Con ustedes, el presidente del Gobierno de España, ¡Carles Puigdemont!

Opinión de Eduardo Inda

Con ser chulo, que lo es y en cantidades industriales, Pedro Sánchez nunca lo evidenció más que en la celebérrima entrevista en Radio Nacional con el periodista que hizo lo que debe hacer un periodista digno de tal nombre, de periodista tocapelotas. Al inquilino monclovita, que tiene menos cintura que un pollo, las preguntas le molaron entre cero y nada, y eso que tampoco fue un sexto grado, al punto que llegó el momento en el que estalló y, casi a gritos, fue él el que interpeló al entrevistador:

—¿De quién depende la Fiscalía? ¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso.—, insistió prácticamente fuera de sí para dejar claro que en autocracias como la suya el ministerio público es un mero a la par que patético apéndice del Ejecutivo.

El funcionario de la radio pública optó por callar, por no sucumbir a las provocaciones de un teórico presidente del Gobierno que, desgraciadamente, goza de la facultad por pelotas interpuestos de mandar al pasillo a quien no le baile el agua en el ente público. Así continúan funcionando las cosas en España 48 años después de la muerte del dictador. Hemos cambiado en muchas cosas a mejor pero, desgraciadamente, no en ésta ni en el control de los medios privados, que se asemeja más a latitudes orientales que al Occidente en el que vivimos.

Si hay algo que pone de los nervios al robatesis que preside el Gobierno de España es que alguien discuta su condición de primer ministro

Cada vez que en La Mirada Crítica de Ana Terradillos surge la pregunta del millón, «¿qué hará Pedro Sánchez con tal o cual exigencia de Junts?», yo parafraseo sistemáticamente al personaje con una frase que le sienta a cuerno quemado:

—¿De quién depende Pedro Sánchez? ¿De quién depende Pedro Sánchez?—.

Ana Terradillos jamás me responde, por aquello de respetar la imparcialidad que debe caracterizar a cualquier conductor de un programa. Lo hago yo, y encantado, soltando la coletilla copyright del secretario general socialista:

—Pues eso—. No hace falta que miente a Carles Puigdemont porque la solución al silogismo es tan perogrullesca que tampoco es cuestión de quedar como un gili.

Pero si hay algo que pone de los nervios al robatesis es que alguien discuta su condición de primer ministro. ¿Cuántas veces ha podido repetir en casi seis años de pesadilla la muleta «yo, el presidente del Gobierno», «yo, que soy el presidente del Gobierno» o ésa otra del «yo, como presidente del Gobierno»? ¿Quinientas, mil, cinco mil? No lo sé, cientos en cualquier caso. Le traiciona el subconsciente porque tan cierto es que conquistó Moncloa legalmente como que lo hizo ilegítimamente con una sentencia de Gürtel precocinada por los De Prada, Garzón y demás jueces o ex jueces ultraizquierdistas. No estaría de más que el periodista de turno o el palmero de guardia le aclarase: «Tranquilo, que todos sabemos que usted es el presidente del Gobierno». Más que nada, para que no le dé un telele el día menos pensado.

Y si hay algo que le saca definitivamente de sus casillas es esa malévola pero incontrovertible distinción que suele efectuar el arriba firmante entre el presidente del Gobierno de iure y el presidente del Gobierno de facto, es decir, entre el presidente del Gobierno legal y el presidente del Gobierno real. Sobra puntualizar que el primero es claramente Pedro Sánchez y el segundo inequívocamente Carles Puigdemont. No es una hipérbole en términos objetivos ni un ditirambo al ex president catalán, sino la vida misma.

Pedro Sánchez, que sacó la friolera de 16 escaños menos que Alberto Núñez Feijóo, es un perdedor nato. Es más, de las cinco generales a las que ha concurrido, ha perdido tres. La última la palmó de calle, lo cual no obstó para que se buscara la vida pactando con quienes asesinaron a 856 compatriotas y con quienes protagonizaron un 1-O en el que no hubo un solo muerto pero sí una sediciosa declaración de independencia.

De aquellos polvos vienen estos lodos demostrándose, por enésima vez, que cuando un partido vence en unas elecciones pero sin mayoría absoluta terminan mandando las minorías. Sánchez no ha sido la excepción que confirma la regla toda vez que es un títere de un Puigdemont que le garantiza los siete escaños que permiten deshacer la ventaja que le saca un Alberto Núñez Feijóo que cuenta con 172, es decir, uno más que él juntando a Sumar, ERC, Podemos, Bildu, PNV y BNG. Y el ex president catalán está sacándonos los hígados a todos los constitucionalistas por la vía de extirpárselos a un Pedro Sánchez que juega sistemáticamente el rol de mil hombres y acaba finalmente comportándose como un minino diciendo «amén» a todo lo que le exige su jefe de Waterloo.

