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¡Trump, China y el farol del siglo!

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«El proteccionismo es un arma que una nación usa contra sí misma, con la esperanza de herir a otra». Ludwig von Mises

Lo primero que hay que decir con claridad es que Donald Trump no es libertario. Y no pasa nada por reconocerlo. Tampoco soy trumpista, ni lo idolatro, ni lo demonizo. Pero hay algo en su forma de actuar que resulta, como mínimo, interesante desde una óptica de mercado.

¿Puede la negociación agresiva ser un vehículo para forzar mayor libertad?, ¿why not?, esto no es proteccionismo puro. Es, más bien, una jugada de ajedrez geoeconómica que utiliza el lenguaje del proteccionismo para perseguir, paradójicamente, algo más parecido al libre comercio. Muchos interpretaron sus aranceles como proteccionismo lígrimo.

Hoy, con la firma del potencial acuerdo comercial entre EEUU y China, empieza a quedar claro que lo que he venido defendiendo en los medios de comunicación era en efecto el objetivo; una jugada de ajedrez geoeconómica. Utilizar el lenguaje del proteccionismo para obtener concesiones que empujen hacia un terreno más competitivo y menos dependiente. Era una osadía no pensar que lo que ha definido a Trump durante toda su vida, no fuera su verdadero objetivo: ¡Negociar y alcanzar acuerdos!

¿Quién es Trump?

Trump no es un político al uso. Es un empresario. Y como tal, sabe que el ruido es parte de la partida. Sus aranceles a China nunca han sido un fin en sí mismo, sino una herramienta de presión. Su estrategia: apretar primero, negociar después. Muchos se apresuran a señalar esta guerra comercial como un desastre.

Pero, ¿lo es realmente? O, por el contrario, ¿estamos ante el mayor farol económico del siglo XXI? El tiempo me ha dado parcialmente la razón. China ha accedido a abrir sectores estratégicos, reforzar la protección de la propiedad intelectual y equilibrar parcialmente la balanza comercial. ¿Es esto libre comercio puro? No. Pero sí es menos intervencionismo del que había y un primer paso de una negociación que seguro dará mucho que hablar.

Desde la escuela austriaca, el veredicto sobre los aranceles es tajante; son un obstáculo artificial al intercambio voluntario, una distorsión que perjudica al consumidor, y una forma de coacción económica. Como bien sabemos, la esencia del libre mercado es que los intercambios se hagan voluntariamente.

Los aranceles violan esa esencia. Sin embargo, hay que entender el contexto. China lleva años practicando un proteccionismo encubierto, subvencionando industrias, devaluando el yuan y aprovechándose de la pasividad de las democracias occidentales. Trump, a su modo, les ha devuelto la jugada.

Dice: ¿Quieres jugar sucio? Vale. Pero ahora te aguanto la mirada. Durante años, ambos países jugaron con fuego: EEUU aplicaba presión con aranceles y China respondía vendiendo deuda o amenazando con desdolarizar parte de su comercio. Pero ninguna de las dos potencias podía permitirse un colapso. La interdependencia ha sido más fuerte que la retórica.

Hoy sabemos que parte del teatro era precisamente eso: ¡teatro! Y como en todo buen negocio, había un objetivo detrás. China necesitaba estabilizar su crecimiento tras la crisis inmobiliaria y las tensiones internas. EEUU necesitaba mostrar firmeza sin hundir sus mercados. El acuerdo alcanzado revela una realidad incómoda; ¡el comercio no se defiende con discursos moralistas, sino con poder de negociación!

Estados Unidos es el principal cliente de las exportaciones chinas. China, a su vez, es con UK y Japón el mayor tenedor de deuda pública estadounidense y el que más incidencia tiene en los vencimientos de 2025. ¡Hasta aquí, empate! La partida es simple; Trump sube los aranceles; China responde vendiendo bonos; suben las yields; se encarece la financiación de la deuda americana; Trump presiona a Jerome Powell para bajar tipos. Todo eso ha pasado. Pero hay un límite que China no puede cruzar sin autodestruirse: si vende demasiados bonos, puede hundir el yuan, y con él, su ya frágil economía. ¡Trump lo sabe!

EEUU tiene un problema, este año le vence un 25,4% de la deuda total, que asciende a 9,2 trillones de USD. De estos 3 trillones vencen a muy corto plazo y son 6,5 trillones los que vencen en el primer semestre del año. ¡China, lo sabe!

