Valtonyc o el retorno del buen salvaje
El mito del buen salvaje nació con el filósofo que más ha influido en la política contemporánea al sembrar las semillas de todos los movimientos de liberación de la izquierda. Fue Rousseau la idea de que «el hombre ha nacido libre, pero en todas partes se encuentra cargado de cadenas» y que, por lo tanto, hay que liberar a la humanidad de estas constricciones «artificiales» que nos impone la civilización.
Lo que hasta la fecha había sido considerado como el prototipo del salvaje se convirtió de la noche a la mañana en el prototipo de héroe moderno para la clase intelectual. Había nacido el mito del buen salvaje y con él, la tentativa de restituir un inexistente paraíso natural donde, rotas las cadenas de la moral tradicional propias de la civilización, volveríamos a disfrutar de una libertad sin igual a base de dar rienda suelta a nuestros más primitivos instintos. Esta es la premisa de todos estos movimientos de liberación con los que nos crucifica a diario la izquierda postmarxista y que conforma toda su razón de ser.
La nueva izquierda nunca nos ha propuesto otra cosa que no fuera un programa reeducativo para que sustituyéramos la antigua moral (la Navidad cristiana, por ejemplo) por una nueva moral (la Navidad laica o woke) o, si lo prefieren por un conjunto, a menudo contradictorio, de pequeñas moralidades: la socialista, la feminista de género, la ecologista profunda, la multicultural o la nacionalista, convencida de que abrazándolas la humanidad va a regresar a esta naturaleza liberadora de la que nunca nos tendríamos que haber movido.
Pese a ser un mito intrínsecamente irracional, el retorno del buen salvaje fue recibido con aplausos por los estamentos más progresistas de la sociedad ya que estos entendieron que el hombre podía establecer racionalmente su propio destino y que no debía nada al pasado ni a la tradición. De ahí nacen todas las ingenierías sociales y la idea constructivista de que, a partir únicamente de una razón sobrevalorada, el hombre puede alcanzar cualquier fin que se proponga siempre que sus decisiones sean premeditadas y deliberadas conforme a un plan establecido. Este es el punto de partida de todas estas ideologías colectivistas que se autoproclaman emancipadoras.
Por lo que conocemos del hombre primitivo, la libertad del buen salvaje nada tiene que ver con la libertad individual de la que disfrutamos gracias a las normas generales y abstractas que nos procura la civilización y que nos han permitido llegar hasta aquí. El concepto de libertad del buen salvaje, por el contrario, se caracteriza por dos rasgos que la civilización creía superados pero que gracias a la pujanza de las ideologías colectivistas nos vemos en la necesidad de recordar: la falta de control de sus propios instintos y la sumisión de sus intereses y fines a los de la comunidad.
Resultaría difícil encontrar un ejemplar viviente que se ajuste mejor a estos dos rasgos propios de la libertad del buen salvaje que Valtonyc, el rapero que ha reaparecido estos días tras su bajón energético para comandar las huestes del nacionalismo balear e invitarnos a la manifestación separatista del próximo 30 de diciembre. No voy a referirme a las simplezas que ha manifestado estos días, declaraciones que han recogido algunos medios con un fervor digno de mejor causa, porque no merecen mayor atención. Nadie espera de él nada interesante y menos nada inteligente. La relevancia del personaje se debe a que nadie como él ha demostrado la falta de autocontrol tan típica del hombre primitivo, como puede atestiguar cualquiera que se asome a las letras de sus canciones por las que fue condenado, su desprecio a los jueces y a las autoridades españolas, su sonada escapada a Waterloo o su voluntad de volver a Mallorca como un héroe nacional tras la prescripción de su condena. Nadie como él ha puesto su realganismo liberador al servicio del credo colectivista que él adora.
Antes del baldón que debe haber supuesto para la hoja de servicios de un revolucionario su rendición en el último juicio celebrado en Sevilla en el que confesó a sus fieles su «falta de energía» para seguir dando la batalla contra el lawfare de la casposa España, nadie como él había pospuesto sus intereses personales a los fines colectivos del separatismo. Características, todas ellas, definitorias de la libertad tal como las entiende el buen salvaje.
