Santa Claus, el ratón Pérez y la ética

Santa Claus, el ratón Pérez y la ética
Santa Claus, el ratón Pérez y la ética.

No sé qué me resulta más entretenido, si los que creen en su propia ética o los que la esperan de los demás. En cualquier caso, hay que aceptarlo con elegancia: la pandemia ha sido un periodo dulce para más personas de las que podemos imaginar, comenzando por los que han sabido hacer negocio de las necesidades circunstanciales como la venta de las mascarillas, las tiendas online etc.

Dentro de estos los más beneficiados han sido los amigues (¿¡Golfos, pájaros, malnacidos…!? de los que tenían el poder de comprar productos preventivos o anti Covid en las instituciones, con ese estado “excepcional” en el que podían comprar (a dedo) por instinto, en aras de la mayor conveniencia de los dineros públicos y confiando en su intuición.
Queridos y admirados lectores, no seamos cándidos, ni cínicos.

La eliminación de controles en la compra de material sanitario en todas las administraciones la aprobó el Gobierno por motivos de «urgencia». En efecto, si investigáramos cada compra y adjudicación directa en cada ayuntamiento español descubriríamos el gran negocio que ha sido para algunos el desastre de otros. ¿No ha ocurrido esto a lo largo de toda la historia, incluso antes de que Caifás se rasgara las vestiduras? Apuesto a que sí. Por cierto, Caifás fue el primer cursi documentado de la historia, igual que Noé el primer borracho.

Dicho esto, no es de extrañar que un negociante (un vividor, un ser humano… Luis Medina) no desaprovechara una oportunidad como la que le regaló el coronavirus. Sería antinatural, inhumano. ¿Recuerdan la ley de la oferta y la demanda? Si no lo hacen ustedes, lo hará otro más despierto.

La Fiscalía Anticorrupción (poseída por los fantasmas moralizantes de Charles Dickens) sostiene que el hijo de Naty Abascal junto con Alberto Luceño lo hicieron (vender tapabocas, test y guantes) con el objetivo de lograr un beneficio económico y no (para desfacer agravios y enderezar entuertos) por una supuesta colaboración en la lucha contra la (fatalidad, como hubiera hecho Don Quijote) pandemia.

Pero veamos, si nos atenemos a la ley con la mayor objetividad quirúrgica, nos faltan muchos datos antes de arrojar la primera piedra. ¿Existe una cantidad de comisión incobrable o que en los márgenes de la legalidad no se puede cobrar ni pagar? ¿Estamos ante un dilema ético, A Christmas Carol o hay uno o varios delitos? Está claro que el que utiliza sus contactos para hacer un buen negocio y se lucra engordando los precios del material de protección en una pandemia se parece más a un buitre carroñero que a Jesús de Nazaret; podríamos decir que objetivamente el comportamiento del vendedor es mezquino y el del comprador (supuestamente desesperado) incompetente. No es por echar más leña, pero, cuando los ciudadanos nos acercamos al ayuntamiento a hacer una gestioncita de tres al cuarto, bien que nos machacan el cerebro (y la moral, sea lo que sea) con todo el papeleo habido y por haber.

Y miren, con estos datos… ¿Vamos a juzgar la ética de cada uno de los ciudadanos o sólo de los que se enriquecen? ¿Se puede ser rico honradamente? Que conste que no les digo ni que si no que no, sólo les dejo algunas cuestiones muy interesantes por resolver en este elevadísimo sanedrín que es la sociedad española.

Nietzsche, como saben, fue el mejor ateo (el más coherente) de la historia. El filósofo alemán, pensaba que, si matamos a Dios, sólo queda el principio del placer, porque el Bien y el Mal no existen como realidades incuestionables, más allá de lo que a mí me viene bien o me viene mal. Y que eso de la ética y todo su complaciente cortejo no son más que incongruencias propias de cabezas desnutridas intelectualmente, en el mejor de los casos.

Sigamos queridos, ¿hay estafa en un intercambio comercial donde hay acuerdo sobre el precio de compraventa? ¿El espantoso crimen viene de la calidad de los productos? ¿Son ilegales las comisiones?

Si la adjudicación directa en una situación de alarma es posible, más allá de la nobleza que esperamos de todos los ciudadanos y de la torpeza del ayuntamiento a la hora de seleccionar precios y proveedores, el dinero fue pagado en A por medio de una transferencia ,¿por qué se habla de blanqueo de capitales? ¿Por qué tuvieron, los avispados “chicos” que justificar el origen del dinero sin explicar de dónde procedía? ¿Por qué entregaron a sus bancos esas cartas supuestamente falsas para ocultar que se trataba de retribuciones salidas de un contrato público?

En cuanto a la abominable estafa, habría que probar que hubo mala fe, es decir, conocimiento de que los productos eran de mala calidad a la hora de venderlos, no obstante, ¿por qué fueron los bancos, y no el ayuntamiento quienes alertaron a la fiscalía?

Pienso amigues que poco delito se va a rascar aquí, y si lo hay, que sean juzgados, pero no por su dudosísimo gusto, tan retro y tan ruso… El de relojes de brillantes de caballero… Y menos por una ética controvertida. Dígame usted ¿qué es la ética?

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