La administración quiere mantener los tipos bajos, pero China, al vender, presiona al alza. ¿Guerra total? No lo creo. Esto es una partida, y Trump está jugando con cartas más fuertes de lo que parece. Mientras tanto, el oro —ese viejo amigo de los defensores de la libertad— resurge como refugio ante la desconfianza y en Blackbird, nos alegramos.

Y no es casual. Cuando los gobiernos manipulan los tipos, imprimen dinero y tuercen el mercado a su antojo, los inversores sensatos vuelven a los principios sólidos, y es que solo un sistema monetario libre, basado en el oro o en un patrón competitivo, puede frenar el poder arbitrario del Estado. Y es que esta guerra no solo se libra con aranceles, sino con deuda, tipos de interés, expectativas y manipulación monetaria.

El proteccionismo siempre ha sido el disfraz perfecto del intervencionismo. Se vende como defensa nacional, como soberanía económica, como patriotismo. Pero, en realidad, es un mecanismo de privilegio que empobrece al ciudadano para beneficiar a grupos de presión. Como proponía Bastiat satíricamente, si el proteccionismo es bueno, ¿por qué no aplicarlo entre regiones, entre ciudades, entre barrios? ¿Por qué no poner un impuesto a cada puerta, ya que lo extranjero empieza a cruzarla?

El problema del proteccionismo no es sólo económico, es moral. Supone que el individuo debe ser protegido de sí mismo. Que no sabe lo que le conviene. Que el Estado debe decirle qué consumir, a quién comprarle y cómo hacerlo. Una falacia peligrosa que siempre termina en más intervención.

Mientras tanto, en la vieja y decadente Europa, el discurso dominante es hipócrita. Se critican los aranceles de Trump, mientras se mantienen subsidios agrarios, barreras no arancelarias, normativas asfixiantes y protecciones sectoriales de todo tipo. Aquí, cada ministro de economía parece competir por ver quién interviene más y produce menos. Nadie habla del precio de la energía, de la pérdida de competitividad o del efecto devastador de los impuestos ocultos.

Pero cuando Trump lanza una medida controvertida, todos se indignan desde sus cómodos despachos. Quizá porque hablar de Trump permite no hablar de Ábalos y sus deliciosas conversaciones por WhatsApp con Pedro Sánchez, de la caída energética de España, del desempleo estructural, de falta de vivienda o de las pensiones insostenibles. La verdadera batalla es entre dos modelos: el de la planificación central y el de la libertad económica. El debate es simple, estatismo o NO ESTATISMO.

Trump, con todos sus defectos, está forzando el tablero. Puede equivocarse y asume mucho riesgo. Puede perder, pero al menos no juega al inmovilismo, como nuestros líderes europeos y al calor de los resultados, por ahora, no le está saliendo nada mal. 

No vengo a defender a Trump. No me interesa su estilo, ni sus formas, ni su ego. Pero como libertaria reconozco el mérito de quien, sin ser libertario, empuja el sistema hacia una mayor apertura. Tal vez esta guerra comercial sea solamente una jugada táctica para lograr una victoria estratégica: más acuerdos bilaterales, menos dependencia de China, menos chantaje geopolítico y por encima de todo, menos regulación.

¿Y si en lugar de ser un proteccionista, Trump fuese el único que ha entendido que el libre comercio no se defiende con discursos sino con fuerza? ¿Y si su estrategia acaba provocando más libertad económica que todos los burócratas de Bruselas juntos? Si eso ocurre —y no es descartable—, tal vez haya que tragarse muchos titulares y volver a los principios.

El libre comercio se basa en el respeto a la propiedad privada, a la libertad de intercambio y a la competencia. Y si un no-libertario logra, aunque sea accidentalmente, acercarnos a eso… pues que suene la banda, porque al final, los gobiernos pueden obstruir el comercio. Y es que a veces, para abrir mercados, hay que romper primero la estructura corrupta que los cierra.

¿Fue una guerra? Puede. ¿Ganó alguien? Tal vez no. Pero hoy, con este principio de acuerdo, estamos más cerca del comercio justo que hace cinco años. Si eso se logra gracias a un empresario polémico y no a los defensores del ‘status quo’, habrá que asumirlo con honestidad. Porque el mercado siempre sobrevive, siempre queridos. Y cuando lo hace, lo hace sin pedir permiso.

Gisela TurazziniBlackbird Bank Founder CEO.

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