Le toca, Majestad

Majestad Pedro Sánchez

Los golpes de Estado posmodernos ya no se hacen a golpe de bota militar ni con caballos entrando en las Cortes. Los disparos ya no son físicos. Ahora los tiros son jurídicos. Cuando Sánchez invocó el luminoso periodo de la República, en realidad estaba haciendo un recordatorio de su siniestro legado, que aspira a repetir, pues en su psique de autócrata convencido sólo admite el poder absoluto, coronado. La España que preside es ya de facto una autocracia consolidada, una dictadura constitucional tolerada por esa ciudadanía que protesta cuando se le dice y no cuando conviene.

A Pedro I «el felón» sólo le queda un obstáculo que superar, una vez ha desactivado los contrapesos institucionales y derribado la arquitectura funcional que sujetaba los cimientos de la nación: ese muro a derribar es el Rey, el último dique de contención a sus despóticas ambiciones. Y será el siguiente, a poco que Felipe VI, firme en el cumplimiento de su papel constitucional, se despiste en el trasiego con el que Moncloa marca su agenda, discurso y ensombrece su presencia con cada acto. Te cuentan que Sánchez va por el mundo presentándose como jefe de Estado y te lo crees, porque solo a un autócrata le molesta la figura de un Rey constitucional cuya función es la de garantizar la unidad nacional consagrada a través de un estricto contrato social de libertad, igualdad y separación de poderes. Así era, mas así ya no es. Es el triunfo de los enemigos de la Transición.

Dirán que el Rey no puede hacer nada, pues se lo impide, en el ejercicio de sus responsabilidades, alzar la voz ante la deriva antidemocrática de este Gobierno. Olvidan los que buscan silenciar al monarca que este no titubeó ante el golpe de Estado en Cataluña de 2017. Mientras Sánchez ya pensaba cómo proteger a los sediciosos, Felipe VI representó, él sí, a los españoles castigados por la felonía de unos golpistas y la traición de un Presidente del Gobierno que intuyó que su supervivencia pasaba por derribar todo lo que sujetaba moral y jurídicamente a la nación: sus tribunales, sus legisladores y los medios de comunicación. Tuvo ayuda, claro. En toda dictadura siempre hubo cómplices políticos, funcionariales y mediáticos, aliados necesarios que callaron ante la omertá impuesta y señalaron al que señalaba la irreversible deriva. Se acordarán, como avisó Niemöller en su poema, cuando ya no quede nadie para defender su libertad. La entregaron, cobardes, por defender al régimen.

Ya solo nos queda el Rey defendiendo el fuerte. Porque todo lo demás, ya lo ha puesto Sánchez a su servicio. Un legislativo controlado por mayorías desequilibrantes, sin el menor sentido de la convivencia y con una aversión compartida hacia la libertad e igualdad ante la ley. Un Ejecutivo dominado de facto por una personalidad narcisista y ególatra, que gobierna a golpe de BOE silenciado. Y un Poder Judicial que poco a poco tendrá en sus órganos máximos, a miembros afectos a las siglas de un partido cuyas décadas de existencia son directamente proporcionales a sus años de deslealtad a la nación. El ejemplo más notorio que demuestra la involución democrática y en lo que nadie repara es la reforma del delito de malversación, que según presumen los adláteres y todólogos del sanchismo, endurecerá el enriquecimiento personal ilícito. Pero dicha reforma no se hace únicamente a gusto del socio separatista golpista, que también, sino a pretensión de un Gobierno que busca protegerse ante futuras denuncias en los tribunales con leyes ad hoc que faciliten sentencias favorables. Por el camino, se dedica a nombrar jueces que sepan interpretar la legalidad conforme a la ideología imperante y tengan claro hacia donde hay que ir (Patxi López dixit). Como hay motivos de sobra para empapelar la gestión del Gobierno, empezando por ese sumidero ideológico llamado Ministerio de la Igualdad, la única manera de que no se investiguen los oscuros viajes de Estado de Sánchez y esposa por países africanos ni se castiguen las campañas espurias que Montero y la cuchitropa adjudican a dedo a su nini pandi, es tener al poder judicial cautivo y desarmado, rendido y sometido.

Por eso le toca a usted, Majestad, alzar la voz. No se preocupe por las consecuencias de su defensa de la democracia parlamentaria que esta pandilla sectaria quiere derribar y sustituir por una popular, o sea, totalitaria. Le dirán que incumple su papel de moderador de la vida nacional, quienes han asaltado las normas que nos hacían convivir bajo el imperio de la ley. No hay futuro ni confianza posible en quien ha fusionado todos los poderes en uno con objeto de perpetuar su existencia y legado. Pero algo tiene que hacer, porque el siguiente en la lista de damnificados del autócrata es usted. Debe cruzar el Rubicón si quiere salvar la nación de ciudadanos libres e iguales cuya jefatura aún ostenta. Cambiar la forma de Estado exige osadía, división y odio sembrado. Su protección es, sin embargo, un imperativo moral. Le admiramos por defender a España de aquel golpe de Estado en Cataluña. Hoy, lo volveríamos a hacer. La diferencia es que el golpe de Estado es ahora al conjunto de España.

Coda: como bien afirmó el profesor García-Trevijano en su día, que haya poder ejecutivo, legislativo y judicial no garantiza que se desarrolle en una democracia plena. El franquismo también tuvo su gobierno, sus Cortes y sus jueces. La democracia liberal estaba tan ausente entonces como ahora.

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