Si Galicia se resfría hoy, toda España estornudará

Opinión de Eduardo Inda

Cuando lo que ahora es el PP, entonces AP, no ganaba ni soñaba con ganar en ningún lugar de España, sí lo hacía en Galicia. Aunque yo era un crío, tenía 13 años, recuerdo perfectamente el subidón que le dio a un adolescente ya por aquel entonces hiperpolitizado la victoria de Gerardo Fernández Albor en las primeras autonómicas gallegas de octubre de 1981. La bellísima esquina superior izquierda de España constituyó la punta de lanza de una Alianza Popular que hasta entonces ni estaba ni se la esperaba en el ámbito nacional: la Coalición Democrática de Manuel Fraga había cosechado 10 míseros escaños frente a los 168 de la UCD de Adolfo Suárez en las generales de 1979. Aquella noche jubilaron la condición de segundones. Y lo hicieron para siempre.

El honrado a la par que carismático Fernández Albor puso aquel domingo de hace 42 años la primera pica en Flandes, realidad que se repetiría en los comicios de 1982 con Manuel Fraga yéndose a las 107 actas en la Carrera de San Jerónimo mientras la UCD protagonizaba un desplome histórico dejándose en el camino 157. Galicia es, pues, la razón de ser del Partido Popular. Su Covadonga autonómico. Sin Galicia nada hubiera sido igual. De la misma manera que si hoy no se retiene esta comunidad autónoma todo será diferente para Génova 13 en particular pero también para España en general.

Un muro socialindependentista en Galicia, es decir, una réplica en miniatura del sanchismo, desataría la definitiva balcanización de España

Decir hoy adiós a la Xunta provocaría un agigantamiento de la enorme depresión que padece el Partido Popular desde las diez de la noche de ese 23 de julio para olvidar en el que perdieron unas generales que habían ganado. Y el fallo multiorgánico que sufrió entonces la actual cúpula popular degeneraría indiscutiblemente en óbito si les vuelven a indicar el camino de salida. Volveríamos a vivir escenas como las de ese febrero de 2022 en el que Pablo Casado se suicidó con esa entrevista en la Cope en la que acusó falsamente de todo y por su orden a una Isabel Díaz Ayuso a la que tenía una tirria que deja en pañales a la que Pedro Sánchez experimenta con Emiliano García-Page. Las sensaciones serían igualmente clónicas a las de ese domingo de hace dos años exactos en el que militantes de toda condición se manifestaron a las puertas del cuartel general del PP para exigir la testa del presidente nacional tras su imperdonable felonía.

El consiguiente ruido de sables sería inevitable en esa Génova 13 en la que el número de arribistas es directamente proporcional a su proverbial afición a pifiarla en la última semana de campaña. Y a los barones y baronesas les faltaría tiempo para postularse explícitamente o para hacerse implícita campaña a la sucesión. El pollo estaría servido. Y la figura de esa sensatez hecha persona que es Alberto Núñez Feijóo estaría finiquitada porque Galicia no es una región cualquiera para el PP y mucho menos para él. La simbología que tiene la tierra adoptiva de Amancio Ortega y la natal de María Pita, Emilia Pardo Bazán, Cela, Valle-Inclán, Rajoy o Franco para el PP es descomunal. Aun con todo, nada que ver con lo que representa para un Feijóo que empezó su carrera a la gloria allí echándose al coleto cuatro mayorías absolutas. Perder Galicia no es perder Murcia, ni orgánica ni personalmente. Es perderlo todo o casi todo.

Pontón se puede presentar como quiera, pero que nadie se engañe: es socia de terroristas y quiere la «vía unilateral» para la independencia 

Un muro socialindependentista en Pontevedra, La Coruña, Lugo y Orense, es decir, una réplica en miniatura del sanchismo, desataría la definitiva balcanización de España. Galicia perdería la condición de aldea gala de las comunidades bilingües, en las que los nacionalistas se apoderaron de la Educación para modificar radicalmente la psique y el imaginario colectivo de las nuevas generaciones va ya para 40 años. Consecuencia: tanto Cataluña como el País Vasco son irrecuperables para el constitucionalismo porque se ha lavado el cerebro de las nuevas generaciones. Galicia puede añadirse al club de las comunidades perdidas.

Juan Gallego tiene hoy en sus manos que Galicia sea una Cataluña o un País Vasco o que continúe siendo la tierra de tolerancia, prosperidad y acogida que es con un bilingüismo imperfecto que es seguramente el más perfecto de España. Ni el BNG ni esa Ana Pontón, cuyo ya celebérrimo efecto ha sido promocionado hasta por la tontita derecha mediática, son precisamente bambi. Resulta aconsejable recordar que el partido independentista estuvo, orgulloso él, en la manifestación celebrada a favor de los presos de ETA en Bilbao con el ex número 1 de la banda, el tiroteador y secuestrador Arnaldo Otegi, como gran maestro de ceremonias. Por no hablar de esa lista europea que compartirán con Bildu y en la que el número 1 es Pernando Barrena, condenado por pertenencia a la banda asesina.

Ana Pontón se puede presentar como quiera, como una suerte de Simone de Beauvoir celta, pero no engaña a nadie: es la socia de terroristas y en su programa de máximos, oculto pero programa al fin y al cabo, apuesta por la «vía unilateral» para lograr la independencia de «la República de Galicia». ¿Eso es lo que queremos para los dominios del Rey Breogán?

Si Alfonso Rueda repite como presidente de Galicia tras las elecciones de este domingo, Feijóo saldrá reforzado y Pedro Sánchez quedará groggy

Los 2,2 millones de ciudadanos con derecho a voto tienen también en sus manos la posibilidad que ni pintada de pegar un tantarantán a Pedro Sánchez que, en cualesquiera de los escenarios, va a padecer hoy un miniarmagedón. La mejor de las encuestas le otorga 10 actas en el Parlamento de Santiago frente a las 14 que obtuvo en esas elecciones pandémicas de 2020. Pero si entre todos los malos suman 38, el número mágico que separa la minoría mayoritaria de la mayoría absoluta, el maniaco del Falcon podrá salir relativamente airoso del envite. Si Alfonso Rueda repite como ocupante del Palacio de Rajoy y como inquilino del de Monte Pío, Feijóo saldrá reforzado y Sánchez quedará groggy, no en vano, estamos hablando de la primera contienda electoral tras la de momento nonnata Ley de Amnistía.

Ningún gallego decente se puede ir hoy a navegar, a la playa, a pescar, al monte o al parque sin haber hecho los deberes constitucionales. Las cosas están tremendamente ajustadas: los sondeos de ayer mismo concedían al PP una mayoría absoluta raspada, 39 escaños, demasiado riesgo. Máxime teniendo en cuenta que en todas las encuestas tanto Vox, cuyo escaño en La Coruña sería a costa del BNG, no del PP, como ese genio de la política que es Gonzalo Pérez Jácome quedan en blanco. Los experimentos en la vida hay que efectuarlos con gaseosa, nunca con champán y menos del bueno. Galicia es oro líquido. Cuidadín, pues. El problema no es que Galicia se resfríe, que también, sino que España pegará un estornudo de aquí no te menees que nos dejará KO un buen rato. La buena nación de Breogán no se merece sucumbir al sanchismo.

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