Valtonyc es el nuevo profeta del nuevo evangelio nacionalista al que en estas fechas navideñas siguen las mesnadas de Més per Mallorca, la OCB o la Asamblea Soberanista de Mallorca. Que un sujeto que, a la vista de las letras de sus canciones, representa sin matices el discurso del odio al que tantas veces ha apelado Lluís Apesteguia, se haya convertido en el referente y en el reclamo de una formación que está en las instituciones como Més per Mallorca, sólo indica el alto grado de extremismo, sectarismo e hipocresía por los que lleva deslizándose Més desde hace años.
Su concejal de Palma, Neus Truyol, se solivianta y se hace la ofendida porque a un concejal del PP «le gusta la fruta» mientras su líder supremo, Lluís Apesteguia, dice hacer gestiones para amnistiar -borrar del pasado- a Valtonyic, quien, en una de sus canciones, deseaba que «explote un bus del PP con nitroglicerina cargada» o admitía, en otro de sus versos por los que fue condenado, que «un atentado contra Montoro [es] otro logro para nosotros», o que María Dolores de Cospedal «no reiría tanto en un zulo a cuarenta grados» o que José Ramón Bauzá «debería morir en una cámara de gas, pero va? Eso es poco, su casa, su farmacia, le prenderemos fuego».
Més per Mallorca siempre levantó la voz contra la condena de este angelito porque «sólo se limitaba a cantar». ¿Cómo se puede condenar a alguien sólo por cantar?, se preguntaban estas víctimas perpetuas del Estado español como son los políticos de Més. Nadie de Més se ha preguntado por el contrario qué hizo mal Antonio Deudero cuando expresó sus incontenibles deseos de comer fruta. Este es el escandaloso doble rasero que debería avergonzar a Més per Mallorca, una fuerza que todavía sigue dispensando cédulas de buenos demócratas y de malotes fascistas.
Si no ando equivocado, la asociación Ben Amics sigue todavía con su costumbre de premiar anualmente con el Siurell Rosa a la persona (o colectivo) que se ha distinguido por su respaldo al colectivo LGTBIQ+ y de concederle el Dimoni Rosa a quien, ¡infame!, se ha distinguido por todo lo contrario. Además de los afortunados premiados, Ben Amics también nos regala por el mismo precio y la misma subvención una lista de merecidos aspirantes a llegar a serlo. El GOB, por su parte, sigue celebrando anualmente la entrega de los premios Alzina y Ciment. Los últimos premios Ciment fueron, informa el diario Ultima Hora, para AENA, la Autoritat Portuària y la Fundació Mallorca Turisme por su contribución a la masificación de Mallorca, al calentamiento global, a la contaminación y a la promoción turística de Mallorca pese a la emergencia climática. Méritos más que suficientes para poner en la picota a estos desalmados destructores del territorio. El zurderío, como ven, no tiene ningún rubor en premiar pública y abiertamente a quienes siguen sus pautas y en castigar a quienes les llevan la contraria.
No veo inconveniente para que la derecha no haga lo mismo e instituya de una vez el ‘premio al buen salvaje’ del año, una ocasión para reunirnos todos juntos y, con rostros apesadumbrados y serios, condenar en torno a unas buenas viandas navideñas los avances descivilizatorios de algunos de nuestros próceres más conspicuos. Sonia Vivas habría sido una candidata con serias posibilidades a ser premiada. Los sindicalistas docentes de la UOB, por sus ataques contra el conseller Toni Vera por haber pisoteado la «neutralidad religiosa» en su postal de felicitación navideña, estarían sin duda entre los merecidos aspirantes al galardón. También figuraría entre los candidatos algún que otro diputado como la menorquina Patricia Gómez (Podem) por criticar el Belén del vestíbulo de entrada del Parlamento balear y la postal navideña de Gabriel LeSenne. Como ven, no faltarían candidatos.
Animo a las fuerzas vivas de la derecha y a otras fuerzas de orden a poner en marcha cuanto antes el premio al buen salvaje del año. Si nos diéramos prisa y la burocracia nos respetara, en nombre de la urgencia de fin de año nos podríamos evitar incluso en esta ocasión las arduas deliberaciones del tribunal y proclamar sin más dilaciones a Valtonyc como el justo ganador para el 2023.
P.S. A Valtònyc, para que le ponga música