Trumpianos del sanchismo

Trumpianos del sanchismo

Cansados de análisis repetitivos, poco imaginativos y perezosos sobre la anormalidad, falta de escrúpulos y deseo de poder de Sánchez, entiendo que el columnismo patrio quiera estirar el chicle del psicoanálisis para entender el penúltimo movimiento de supuesta inteligencia del presidente. Se tiende a buscar razones allí donde nunca se actuó bajo parámetros lógicos. No intenten, camaradas, hallar sentido común donde no crece la decencia.

La izquierda periodística tuitera, que para conseguir su cuota de atención expulsa padrenuestros de turra moral en las redes, se reúne en comuna digital para solidarizarse con Sánchez porque está siendo atizado de manera inmisericorde por la malvada central lechera mediática. Al pobre Pedro, el único hombre que sabe vivir sin que la mentira le hipoteque la conciencia, se le retrata como ese ser siniestro que el poder ha convertido en verdugo acumulador de víctimas: un tipo que confundió audacia con inmoralidad y supo vender progreso cuando siempre aspiró autocracia.

En su ominoso mandato, Sánchez eligió a Podemos como socio de Gobierno -y no a Ciudadanos, a ver si las tertulianas de cuota se enteran de una vez-, condenó el Parlamento a ser un reducto residual de decretos coloreados por la papilla ideológica de Moncloa, situó a los hijos de ETA de Bildu en la mesa de la democracia, en el blanqueo más abyecto de cuantos se han producido en esta legislatura. Y todo ello, mientras ocultaba el destino de los fondos europeos, sacrifica el futuro de jóvenes para tranquilizar el presente de funcionarios y pensionistas, sacaba a violadores y delincuentes a la calle, y destrozaba la tranquilidad de una sociedad cuyo estado mental no dependía del sexo ni de la causita traumática del día. La trinchera que en su día abrió Zapatero para que el odio, el rencor y la envidia fueran motivos de campaña permanente, Sánchez la ha convertido en el búnker que explica todas sus decisiones.

Al todavía presidente del Gobierno lo definen mejor quienes más lo conocen, esos que vivieron su intento de pucherazo tras una cortina. O quienes trataron sus trolas parlamentarias entre maitines bolivarianos. O quienes, hartos de su fachada de metal, acabaron por definirle desde la psiquiatría antes que desde la historia. Pero la verdad no gusta a las grupies progres que, en vez de ejercer de vigilantes del poder, salen en comandita a darnos la turra moral de rigor. Y al modo trumpiano, actúan de inquisidoras de lo que hay que escribir o no sobre el páter de todas las felonías. Periodistas que critican y censuran a periodistas para proteger al poder que deberían tensar, confirmando la edad de oro de los juntaletras del sanchismo.

En la semana política que empezó con España cambiando de nuevo el ciclo bipartidista, todo indicaba, que, tras el triunfo del PP en las municipales y autonómicas, el traspaso de poder sería incómodo y maleducado. Se esperaba, y ha llegado, un ataque sin inteligencia ni medida por Moncloa, Ferraz y sus bulldozers ante el panorama evidente de pérdida del monopolio que ordeña la vaca. Los spin de quita y pon que se encargan de decirle a Sánchez «todo OK, Pedro» y los periodistas cuya alfalfa aún les llega para seguir comiendo de la mano del líder, protestan porque la España que trabaja y escribe retrata a su mesías con justa dureza. Y ellos, acostumbrados a la loa y no al juicio, se revuelven traicionando su oficio. Y como buenos amanuenses de su amo, reprenden al que hace lo que tiene que hacer. Trumpianos y tramposos.

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