Con 500 cartas, una Olivetti y en coche por la puerta de atrás: así abandonó la cárcel Puigdemont
Neumünster, Alemania, 13.51 horas. Tras mucha espera, por la puerta de la garita principal de la prisión de la ciudad aparece un hombre trajeado, acompañado de dos hombres más, en dirección a una nube de cámaras de televisión y micrófonos dando señal a los principales canales del mundo. Si no fuese por que el edificio tiene más de cien años de historia, podría ser la estampa de un gobernante inaugurando un nuevo equipamiento municipal. No sería la primera vez que vemos a un político inaugurar una prisión en la que ha acabado durmiendo.
En este caso, quien aparecía era Carles Puigdemont, un ya expresidiario en libertad condicional, que puede volver a estar privado de libertad en unos meses. Si eso pasa, ya será en España, posiblemente en Estremera, y sin el chándal verde que ha vestido los últimos doce días. Con el pin de oro de President de la Generalitat en la solapa, valorado en 300 euros de con su nombre grabado en la parte trasera, Puigdemont ha vuelto a entrar en la prisión tras saludar a los ‘supporters’ que le esperaban y explicarse ante los medios. Lejos de la imagen de un reo habitual, Puigdemont cargaba en el vehículo con el que ha abandonado el penal por una parte trasera, una bolsa llena de cartas, casi quinientas, que la cartera de la prisión le ha entregado en sus doce días de reclusión. Ha contestado muchas, pero no ha llegado a todas. En algún momento, reconoce, se le cansaba la mano y paraba de escribir. Por eso pidió una máquina de escribir, el otro elemento que se ha llevado de su celda situada en el tercer piso de esta cárcel.
Fue durante la visita de su esposa, Marcela Topor, y su amigo Josep Maria Matamala cuando el miércoles le llevaron esta Olivetti a la prisión para evitarle cargar los músculos de las manos y los antebrazos. Él y su defensa, aunque Gonzalo Boyé alardeara ayer que ya sabía que iba a pasar, presentían una larga estancia en prisión. Y más allá de escribir cartas, la máquina de escribir a la vieja usanza le tenía que servir a Puigdemont para escribir sus memorias, para poner en orden su vida y mejorar su reputación, como le confesó que pretendía hacer a Toni Comín en los mensajes captados por ‘El programa de Ana Rosa’.
Puigdemont salió feliz de la prisión. No tanto por recuperar su libertad, sino por sentirse ganador. Como cuando un equipo modesto celebra el no descenso ante los aficionados de un gran club. Le brillaban los ojos, sonreía pícaramente… buscaba con la mirada durante la rueda de prensa de su abogado a ciertas personas, gestualizaba y les mandaba un mensaje visual. No con Matamala, que le esperaba con la presidenta de la ANC de Hamburgo en la parte trasera de la prisión, con el motor del coche en marcha.
Estaban los principales medios internacionales, nacionales y catalanes. También OKDIARIO, el primero en dar la noticia de su liberación. El segundo hijo de los pasteleros de Amer (Gerona), nunca se habría imaginado que los periodistas se darían codazos para tener su imagen, sus primeras palabras -dirigidas al mundo y sin utilizar español ni catalán- tras salir de prisión. Incluso funcionarias de los juzgados enganchados al penal y reos en las rejas de sus celdas, presenciaban un momento histórico para una ciudad donde lo más importante que pasa un viernes por la mañana es el mercado de fruta, calcetines y calzoncillos que se celebra a escaso un kilómetro de donde CNN, BBC y SkyNews estaban informando. Otros presos esperaban a Puigdemont para despedirle fraternalmente. Los mismos que le decían que él no debía estar en la cárcel, han aplaudido su salida de la prisión.
Libre, Puigdemont ha aprovechado su posibilidad de viajar por todo Alemania para desplazarse hasta Berlín. Allí, este sábado ofrecerá una rueda de prensa donde se espera que explique sus sensaciones y, sobre todo, sus intenciones jurídicas y políticas. El hombre que nada como pez en el agua en en esto de dominar el mensaje internacional, ha elegido un acuario para darse un baño de masas.
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