El Cid se despide de Santander saliendo a hombros junto a De Justo en una gran tarde
Emilio de Justo y Manuel Jesús ‘El Cid’ ofrecieron hoy una gran tarde en Santander al abrir ambos la Puerta Grande del coso de Cuatro Caminos, aunque fue el segundo el que protagonizó los pasajes más emotivos al desorejar a un buen Timonero, el toro con el que se dijo adiós a la afición cántabra.
Tras romperse el paseíllo, la Asociación Taurina de Cantabria desplegó un ‘tifo’ -probablemente el primero en la historia del toreo- en el tendido 3. Era una gigantesca foto de El Cid toreando a ‘Madroñito’, el toro de Adolfo Martín que indultó en esta misma plaza el 30 de julio de 2016, con la leyenda «Gracias, maestro».
Saludó el torero de Salteras una ovación unánime en su última tarde en Cuatro Caminos.
Como aquella tarde, la suerte cayó del lado de El Cid, al que le correspondió el toro de la corrida, Timonero, un cárdeno de preciosa lámina, hecho cuesta abajo, con largo cuello y engatillado de pitones, que ya planeó en los capotes del peonaje, aunque sin ser la tonta del bote, pues cuando enganchaba la muleta del matador sevillano se violentaba.
Sin alcanzar las cotas conquistadas con Madroñito, Cid se dio el gusto de ligar las series por ambos lados. Más claro el viaje y más rotundos los muletazos diestros. De trazo curvo y templado ritmo. Hasta que empezó a confiarse y dejársela puesta con su mejor mano, la zurda, evocando los recuerdos del mejor Cid. Media estocada bastó y el palco puso el final feliz con la concesión de las dos orejas.
Su primero, que sangró hasta las dos pezuñas, se derrumbó a la salida del segundo encuentro con el caballo. Sin fuerza. El Cid intentó mantenerlo en pie con la seda de su zurda pero el ‘santacoloma’ no podía desplazarse.
El tercero mostró celo en varas y empujó mucho en el caballo, pero con la cara arriba. Tenía el poder justito. Repetía las embestidas por el pitón diestro, sin grandes calidades ni emociones superlativas.
Emilio de Justo tapó esta falta con su empaque, su aroma y su toreo ligado en redondo, abrochado con los de pecho rematados en la hombrera contraria. Colosales. Incluso a izquierdas, por donde se quedaba corto, le enganchó con los vuelos en sutiles toques que murieron detrás de la cadera. Se fue tras la espada despacio y en rectitud a cambio de un pitonazo en la ingle derecha. Oreja de ley.
Nuevamente volvió a componer auténticas pinturas pasándose al sexto por la faja. Hundidas las zapatillas, maciza y flexible la composición estética. Había además que solucionar problemas: lo hizo De Justo sorteando el molesto cabezazo y ganándole pasos cuando salía el burel muy escupido del muletazo.
Al natural venía haciendo hilo y ni los oportunos toques le libraron de una fuerte voltereta. Se volcó sobre el morrillo y amarró la oreja que le abría la puerta grande.
Curro Díaz nada pudo con el inválido primero. En el otro fue esparciendo perlas por el polvoriento ruedo en forma de derechazos muy enhiesto, con su calambre artístico. Con el mentón hundido en el pecho abandonaba el cuerpo con relajo tras la embestida, noble en el primer tramo pero desentendida y de cara alta al final.
Insuficiente para reventar la tarde esa salida mirando a los tendidos del cárdeno de La Quinta. Le pidieron la oreja con timidez tras un espadazo que tumbó rápido.
Ficha del festejo
Seis toros de La Quinta, desiguales de presentación. Inválido el primero. Sin fuerzas el segundo. Nobles tercero y cuarto. Muy notable el quinto. Aprovechable el sexto a pesar de sus complicaciones.
Curro Díaz, de azul pavo y oro: estocada rinconera (ovación); estocada desprendida (ovación tras petición).
Manuel Jesús «El Cid», de tabaco y oro: estocada desprendida, (silencio); media trasera (dos orejas).
Emilio de Justo, de verde botella y oro: estocada arriba hasta la bola (oreja); estocada un punto trasera (oreja).
En cuadrillas, saludaron tras banderillear al sexto Morenito de Arlés y José Manuel Pérez Valcarce.
Tercera de abono de la Feria de Santiago, con tres cuartos de entrada en los tendidos.