Riba (1870-1917), fundador  de la Lliga Regionalista y considerado como uno de los padres del nacionalismo catalán. En 1898 escribía las siguientes palabras: «Los castellanos, que los extranjeros designan en general con la denominación de españoles, son un pueblo en el que el carácter semítico es predominante; la sangre árabe y africana que las frecuentes invasiones del sur le han inoculado se revela en su modo de ser, de pensar, de sentir y en todas las manifestaciones de su vida pública y privada».

Frente a ellos contraponía la «fuerza de la prosperidad económica, de energías intelectuales, morales y artísticas» de Cataluña, «la principal representante de la civilización europea en ese fajo mal atado de kabilas africanos que el Estado español encarna».

El nacionalista catalán Daniel Cardona i Civit (1890-1943) fundó la organización Nosaltres Sols!, que imitaba el nombre del partido independentista irlandés Sinn Féin, luego convertido en brazo político del grupo terrorista IRA.

La «invasión enemiga» española

Cardona calificaba de «invasión enemiga» la llegada de castellanos y andaluces a Cataluña: «Sintiendo como una repulsión instintiva por el trabajo, vienen a nuestra tierra a buscar los garbanzos que le son difíciles de encontrar en la suya (…) Compañeros, hace falta meterse en este importante aspecto de la invasión enemiga. La tierra y la riqueza catalana pasan así fácilmente sin que nadie se dé cuenta a manos de nuestros enemigos. Para una mujer catalana, sólo un patriota catalán como marido. Hace falta infiltrar en la mujer catalana una máxima repulsión hacia toda unión que además de entregar al enemigo tierras y bienes catalanes, vaya a impurificar la raza catalana».

El escritor nacionalista catalán Josep Genovès Moles también se mostraba muy preocupado ante la posibilidad de que la sangre catalana se contaminara con la del resto de los españoles: «Ningún catalán ni ninguna catalana dignos de tal nombre admitirán unión matrimonial con individuo español o hijo de españoles», escribió en un ensayo publicado en 1931, ya proclamada la Segunda República, «consideramos anticatalanas tales uniones y, como tales, las combatiremos. Declaramos mal catalán al que, después de habérsele hecho tales reflexiones, efectúe el matrimonio».

Los nacionalistas catalanes veneran al fundador de ERC y presidente de la Generalitat Francesc Macià (1859-1933), quien el 14 de abril de 1931 proclamó una «república catalana» que sólo duró tres días. Más que la de Carles Puigdemont, eso sí, que apenas duró nueve segundos.

En un escrito publicado en 1923, Macià advertía que el resto de españoles llegados a Barcelona, a los que calificaba como «la gitanada inmensa», corrompían a la sociedad catalana: «Esta inmundicia de basuras que han colmado la indignación de tantos sutilísimos comodones, no nos ha aterrorizado mucho a nosotros, acostumbrados a soportar la existencia de otra inmundicia más grande, la gitanada inmensa de una clase de gente que lleva gangrenando Barcelona desde hace tiempo; todo este pudridero de barrios bajos en descomposición, en donde se engendra la maldad y el microbio… Y de los barrios bajos que hemos señalados –al decir barrios bajos quiero decir España– son hijas todas las prostitutas de calle y de cabaret que envenenen la vida de nuestra juventud».

El «hombre poco hecho» de Pujol

No es raro, por tanto, que el propio ex presidente Jordi Pujol Soley sintetizara estas ideas en la obra magna que publicó en 1976, bajo el título La inmigración, problema y esperanza de Cataluña. En el libro, el político corrupto que sigue siendo el principal referente del independentismo catalán escribió lo siguiente: «El hombre andaluz no es un hombre coherente. Es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. Es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y miseria cultural, mental y espiritual».

Y añadió en alusión a los miles de andaluces que emigraron a Cataluña: «Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. De entrada, constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes. Es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña».

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