La última Navidad
Mientras el tiempo sigue avanzando, con los medios de comunicación ocupados entre la cepa británica del virus y el suministro de las vacunas, puede olvidarse injustamente el drama de la soledad que sufren muchas personas desde hace más de nueve meses, derivado de las duras e intensas restricciones a las que nos encontramos sometidos, así como la ruina de tantas personas empobrecidas por las limitaciones establecidas.
Un virus nuevo y una ausencia de diligencia se convirtieron en aliados muy efectivos para sembrar de dolor y pena nuestro país, al fallecer por ello miles de personas, especialmente mayores. No pudieron estar acompañados por sus seres queridos en sus últimos momentos, ni siquiera pudieron ser despedidos en el calor de familia y amigos, sino que muchos fueron depositados en tanatorios provisionales, como el Palacio de Hielo de Madrid. Todos ellos fallecieron a los pocos meses de haber celebrado la Navidad, sin saber que ésa sería la última de la que disfrutarían. Al menos, eso sí, en esa última Navidad pudieron contar con la compañía familiar, con el contacto con amigos, con una celebración especialmente querida en España, pues nuestra tradición cristiana occidental está muy arraigada entre nosotros, gracias a Dios.
Ahora, con el dolor de la desaparición de esos seres queridos, como con el dolor de cualquier otro familiar o amigo que fallezca por cualquier otra dolencia -sigue habiendo otras enfermedades, aunque parezca haberse olvidado-, las familias de nuestro país están afrontando estas fiestas navideñas con un dolor adicional, que es el de la separación originada por las restricciones.
El virus existe, contagia y, desgraciadamente, mata, eso es obvio, pero el pánico que se ha impregnado en la población española es tremendo, cuando habría sido muy sencillo reconocer errores y decir que no podemos evitar que haya fallecimientos de algunas personas, lamentablemente, pero que tampoco podemos vivir atenazados de miedo, porque se va aprendiendo del tratamiento del virus y poco a poco lo vamos superando, con un efecto menos intenso, por doloroso que sea, en cada oleada. Sin embargo, nada de eso se dice, sino todo lo contrario: muchos responsables públicos, no todos, alimentan cada día un pánico inasumible. Una cosa es insistir en la prudencia, sin duda, que hay que redoblar, pero otra muy distinta es atemorizar a la población. Lo mismo sucede con muchos medios de comunicación -tampoco todos-, que parece que tratan de buscar algún problema adicional, ya sea en forma de recrearse en la nueva cepa o de efectos adversos a la vacuna. Es cierto que ambas cosas existen, pero no destacan que la nueva cepa puede que sea más contagiosa, pero no parece más virulenta, como sucede con muchos virus cuando mutan y se hacen más contagiosos pero menos agresivos, y tampoco dicen que en toda vacuna siempre hay algunas personas que pueden sufrir algún tipo de complicación.
Con todo ello, hay una gran parte de la población sumida en la desesperanza, bien porque las medidas de restricción los han arruinado -y de poco les vale a las familias que vivían de su trabajo en un bar decir que es que vamos a ir ahora hacia un desarrollo espectacular en I+D+i-, bien porque esas mismas medidas, endurecidas, les impide pasar la Navidad con su familia.
Muchas de esas personas que no pueden ver a sus familias son personas mayores, ancianos. Es cierto que la intención de las restricciones es buena, el protegerlos, pero también muchas de esas personas que tienen una avanzada edad, hace que exista la probabilidad de que, por cualquier motivo, no puedan llegar a la siguiente Navidad. De esta manera, para muchas de esas personas su última Navidad será una Navidad triste y solitaria, reconfortadas en la fe quienes sean creyentes -la inmensa mayoría de españoles- pero sin sus seres queridos a su lado.
Debemos salir adelante con coraje, como todas esas personas mayores hicieron en el pasado; no bajar la guardia, pero ahuyentar toda histeria que está llenando de miedo y angustia a muchas personas que no saben si llegarán a la próxima Navidad y que merecen todo el cariño del mundo. Del mismo modo, hay que reactivarse para evitar la ruina y pobreza que están empezando a sufrir muchas familias, pues esos efectos serán peores todavía que los del virus. Recordemos, una vez más, a Juan Pablo II, que nos decía, sabiamente, “no tengáis miedo” y vayamos adelante con coraje y con todo el cariño, tanto en el recuerdo de quienes no están ya con nosotros, como en el momento actual de quienes algún día no estarán.