Cómo viven en realidad los concursantes de ‘Supervivientes’ tras las cámaras: «¡Protocolo de abandono!»
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Llegó la gran prueba. OKDIARIO ha pasado 24 horas como los auténticos concursantes de Supervivientes: sin comida, durmiendo a la intemperie, aguantando lluvia, picaduras de mosquitos y sorpresas nocturnas para terminar siendo atendidos por el servicio médico del programa de Telecinco. Este diario ha viajado hasta Honduras para ver la grabación a lo largo de la semana de Supervivientes All Stars 2 y se ha enfrentado a las condiciones reales que viven los participantes del programa. Hemos comprobado, pues, que lo que se ve en televisión es real, que la experiencia es dura, incómoda, sucia y también muy reveladora y gratificante. Te contamos cómo es estar en esta playa, en plena temporada de huracanes y cuáles son las condiciones reales con las que lidian los protagonistas de este show.
Protocolo de abandono
«Yo no sigo. No puedo», digo con un hilo de voz mientras aguanto mis ganas de vomitar. «¡Protocolo de abandono!», grita uno de mis compañeros. «¿Ya? ¿Ahora? Pero si ni siquiera hemos empezado», responde el equipo. Quién se extraña es Juanra Gonzalo, director general de Cuarzo Producciones. Efectivamente, quise largarme de allí antes de tiempo y razón no me faltaba.
Voy a contextualizar. Llevamos 7 días en Honduras. Un servidor, en nombre de OKDIARIO, ha sido invitado, junto a otros cuatro medios, a ser testigos de cómo se graba la segunda edición de Supervivientes All Stars, la versión que reúne a los concursantes más icónicos de las diferentes ediciones del reality estrella de Telecinco.
Para que la experiencia sea lo más inmersiva posible, nos invitan a participar en la dinámica del programa un poco como turistas. Hace dos días tuvimos la oportunidad, por ejemplo, de probar algunos de los juegos que se iban a mostrar en directo. En esa ocasión, probé el sabor de la derrota más humillante. No estaba preparado. Terminé el último, con taquicardias, sudado hasta la deshidratación y con una profunda necesidad de plantearme un cambio de hábitos físicos.
Ya había sido humillado, pero quedaba la gran prueba del viaje. Se nos lo confirmó al poco de llegar. Íbamos a vivir un día como auténticos supervivientes en condiciones muy parecidas a los concursantes del reality. Hasta mi padre temía por mi integridad física cuando se lo comenté. Entiendo su falta de confianza. Yo daba por hecho que iba a rendirme al minuto dos. No iba mal encaminado.
A las cuatro de la tarde del lunes 15 de septiembre nos recogen del hotel para tomar una lancha rumbo a Cayos Menor, isla en la que se rueda Supervivientes All Stars. Ya hemos hecho este viaje antes y no dura más de 40 minutos. Esta vez es más complicado.
Ha empezado una tormenta. Llevamos nuestros sacos (complemento icónico del programa que recibimos a nuestra llegada a Honduras) cargados con todo lo que creemos necesitar para pasar la noche (demasiadas cosas, la verdad). Yo estoy aterrado. ¿Qué necesidad de pasar una noche al raso en una tormenta? Si ya me cuesta dormir en cama ajena, es imposible que pegue ojo, o que mínimamente esté confortable en una playa en mitad de la selva.
El viaje en lancha es una tortura. Pienso que vamos a volcar cada cinco segundos. No estoy acostumbrado a esto y no quiero estarlo. Llegamos al puerto y no puedo mantenerme en pie. Estoy pálido y quiero vomitar. «Yo no llego a mañana vivo», pienso. Me largo de aquí.
Enseguida viene un miembro del servicio médico del programa (están de guardia 24 horas) . Me calmo. Tomo aire y pienso que este trayecto que acabo de hacer es de lo más común para los trabajadores del reality. Más de 200 personas trabajan en Honduras para la producción de Supervivientes. Todos los del equipo de producción que vienen de España viven en el hotel Palma Real en el que estamos alojados y diariamente han de ir y venir a Cayo Menor en lancha. La noche anterior, de hecho, la tormenta fue tan fuerte que muchos tuvieron que quedarse a dormir en la isla (donde hay habilitadas unas cabañas propiedad de la Fundación Cayos Cochinos). Aquí no sólo sufren los concursantes. Los que hacen el programa se enfrentan a condiciones muy extremas. Yo sería incapaz. O eso creía…
Inspección
Me recompongo. Ya que estoy aquí, lo intento, aunque sólo sea por decir que lo he hecho y poder escribir esta crónica. Creo estar preparado…
Primera traba: nos inspeccionan el saco. Hay ciertos objetos que no podemos llevar para poder vivir la experiencia tal cual es. Obviamente, son permisivos y hacen la vista gorda en el 90% de mi equipaje, aunque me quitan un paraguas.
¿Con qué contamos?
Llegamos a Playa Coco. Juanra Gonzalo nos muestra la playa y nos muestra el equipamiento con el que contamos: una lona, una cuerda, un machete, una navaja multiusos, un chisquero para hacer fuego (que sólo puede realizarse en una círculo señalado para no dañar el ecosistema), dos esterillas -una de ellas deluxe, un pelín más mullida que la las otras- un kit de pesca, un coco, 150 gramos de arroz y otros tantos de lentejas, vasos, una olla de hierro, protector solar y repelente. Además, tenemos dos garrafas, una de agua y otra de suero isotónico (que los auténticos supervivientes suelen utilizar para cocinar porque da más sabor que el agua).
