Vamos a hablar de Vox

Vamos a hablar de Vox
Vamos a hablar de Vox

La ultraizquierda de Sánchez y Podemos, ayudada en el menester por la ralea separatista (PNV incluido), filoterrorista y leninista, ha elegido la carótida, o las carótidas que son dos y están encargadas de transportar la sangre del corazón al cerebro, de forma que si se las aprieta se quedan tapadas y no cumplen su biológica función. O sea, ataque cardiaco al canto. La ultraizquierda del aún presidente tampoco sabe nada de esto, pero intuye que si el personal llega a creerse que la forma más sencilla de abortar la fuerte resurrección del Partido Popular es la asimilación al incordio que representa Vox, el nuevo jefe Feijóo se quedará cerrado en sus aspiraciones, al borde de una oclusión electoral. Ese es el gran objetivo de Sánchez y sus secuaces que, como están al borde de un ataque de nervios por lo que anticipan las encuestas (hasta el bodrio mensual de Tezanos lo dice) se han lanzado a la carótida derecha de Feijóo para dejarle en anoxia política, es decir casi muerto antes de haber vuelto a renacer en Madrid.

Da, sin embargo, la impresión que a la reseñada Vox no le molesta esta maniobra de los aludidos socialcomunistas. Parece que los más reputados analistas del partido de Abascal pueden pensar que la sucia estrategia de Sánchez y su pérfida cuadrilla les viene francamente bien. Y esto por dos  dos cuestiones: porque coloca al PP en el trance de aparecer no ya como un socio de coyuntura, sino como un práctico acólito de Vox. La segunda, porque atribuye a Feijóo unos comportamientos prácticos similares a los de Abascal en España, Le Pen en Francia, Orbán en Hungría o Matteo Salvani en Italia. Todos de ultraderecha, ¡hala! Es curioso que la especie ya esté cuajando. Periodistas reputados de independientes han caído en la trampa, Se estremecen con el reciente y obligado acuerdo de Mañueco en Castilla y León y marginan el gran escándalo que en cualquier otro país de Occidente no tendría un pase: la conjunción de los socialistas con los leninistas que abjuran del eurocomunismo de Carrillo. Los progreses alcornoques de aquí ignoran que en Alemania los comunistas tienen la misma consideración política que los nazis que allí, por fortuna, no se comen un saci.

Pero ¿en verdad es Vox tan temible como se representa? ¿Es su líder, Santiago Abascal, un tránsfuga del PP no se olvide el dato, la reencarnación de aquel general Franco que recibió en su vida el alias de “Invicto Caudillo”? Personalmente, creo que en Vox conviven dos o tres de las llamadas “sensibilidades”, esa estupidez que debe traducirse directamente por facciones ideológicas.  Dejemos que madure Abascal, que ha hecho del bravismo retórico su principal seña de identidad, muy acorde desde luego con la de cientos de miles de gentes que piensan que la Unión es en realidad la “pérfida Europa”. Poco tienen que ver los modos, los discursos y las propuestas técnicas de tipos como Espinosa de los Monteros, también Olona, con las bravuconadas de un Ortega Smith que siempre parece decidido a llenar de tanques la Diagonal barcelonesa. Poco. En cualquier debate con miembros templados de Vox -y conozco a unos cuantos- se reconoce que gracias a la generosidad de seculares fondos de la Comunidad de los 27 aquí viajamos de tierra en tierra con un confort envidiable, o gozamos de la mejor Sanidad, con diferencia, de todo el Continente y sus convecinos isleños, hablo por ejemplo del Reino Unido.

El peor inconveniente que guarda Vox para ser reconocido como una formación institucional y constitucionalmente impecable es el radicalismo, a veces casi teocrático, de sus planteamientos ideológicos. Esto les llega de las asociaciones, grupos y demás lobbys que llevan años predicando la reconquista moral y pseudocristiana o ¿qué decir de esa secta infame que se oculta bajo la denominación de El Yunque? Tampoco el propio Abascal, cuyo radicalismo más comprensible viene del sufrimiento terrorista sufrido en el País Vasco, comulga con estos tipos anclados en dividir al país en “buenos o malos españoles”, en “cómplices del comunismo”, en “apóstatas de la verdadera fe” o en “blanditos (literal) colaboradores de la destrucción de España”. Ahora ha llegado el momento de que Vox se introduzca en cometidos concretos, por ejemplo en la gobernación de autonomías o próximamente, con toda seguridad, en cientos de municipios. Ya constatarán los recién nombrados consejeros de Vox en el Gobierno de Mañueco, que las autonomías que encierran labores tan importantes como la Agricultura, resuelven muchos problemas y cometen pocos errores. No casa el desdén y hasta el rechazo a la organización territorial de España, con la insistencia que ha acrisolado Abascal en quedarse con la cartera de Agricultira, que le puede asegurar el dominio electoral del medio rural.

“Cuando se pisa la moqueta, se olvidan los ideales”, una reflexión genial, como todas las suyas, de Pío Cabanillas Gayas. Estoy por proclamar (y proclamo) que Vox en este Gobierno en el que ya está presente o en los futuros, no llevará  ninguna de sus patentes, trufadas de indisimulable talibanismo, a la práctica diaria de su administración. Por lo demás, alguna de estas proposiciones, ya acordadas con el PP de Castilla y León, son absolutamente decentes; decentes e incluso perfectamente responsables. ¿O no lo es una ley interfamiliar que luche contra las agresiones de padres a hijos o de hijos a padres? ¿Es que nadie puede reconocer que al año casi mueren más niños a manos de sus progenitores que mujeres a las de sus parejas? Hay espacio para ambas leyes: la comprometida por la coalición PP-Vox y para otra que combata con todas las armas legales la violencia de los depravados con las mujeres. Este Vox es mucho más digerible y aceptable que el ultraizquierdismo de Sánchez y toda su cuadrilla de sujetos/as insoportablemente ruines, desabridos, anticonstitucionales y persecutores de la libertad. Vox no ha pedido nunca la destrucción del Estado actual, los conmilitones de Sánchez, sí. Vamos a hablar en consecuencia de Vox. Ellos no son Putin; Putin es la cuadra de Sánchez y todos sus acompañantes, antiguos encrubridores de asesinos o recientes barreneros de la España del 78.

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