La Biología de la Resiliencia: cómo superar la adversidad
La resiliencia es la capacidad de adaptarse y recuperarse frente a situaciones adversas, un fenómeno con aspectos psicológicos y biológicos.
¿Qué es la resiliencia y ejemplos?
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La resiliencia se define como la capacidad de un sistema para adaptarse y reorganizarse frente a las perturbaciones de su estado habitual. A menudo, se confunde este término con la idea de recuperación tras un impacto, pero en realidad la resiliencia implica un proceso de cambio que permite al sistema soportar la perturbación.
No se trata simplemente de resistir sin alteraciones, como lo haría un puente ante un terremoto. La resiliencia se refiere más bien a la habilidad de modificar estructuras y procesos para mantenerse viable. Esta noción recuerda la famosa frase del Príncipe de Salinas en “Il gattopardo”: “todo debe cambiar para que nada cambie”.
Este concepto no solo se aplica a los seres humanos, sino también a organismos en la naturaleza, que han desarrollado mecanismos para sobrevivir y prosperar en condiciones adversas.
La base biológica de la resiliencia
La resiliencia tiene raíces biológicas profundas. Investigaciones recientes han revelado que ciertos factores biológicos influyen en nuestra capacidad para enfrentar el estrés y la adversidad. Entre ellos se encuentran:
- Genética: algunos estudios sugieren que los genes pueden influir en la resiliencia. Variaciones genéticas pueden determinar cómo nuestro cuerpo reacciona al estrés y a situaciones adversas.
- Sistema nervioso: la forma en que nuestro sistema nervioso procesa el estrés es crucial. El eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HPA) juega un papel importante en la respuesta al estrés, liberando hormonas que nos preparan para enfrentar desafíos. La forma en que este sistema regula esas hormonas puede ser determinante en nuestra capacidad de resiliencia.
- Neuroplasticidad: el cerebro humano tiene una sorprendente capacidad para adaptarse y cambiar a lo largo de la vida. La neuroplasticidad permite que las conexiones neuronales se fortalezcan o debiliten en respuesta a experiencias. Esta capacidad de adaptación es crucial en la construcción de la resiliencia.
La resiliencia en la naturaleza
El cambio es una constante en la naturaleza y en nuestras sociedades. A menudo, los cambios no son visibles. Algunos ocurren de manera gradual, mientras que otros son abruptos y perturbadores. Hay resiliencia si un sistema absorbe las perturbaciones y se adapta a nuevas condiciones manteniendo sus funciones esenciales.
El término “resiliencia” se utilizó originalmente en el siglo XIX en la ciencia de materiales. Después, se expandió en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en el ámbito de la psicología. El ecólogo canadiense Crawford Stanley Holling fue pionero en el estudio de la resiliencia biológica; introdujo el concepto en su artículo de 1973 titulado Resilience and Stability of Ecological Systems.
Hoy en día, la resiliencia biológica es un área de investigación impulsada por la urgencia de los problemas ambientales. Instituciones como la Resilience Alliance, creada en 1999, y el Stockholm Resilience Institute, fundado en 2007, se han dedicado a este campo.
Resiliencia vs. resistencia
Es importante diferenciar entre resiliencia y resistencia. La resistencia suele asociarse con rigidez, mientras que la resiliencia se relaciona con flexibilidad. Etimológicamente, “resiliente” proviene del latín “resiliens”, que significa “rebotar”.
En el ámbito psicológico, una persona resistente se mantiene firme en sus ideas y hábitos frente a la adversidad. De otra parte, la persona resiliente tiene la capacidad de cuestionarse y adaptarse. La resistencia es la tendencia a no ceder, lo que puede llevar a la ruptura, mientras que la resiliencia promueve la adaptación y la flexibilidad.
La resiliencia humana
La neurobiología de la resiliencia es un fascinante campo de estudio que investiga cómo los seres humanos enfrentamos y superamos situaciones adversas. A través de un enfoque biológico, se busca entender cómo algunas personas logran adaptarse mejor a su entorno, manteniendo su salud emocional y reduciendo el impacto de experiencias traumáticas.
En 2016, la revista Nature publicó un estudio al respecto. Allí se vinculaba la resiliencia con áreas cerebrales específicas. Entre estas áreas se encuentran la neocorteza cerebral, el complejo amigdalino, el hipocampo y el locus cerúleo.
Un aspecto fascinante del estudio es el papel de las hormonas y de los neurotransmisores. Por ejemplo, la dehidroepiandrosterona (DHEA) regula el efecto del cortisol en el cerebro. Las personas con un déficit de DHEA tienden a ser menos resilientes. Quienes presentan menor resiliencia suelen presentar niveles elevados de cortisol, lo que influye en su reacción a los estresores.
Otros factores influyentes
Las experiencias infantiles también juegan un papel determinante en la resiliencia humana. Una infancia marcada por un apego inseguro, carencia afectiva, maltrato o traumas específicos puede generar un estrés tóxico que afecta el desarrollo cerebral del niño.
La neurobiología de la resiliencia señala que la capacidad para ser resilientes está influenciada por hormonas, neurotransmisores, epigenética y la calidad de las experiencias infantiles. Aunque estos factores pueden parecer determinantes, es importante señalar que la resiliencia también puede aprenderse y desarrollarse.
Los estudios sobre neuroplasticidad muestran que iniciar nuevas conductas y adoptar actitudes diferentes pueden fortalecer el cerebro, convirtiéndolo en un órgano más resistente. Nunca es tarde para invertir en uno mismo y aprender a enfrentar los desafíos de la vida con más energía, fuerza y optimismo.
Promover la resiliencia no solo nos ayuda en momentos difíciles, sino que también nos prepara para enfrentar con éxito las incertidumbres del futuro.
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