Solos pero acompañados
Para nuestro alivio, se nos informa que va a haber junto a nosotros un inspector, una figura clave en Supervivientes, alguien que está de guardia constantemente con los concursantes y que vela por su seguridad. El nuestro es un trabajador local que se coloca a unos metros y al que no se le permite interactuar con nosotros, pero que siempre nos vigila. Si pasa algo, sé qué él va a sacarnos de aquí. Eso me tranquiliza.
A contratiempo
Ya estamos los cinco periodistas solos y nos enfrentamos al primer problema. Son las cinco de la tarde y aquí, en esta época del año, a las seis ya es noche cerrada. Tenemos que montar el campamento en una hora.
Lo primero es poner la carpa porque llueve. Decidimos colocarla, atada con cuerdas a los árboles, en una zona algo más alta y alejada de la playa, junto al bosque que nos rodea.
Un gran privilegio
Una vez resuelto esto esperamos a ver si termina de llover. El gran privilegio con el que contamos como turistas y no concursantes oficiales es el de tener móviles. No hay cobertura, no usamos datos ni wifi pero, además de documentar la experiencia, los usamos como linterna. Esto es clave.
El miedo
Desde que me invitaron a este viaje, mi gran miedo siempre ha sido el mismo: los mosquitos. Como víctima histórica de picaduras de todo tipo de insectos, me daba pavor lo que podía suceder en Honduras. Nos embadurnamos en repelente y unos compañeros encuentras una solución temporal: meternos en el agua.
También me aterra el mar de noche, pero estar ahí, cubierto hasta el cuello, es mejor a que te piquen los mosquitos. Nos pasamos horas charlando en el agua bajo la supervisión de nuestro vigilante, quien después nos contará que temía por nosotros porque en esa playa suele haber muchos erizos de mar y podría ser peligroso.
Pero, de repente, hay algo que da más miedo. Ha llovido, el suelo está húmedo, por lo que la presencia de cangrejos es masiva. Recordemos que en la última edición de Supervivientes, Carmen Alcayde sufrió una crisis de pánico por este mismo motivo en la misma playa en la que estamos.
A mí, a priori, los cangrejos me dan ternura. Me parecen divertidos y bonitos, pero entran escalofríos que trepen por mi cuerpo mientras duermo. Todos tenemos el mismo terror.
Abro mi saco para sacar ropa con la que taparme (a pesar de la humedad y del calor) y protegerme de las picaduras de los mosquitos y me encuentro con un par de cangrejos de excursión entre mis bañadores y camisetas.
El campamento que hemos montado está cerca del bosque y creemos que por ahí habitan más cangrejos, por lo que decidimos trasladarnos más cerca de la playa. Ya no llueve y la temperatura es buena.
Insomnio
Dos compañeros intentan hacer fuego con el chisquero. Spoiler: no es nada fácil, imposible si tenemos en cuenta que todo está húmedo. Lo mejor es utilizar las hebras del interior de los cocos y luego alimentar la hoguera con leña que encontremos por ahí (está prohibido cortar cualquier rama).
Son las dos de la madrugada y no ha habido suerte con el fuego. Nos juntamos todos en las esterillas que tenemos (tres para cinco) y todos, más o menos, van cediendo al sueño. Todos menos yo. Soy incapaz de dormir. Me dan miedo los cangrejos, los ruidos de la selva (el graznido de un pájaro local suena como la risa perversa de una niña).
He descubierto que los cangrejos huyen de la luz, así que me paso la noche apuntando con la linterna de mi móvil por todo mi alrededor. El problema es que se crea un juego de sombras que me provoca ver figuras que se me antojan espeluznantes por todas partes.
La epifanía
Son casi doce horas de noche cerrada. Poco antes de las cinco de la madrugada empieza a clarear y me siento aliviado, tanto que decido bañarme solo mientras mis compañeros duermen. Es aquí cuando siento la epifanía más típica que podía tener.
Estar ahí, en este paraje paradisíaco, solo, sintiendo el agua y respirando, me hace sentir bastante pleno. La experiencia es un ayuno alimenticio y tecnológico. Estoy muy acostumbrado a los estímulos externos y aquí me he acostumbrado, en muy pocas horas, a disfrutar del aburrimiento, de depender sólo de lo que se me pase por la cabeza.
Soy consciente, en este mismo instante, de que es un lujo estar aquí, viviendo esta experiencia, sabiendo que estoy protegido y que en breve me iré a mi hotel a comer y a descansar. Pero también se me antoja irónico que el privilegio sea jugar a no tener nada…
Dinámicas de equipo
Llevamos 15 horas en la playa. Unos han ido a intentar pescar, otros siguen dormidos y otros ordenan el campamento. A algún compañero le considero amigo, pero a los demás los conozco más bien poco. Descubro que desde que hemos llegado a la playa he descubierto más cualidades de ellos que durante los días previos del viaje. Esto es también Supervivientes: una convivencia.
Lo peor
He pasado miedo, he querido vomitar y no he dormido, pero lo peor, sin duda, es la sensación de suciedad que tengo. Todo está húmedo, mi ropa huele mal, la arena no se va nunca. Hay desorden y desidia.
Heridas y recuerdos
Por culpa del chisquero, dos compañeros han sufrido heridas en los dedos (después serán atendidos por el médico del programa). No hemos conseguido hacer fuego, pero hemos estado muy cerca. Todos menos yo (sigo sin creérmelo) han sufrido picaduras masivas, pero estamos bien. Más que eso, estamos eufóricos.
Nos recogen a las 11 de la mañana (con un sol y un calor casi insoportables) y nos despedimos de Playa Coco con la casi certeza de que nunca volveremos, pero que el recuerdo de esa noche va a perdurar. Mucho.