«Mi nariz es mi tortura»: El calvario quirúrgico de Isabel Preysler
La confesión, espontánea y humana, mostró un lado desconocido de la mujer que siempre ha sido vista como un modelo de elegancia

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La figura de Isabel Preysler ha sido durante décadas sinónimo de elegancia, sofisticación y presencia mediática. Pero, en su reciente paso por el programa El Hormiguero para presentar su autobiografía Mi verdadera historia, reveló una parte de su vida que hasta ahora había permanecido —aunque comentada— poco explorada: los problemas constantes relacionados con su nariz y las múltiples intervenciones quirúrgicas que ha soportado. La socialité española, conocida por su perfección estética, sorprendió al reconocer que su nariz se ha convertido en su mayor tortura.
Desde joven, Preysler arrastraba un problema funcional en la nariz: un tabique desviado que le dificultaba la respiración. En sus memorias explica que la primera intervención importante se realizó en Manila cuando le operaron de amígdalas, y el cirujano aprovechó para «limpiar el cartílago». Ella misma califica aquel paso posterior como «un error». A partir de ese momento comenzó una larga cadena de operaciones que no solo no resolvieron el problema, sino que acabaron por complicarlo.
Según varios medios que citan su autobiografía, Isabel Preysler ha llegado a someterse a entre seis y ocho operaciones de nariz a lo largo de su vida. En una de ellas, contó, la estructura nasal se le «desmoronó» en quirófano: «Cuando se me desmoronó la nariz entera, todos quisieron salir corriendo de allí porque no sabían qué hacer». En otros momentos, los cirujanos tuvieron que extraer cartílago de sus orejas e incluso de sus costillas para intentar reconstruirla, pero el resultado nunca volvió a ser el mismo. La fragilidad de la zona es tal que incluso un golpe accidental de uno de sus nietos le provocó una nueva inflamación grave.
Lado desconocido de Isabel Preysler
Durante su entrevista fue interpelada directamente sobre este asunto. Isabel trató de esquivarlo al principio — «No me hables de mi nariz, es mi tortura»—, pero terminó reconociendo el sufrimiento que le ha causado durante años. La confesión, espontánea y humana, mostró un lado desconocido de la mujer que siempre ha sido vista como un modelo de elegancia impecable. En su gesto se percibía cierto cansancio, el de quien ha convivido demasiado tiempo con el bisturí y con las expectativas ajenas.
Este testimonio tiene varias lecturas. Por un lado, plantea el eterno dilema entre estética y salud: lo que comenzó como una intervención funcional para respirar mejor acabó convirtiéndose en un ciclo de retoques y reconstrucciones. Por otro, pone sobre la mesa los riesgos acumulativos de la cirugía estética cuando se repite en exceso, especialmente en una zona tan compleja como la nariz. También deja entrever el coste emocional de perseguir un ideal de belleza que puede volverse inalcanzable. «Ya me da igual todo», llegó a decir, dejando claro que la perfección tiene un precio demasiado alto.
Valor testimonial
El caso de Isabel Preysler sirve además para reflexionar sobre la presión estética que enfrentan las figuras públicas, sobre todo las mujeres. Su relato, lejos de ser una mera anécdota quirúrgica, muestra el lado humano de quien ha vivido bajo los focos durante décadas. Hablar abiertamente de sus problemas le otorga un valor testimonial y puede ayudar a normalizar el hecho de que, tras las imágenes impecables, existen miedos, errores médicos y procesos dolorosos.
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