Una voracidad confiscatoria que llega hasta la repugnancia
El Gobierno ha llegado al máximo de su indignidad debido a su afán confiscatorio, que le lleva a incrementar impuestos o crear otros nuevos un día sí y otro también.
Así, tras renunciar al impuesto a las empresas energéticas por exigencia de sus socios, que veían cómo Repsol iba a llevarse inversiones fuera de España, alguna de ellas en Cataluña, ha sacado adelante otras medidas que sólo contribuirán a asfixiar más a los ciudadanos.
De esa forma, mantiene el impuesto a la banca. Como decía el otro día, ese impuesto es otra aberración; ahora, se aplicará ese gravamen sobre intereses y comisiones, de manera que los perjudicados serán los clientes y el conjunto de la economía, pues repercusión, habrá. En principio estará en vigor hasta 2028, pero el riesgo de que se mantenga, es alto.
Adicionalmente, han establecido el tipo mínimo efectivo del 15% en el impuesto de sociedades, al tiempo que han legislado para poder recaudar la parte del impuesto de Sociedades que anuló el Supremo, y han subido un punto el gravamen de las rentas de capital a partir de 300.000 euros y han aumentado el impuesto sobre el diésel.
Es decir, Sánchez, con su cantinela falsa que repite que pagamos menos impuestos que la media de la UE -si tenemos menos presión fiscal se debe a aumento del PIB nominal por la inflación y las revisiones extraordinarias que lo ha elevado, no porque se paguen pocos impuestos. Si observamos el esfuerzo fiscal, que es la presión fiscal en relación con el PIB per cápita, vemos que el esfuerzo que hacen los españoles para pagar impuestos es de los mayores de la UE.
El aumento de impuestos hasta el infinito ahoga a una economía, expulsa inversiones, levanta barreras de entrada a nuevas inversiones, a las que ahuyenta, ya que cualquier empresa extranjera que tuviese pensado invertir en España se lo replantea debido al populismo tributario existente, y termina derivando en una destrucción de puestos de trabajo.
Friedman ya lo dijo: los impuestos van «de la cuna a la tumba», y Sánchez emplea a fondo la normativa tributaria para esquilmar a los ciudadanos, siempre con un pretexto de gasto social, aunque él lo emplee, mayoritariamente, en mucho gasto innecesario e improductivo.
Ahora bien, lo repugnante de todo ello es que el Gobierno se negó a suspender el pleno donde se debatían estas medidas, así como el decreto que entrega del todo el control de TVE al Gobierno y sus múltiples socios, cuando debería haberlo pospuesto, con la enorme tragedia ocurrida en Valencia, donde han fallecido decenas de personas y otras muchas han perdido todo lo que tenían.
Pues no, Sánchez, por si acaso, corre para aplicar estos incrementos impositivos, con los que les sacará más recursos a todos los españoles, también a los afectados por esta tragedia. Eso muestra su catadura moral, o, mejor dicho, la confirma.
Por otra parte, con todo lo que se va conociendo judicialmente, cada día parece más claro qué es lo que ha sucedido en los últimos seis años, especialmente durante la pandemia, donde parece que unos desalmados se aprovecharon del coronavirus para presuntamente delinquir. Y esos desalmados van teniendo nombres y apellidos. En definitiva, una subida de impuestos nociva para la economía y repugnante, por sus formas, en términos generales.