Sánchez es un títere de un Puigdemont que le garantiza los siete escaños que permiten deshacer la ventaja que le saca Alberto Núñez Feijóo

Lo comprobamos en noviembre con una investidura en la que hizo todo lo que le ordenó su amo: desde la apertura de una mesa de negociación, mediador internacional incluido, hasta el establecimiento de unas comisiones parlamentarias de lawfare que a modo de VAR rearbitrarán las resoluciones judiciales, pasando por ese referéndum consultivo que llegará antes o después si quiere estar en Moncloa hasta 2027 y terminando por la Ley de Amnistía que ha llegado esta semana sin cortes ni apostillas, esto es, como quería el baranda de Pedro Sánchez.

Sería para descongojarse de la risa si no fuera porque es para llorar lo que ha acontecido con una norma que, según el PSOE, tenía un sinfín de líneas rojas. La primera de ellas la inclusión de los delitos de terrorismo, «incompatible con la legislación europea», según decían los socialistas y sus periodistas de cámara, la segunda, los de traición, y la tercera esa malversación que ahora resulta que es distinta si el dinero público que despistas acaba en el bolsillo de terceros en lugar del tuyo propio.

Servidor siempre ha cuestionado que en el procés catalán se produjeran delitos de terrorismo, lo mismo que opinaban por cierto en Ferraz y en Moncloa. Opinaba y opino que es un tipo penal cogido con alfileres en el caso que nos ocupa. Pero si aceptamos la mayor no hay duda alguna de que no serían amnistiables en virtud de la legislación europea. Tesis que compartían los socialistas antes pero no ahora tras ser reconvenidos el miércoles por el presidente del Gobierno de España, Carles Puigdemont, que a eso de las tres de la tarde, y a 24 horas de que expirase el plazo, lanzó un ultimátum: «O todo o nada».

Si en un país mandan las minorías, la democracia es menos democracia, máxime si quienes pueden decidir se quieren cargar el ‘statu quo’

Los subalternos del obediente Pedro Sánchez tardaron tres horas en bajarse los pantalones: «Todo». Y la amnistía es un servicio completo en el que, a modo de cajón de sastre, han colado terrorismo, traición y malversación. No seré yo quien culpe a Carles Puigdemont de lo acontecido, como tampoco lo hice con Carod-Rovira o con Pujol cuando José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar o, ya más lejos en el tiempo, Felipe González aceptaron sin rechistar los respectivos trágalas nacionalistas. La culpa no es de quien exige sino de quien acepta. Como ocurre con un niño pedigüeño, con una pareja caprichosa o con un futbolista que cada temporada quiere ganar un 40% más que la anterior.

Si en un país mandan las minorías, la democracia es menos democracia, máxime si quienes tienen la sartén por el mango se quieren cargar el statu quo. A Carles Puigdemont le podemos negar su apego a la legalidad constitucional pero no el excelente resultado que para los suyos supone cargarse el Estado de Derecho en España y la separación de poderes. El responsable no es él sino el que se lo permite, un Pedro Sánchez que con tal de seguir volando en el Falcon, el Airbus y el Super Puma, de veranear en la Residencia Real de La Mareta y pasar los findes en Quintos de Mora y Doñana es capaz de vender a su padre y a su madre en un mismo lote y ni siquiera por 30 míseros denarios.

Urge más que nunca reconstitucionalizar España para impedir que las minorías hagan y deshagan nuestro modelo de convivencia a su antojo. Algo que con ese amoral esclavo de Carles Puigdemont que es el marido de Begoña Gómez es física y metafísicamente imposible. Habrá que esperar, pues, a que caiga y cruzar los dedos para que el nuevo secretario general del PSOE sea un impecable constitucionalista. Sólo entonces será factible reformar la Carta Magna para impedir que uno, cinco o 10 escaños valgan más que 137 ó 121 y para impedir que, por mucho que les joda, continuemos dirigiéndonos a Carles Puigdemont como «presidente del Gobierno de España [lo de España lo lleva mal]» y a Sánchez como vicepresidente. Que le jode muchísimo más el mote al segundo que al primero. No lo puede soportar. Pero esta degradación del cargo, querido Pedro, deleznable Judas, te la has buscado tú solito.

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