Los traumas de Irene Montero

Los traumas de Irene Montero
Los traumas de Irene Montero

No existe otra preocupación, no hay más asuntos de interés para ella que la sexualidad humana (aún no ha aludido a la de otros mamíferos, pero todo se puede esperar). Estudiar históricamente la estimación moral de esta vertiente física del amor, que les recuerdo que es la que posibilita que la especie continúe, no es más que atender al plan divino del ordenamiento social: el freno y la brida; ayuno, silencio y disciplina han sido el remedio médico y religioso durante siglos cuando las pasiones del alma generaban pasiones del cuerpo. Los herederos de la tradición grecolatina, rememorando la hibris griega, han entendido el exceso y la desmesura, el sobrepasar los límites supuestamente establecidos, valorando una naturaleza ideada a semejanza de la divina. Por aquí van los tiros; pero, por favor, ni por asomo pretendo insinuar que esta ministra conozca o haya meditado mínimamente sobre los aspectos que aquí traigo como introducción. Su pequeñez la voltea con otros vientos, mucho menos ilustrados o lógicos.

Desayunando esta mañana con una periodista francesa, buena amiga desde que hizo un Erasmus en mi universidad a finales del siglo pasado, hemos celebrado con alegría que una mujer, Giorgia Meloni, esté por primera vez en la historia al frente de un país que ambas sentimos como hermano: Italia. Me ha preguntado cómo lo hemos tomado en España, pues, teniendo un ministerio dedicado exclusivamente a defender a la mujer, entendía que habría sido celebrado con efusión. Le ha costado bastante asimilar la realidad de los hechos, que no expongo de nuevo por reiterativos. Hemos terminado el delicioso encuentro con un entrañable abrazo. Sus últimas palabras han sido muy reveladoras: “Recuérdale a vuestra ministra de los derechos de la mujer que la perversión sexual es una estrategia alternativa y oportunista para garantizar la reproducción cuando no existe posibilidad de competir por el rango jerárquico”. Siempre ha sido muy aguda mi amiga francesa.

Decía Freud, que el papel del abuso sexual infantil se aproximaría al planteamiento psicodinámico, en el cual el masoquismo sexual sería una suerte de instinto de autodestrucción ligado a la coexcitación. Está claro que existen alteraciones psicológicas subyacentes detrás de todos estos comportamientos, se trata de personas con conductas susceptibles de revestir significación clínica. En este grupo hay que incluir a Irene Montero, la ministra de Igualdad española, pareja de hecho del malogrado vicepresidente segundo del Gobierno de España. Está convencida de que su capacidad de raciocinio en cuestiones de moralidad es superior, en la óptica y las intenciones. Tradicionalmente, la literatura religiosa y la filosofía han distinguido la estimación moral de los comportamientos. Ahora, Irene Montero y su desquiciada visión de la realidad pretenden alzarse en juez de lo que es válido y lo que no. Para ella, el hombre debe llorar y dejarse consolar por los niños que quieran tocarle para sentirse mejor. Las instituciones represoras con historia, Estado e Iglesia, ya no deciden. Ahora es esta mujer la que decide qué es bueno para los niños españoles. Los padres bastante han hecho con tener sexo y no abortar. ¿No es ella una diosa de la libérrima tradición grecolatina?

La periodista francesa me ha preguntado también si esta ministra tenía sexo delante de sus hijos, de apenas unos años, para enseñarles de manera gráfica lo que ellos pueden hacer también si quieren y les apetece. Le contesté que esos datos no los había dado, pero que si seguía un poco los consejos de Luis Vives, humanista y pedagogo español del Reino de Valencia, efectivamente vería cómo las pasiones sexuales se desatan en el hombre, y sobre todo en la mujer, desde la infancia; por eso este ilustrado de la Edad Moderna avisaba de que había que amordazar los temperamentos apasionados desde muy temprano. Se ha reído a carcajadas. Finalmente, ha emitido su certero veredicto: “Ciertas coincidencias de pensamiento entre Blake y Sade derivan del hecho de que eran, en mayor o menor medida, sádicos”. Poco o nada tuve que añadir.

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