¿Teleestudias o teletrabajas?

¿Teleestudias o teletrabajas?

Esa podría ser la pregunta del ligón de discoteca del siglo XXI, sobre todo si el teletrabajo sigue creciendo como en los últimos meses; aunque me temo, con gran pesar, que el BOE va a terminar con el teletrabajo y el pagafantas español no le pondrá el «tele» a la clásica pregunta.

Y es que Gobierno y sindicatos, preocupados por sus inmaduros ciudadanos, vienen a protegernos de nuevos riesgos que no conocíamos o que sólo deben de ocurrir en casa (ciberacoso, fatiga informática, teleestrés…) y también nos previenen de esos empresarios (aquí nunca dicen empresarios y empresarias) que buscan ahorrar costes. Pero se equivocan nuestros salvadores por partida triple:

Primero, porque desconfían de que los empresarios puedan querer ahorrar costes. Es comprensible; pues este Gobierno, eso de ahorrar no le va. Mejor gastar, ahorrar es de codiciosos o de holandeses. Por eso la ley quiere que todo lo pague empresario. Hoy luz, teléfono e internet y mañana, por qué no, dirán que parte del alquiler o la amortización de la vivienda del trabajador. Todo se andará, si siguen quedando empresas.

Segundo, porque piensan que sólo ahorra la empresa, como si no ahorrasen los empleados que ya no consumen en transporte, ropa de trabajo, etc., o como si no tuviera un valor económico el mejor aprovechamiento del tiempo del que podrán disfrutar los empleados.

Y tercero, porque olvidan que toda norma, como decía Bastiat, tiene dos efectos: el que se ve (que pagará el empresario) y el que no se ve (que, por esa razón, ya no facilitará el teletrabajo). Si a un empresario le cuesta lo mismo o más que su empleado trabaje en casa o en la empresa, por qué va a querer que trabaje en casa.

 Así, si la cosa no cambia, pronto veremos en el BOE un nuevo ejemplo de una mala decisión cargada de buenas intenciones, como la de proteger a las mujeres, ya que, como les gusta decir a los ideólogos de género, el teletrabajo puede perpetuar los roles de la mujer en el cuidado del hogar y la familia.

Por ello la Ley quiere que los convenios colectivos eviten que esos roles continúen; es decir, habrá que equilibrar los porcentajes y si los hombres no quieren teletrabajar pues las mujeres, ¡hala!, al tajo.

Y es que no aprendemos. Luego se creará un observatorio del teletrabajo, un consejo asesor, una cátedra especial en cada Universidad pública y varias fundaciones y asociaciones donde desviar subvenciones y colocar amiguetes. Y no faltará un buen congreso anual, como los de antes, con mariscada y en Canarias, para hablar de todo ello.

Ya lo decía Reagan: la visión de la economía de los gobiernos consiste en que si algo funciona se le pone un impuesto, si sigue funcionado se regula y ya, como dejará de funcionar, se le da una subvención. El  teletrabajo es un buen ejemplo: como toda relación laboral ya tiene sus impuestos, ahora que sigue funcionando lo regulan, y pronto, ya lo verán, habrá que subvencionarlo. ¡Gracias, Gobierno!

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