Son las etiquetas, estúpido

sanchismo

Esa fue la clave, poner una etiqueta y repetirla una y mil veces. En la izquierda saben que la verdad se fabrica y luego se impone. Para ello, recurrir a la repetición de etiquetas es una herramienta poderosa. Frente a la objetividad y a las ideas, anécdotas y monsergas. Frente al estudio y el análisis, demagogia y superficialidad. Frente al argumento y el debate, el estereotipo y la etiqueta.

Esa ha sido la estrategia con un doble fin: activar el voto de una izquierda que no se reconocía en el sanchismo y aplicar un cordón sanitario preventivo para ahuyentar a otros partidos de posibles pactos con el PP. Y la estrategia ha funcionado.

Muchos han preferido lo malo conocido del PSOE a lo bueno por conocer de PP y Vox por la sola amenaza de que llegue esa ultraderecha, extrema derecha o derecha extrema con que nos asustaban. Así, para la izquierda desmotivada, el miedo generado por el PSOE y por tantos colaboradores mediáticos que obedientes corean la etiqueta en sus informaciones, ha pesado más que la realidad conocida.

Ante el espantajo de una imaginada ola reaccionaria, muchos han preferido taparse los ojos y protegerse del Coco en la sede de Ferraz. Allí no importa la república bananera en la que Sánchez nos convierte día a día, no importa cómo coloca a fieles servidores en instituciones que deberían ser independientes; no importan sus beneficios a violadores, etarras, okupas, golpistas, malversadores y sediciosos; no importan sus mentiras, su tesis falsa, lo que habrá en su móvil o en las maletas de Delcy. Allí no importa España.

Para todo eso no hay etiquetas, ni pacto del Tinell a quienes conspiran desde Waterloo, llaman ratas a los españoles, les impiden hablar en su lengua o celebran ongietorris a los que los asesinaban. El fascismo está en otra parte.

Eres fascista si, como en Francia, prefieres un estado unitario o limitar el poder de las autonomías, que uno descentralizado. Lo eres si quieres controlar la inmigración, como en la Dinamarca de la socialdemócrata Mette Frederiksen. Y aunque no niegues la violencia contra las mujeres, eres un fascista machista si criticas el uso político e ideológico que se hace de ello. Y, aunque te sea indiferente la orientación sexual de tu vecino, eres un fascista reaccionario si estás en contra de adoctrinar sobre ello o de establecer discriminaciones, subvenciones y privilegios.

Y hoy, la etiqueta de reaccionarios se la cuelgan a los de Vox, pero ya sabrán en el PP que, si algún día llegasen a heredar sus votos, heredarán también sus etiquetas. Para la izquierda española hay fascismo donde no hay socialismo.

Pero también la izquierda es buena en etiquetas positivas, aunque estas las reservan para ella. Les aviso de las que más vamos a oír próximamente: una España que se rompe será una España plurinacional y a la desigualdad (en derechos y financiación) le llamaremos asimetría que queda más bonito. Y por supuesto, la madre de todas las etiquetas: progresista.

Se va a hartar de oírla para acompañar a cualquier sustantivo: mayoría social progresista, bloque progresista, gobierno progresista, futuro progresista… Es la estrategia post lectoral para intentar cambiar la etiqueta que mejor define al socialismo español, sanchista. Cada vez que oiga decir «progresista» sepa que deberían decir «sanchista». Y, lo que esta etiqueta encierra sí es una amenaza y sí es real.

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